— ¿Sí? ¿Quién es?— dijo el profesor Arturo Velázquez, el cual, después de vestirse y preparar el equipaje para irse de viaje con su esposa Carmen a Bilbao, recibió una llamada en el despacho de su mansión que tuvo que atender inmediatamente.
— Pertenezco a un grupo de contraespionaje; trabajo para los republicanos y queremos que nos ayude. Deseamos que ocupe la plaza de uno de nuestros espías ya retirados y vaya a 1936 con su máquina del tiempo para detener el conflicto bélico que pronto causará el caos de la población en dicha época y perderán sus derechos y libertades porque la guerra será ganada por los franquistas.
Se lo pensó durante unos minutos y al fin aceptó la proposición.
Así fue cómo aquel 18 de julio de 2023 el profesor Velázquez y su amigo Juan Martínez se reunieron otra vez para emprender la que sería su primera misión como agentes secretos a sueldo de los rebeldes que anhelaban proclamar la República perdida por sus abuelos hacía ya unas cuantas décadas.
Arturo besó a su mujer antes de subir a su nave espacial y se despidió de su hermano Ángel que ansiaba ir con ellos pero al ser un famoso poeta y tener a alguien a quién alimentar —pues éste era padre de dos hijos llamados Miguel y Ainara y marido de una chica joven cuyo nombre era Azucena—, se quedó en el siglo XXI ya que, sin duda alguna, ya tendría la ocasión de ir con ellos más adelante cuando uno de los dos enfermara y no pudiera contribuir en la salvación del mundo.
Al cabo de unos instantes la máquina empezó a girar sobre sí misma, entró en el agujero de gusano que les había proporcionado la ayuda necesaria para poder viajar por primera vez en el tiempo y horas más tarde aterrizaron en una villa cerca de Madrid: Aranjuez. Cogieron sus maletas respectivas y bajaron al pueblo.
Pidieron dos habitaciones en el hostal donde se encontrarían con su contacto en dicho año y hecháronse a descansar. Pronto descubrieron que no estaban solos en la habitación; alguien les estaba espiando detrás del armario pero su cansancio pudo más y en seguida entraron en un sueño profundo.
Juan, al despertarse, no sabía a dónde se encontraban. Despertó a su amigo Arturo y con éste empezaron a averiguar el lugar dónde les habían encerrado tratando también de recordar qué les había sucedido antes de dormirse.
El profesor Velázquez recordó el rostro del posadero y supuso que fue él mismo quien, antes de entrar en la habitación del albergue, les había ofrecido unos vinos con la substancia que les había causado el sueño repentino. Mientras se lo habían tomado, les había preguntado si querían que les subiera el equipaje, ellos habían contestado afirmativamente a su preposición y finalmente éste, una vez los hubo llevado a la estancia que les había dado, se encerró en el guardarropa de la alcoba de los dos amigos para secuestrarles cuando se echaran a la cama para descansar. ¿Quién era y qué quería de ellos?
Alguien abrió la puerta de la celda y entró un hombre de mediana edad, con cabello azabache canoso, bigote al estilo del famoso detective belga Hércules Poirot. Llevaba unas gafas con unos cristales redondos y vestía una americana marrón oscuro, una camisa blanca, unos pantalones vaqueros. También llevaba puestos unos guantes de seda blancos y utilizaba un bastón para sujetarse de pie y por sombrero, un sombrero de copa alta inglés.
— ¿Qué tal durmieron mis invitados?—. Les preguntó con una voz grave como la de un tenor y se echó a reír diabólicamente.— ¿Les gusta la estancia que les he dado?
— ¡Por supuesto que no!—. Exclamó Arturo.— ¿Dónde estamos? ¿A dónde nos ha traído? ¿Quién es usted?—. Le preguntó él, un poco molesto porque intuía que corrían peligro y quería marcharse de allí lo antes posible.
— Soy franquista; trabajo para el caudillo y mientras dormían les he registrado para saber quienes eran los que se hospedaban en mi posada y qué hacían en Aranjuez. He descubierto que eran espías republicanos y les he detenido por orden de don Francisco Franco.
— ¿Y qué nos hará ahora?—. Quiso saber Juan Martínez.— ¿Nos aniquilará para evitar que pongamos remedio al conflicto que han iniciado ustedes?—. Terminó de preguntar.
— ¡Evidentemente que no!—. Exclamó irónicamente y añadió poco después:— Los torturaremos y después les fusilaremos a los dos para impedir el éxito de su misión y devolver la cordura a los españoles porque, los republicanos la han secuestrado.
Sin despedirse de ellos, salió del calabozo y cerró la puerta. Arturo y Juan se miraron mutuamente preguntándose con la mirada qué debían hacer y cómo saldrían de allí.
Juan Martínez actuó rápidamente... Buscó un agujero por dónde salir pero no lo encontró. Sin embargo, encontró la solución al enigma: palpó los bolsillos de su pantalón buscando el revólver que había cogido por si se encontraban en peligro y lo encontró; se lo puso detrás para utilizarlo cuando entrara otra vez el individuo y dispararle para poder huir pero este no volvió hasta la hora de cenar.
A las 6 de la tarde el sargento volvió a aparecer. Les traía una barra de pan y una jarra de agua por si querían algo de comer y el señor Martínez sacó el arma, le disparó en la pierna izquierda y los dos amigos cerraron la mazmorra con llave huyendo a toda prisa antes que los vigilantes les pudiesen detener de nuevo.
Cogieron prestada la Regnault 4L que estaba aparcada delante de la jefatura de policía del bando franquista y traspasaron la frontera dirigiéndose al Madrid republicano.