Semana 19. Viernes.
Después de unos días llenos de incertidumbre, anoche recibieron una carta en la que se les informaba que durante el día de hoy fuesen a la escuela para poder retomar las enseñanzas el lunes. Así que David aprovechó y se levantó tarde a su manera, ya que eran las diez de la mañana cuando ya estaba despierto.
Tenía una vez más a Kinnei durmiendo en su regazo. Y tras echarle un vistazo detenidamente y confirmar que su mascota había crecido aunque solo fuese dos centímetros, se desprendió de ella con mucho cariño y se fue a la cocina pensando en Ángela.
Luego…
David había desayunado, había ordenado su habitación, se acababa de asear y ahora iba a preparar su mochila, cuando de repente se topó con Ángela.
– ¿Ángela?
Ella soltó su equipaje de golpe y se fue directamente hacia David para darle un abrazo.
– ¿De verdad que estás bien? – Fue lo primero que dijo ella tras abrazarle.
– ¿Y por qué no iba a estarlo? – Se sorprendió él.
– Por la pelea del ministerio, no sé… – Respondió Ángela –. Me tienes que contar todo lo que ocurrió, ¿vale?
– Sabes que nunca te diría que no…
– ¿Y por qué no me llamaste? ¿Por qué no me escribiste? ¿Por qué no me lo contaste? – Quiso saber ella –. Me enteré el día de después y gracias a mis tíos… Creía que confiabas en mí… – Susurró.
– Pues claro que lo hago, ¿eres boba? – Masculló él –. Acabamos a las 7 de la mañana y me fui a casa – pausó –. Estaba tan cansado que dormí casi un día entero…
– ¿Y por qué no me dijiste nada? Me podías haber enviado aunque sea un mensaje – refunfuñó ella –. ¡Aunque fuese el día de después!
– Está bien, tienes razón – afirmó David –. Lo siento. Estaba tan exhausto tras la batalla, que ni si quiera se me pasó por la cabeza el escribirte…
– Me tenías muy preocupado, David. Yo creía que… – Suspiró Ángela.
– Sabes de sobra que siempre serás la primera persona en enterarte – le contó él –. Y por cierto, ¿estás más morena? – Cambió de tema –. Si estamos en pleno invierno, ¿qué habéis hecho?
– Mis tíos… Me han llevado a conocer todo tipo de lugares y por eso he acabado así – contestó ella.
– Pues que sepas que ese morenito te hace más guapa – soltó él.
– ¡David! – Ángela le empujó algo avergonzada.
– ¿Qué? – Refunfuñó –. Si es verdad…
Kinnei salió corriendo de la habitación y se fue directamente a los brazos de Ángela entre aullidos de alegría al verla.
– ¡Oh! Yo también te he echado de menos… – Sonrió ella acariciando al zorro.
– ¿Y a mí no me dices eso? – Preguntó David.
– A ti te tenía que haber dado una paliza por no escribirme – masculló ella.
– Está bien, está bien. Ya lo he pillado… – Susurró él –. ¿Entonces? ¿Qué tal con tus tíos?
– Mmm… – Ángela puso cara de seria –. Me he sentido como una extraña, no se… Ha sido algo raro.
– Al principio te sentirás así porque no los conoces, pero luego ya verás como…
– Lo sé, lo sé – le interrumpió ella –. ¿Y tú? ¿Sabes algo de Emily?
– Que voy a saber…
– ¿La quieres, no?
– ¿Otra vez esa pregunta? – Masculló él –. Sí, la quiero. Pero lo que me hizo me dejó huella… Y temo que todo este tiempo sin vernos vaya a pasar factura también…
– David, no deberi…
– ¿Quieres desayunar? – Cambio de tema David.
– Me he tomado un café ya, aunque sí que es cierto que necesito algo de comer…
Más tarde, sobre la 13…
– ¿No deberíamos de ir en taxi? – Le preguntó Ángela.
– ¿Para qué? Lo único que tengo que hacer es concentrarme para saber en dónde abrir el portal – agarró bien su mochila –. ¿Estás listo, Kinnei? – El zorro aulló.
– ¿Tendría que preocuparme?
– Ya sabes que lo he hecho con anterioridad – respondió él –. Lo único que tengo que cambiar es aparecer en el patio y no dentro – se centró al máximo en esa zona y al instante abrió un portal –. Pues vamos allá… – Cogió aire y lo cruzó.
Apareció justo en dónde había pensado, en el patio y al lado de la entrada. Aunque había un factor en el que no había pensado, la nieve. Ya había caído la primera nevada, y por cómo había hundido el pie en ella, había entre 30 y 40 centímetros de grosor.
– Mmm… No había pensado en esto… – Susurró él.
Kinnei aulló a su lado e inmediatamente David se giró hacia él, viendo cómo el zorro estaba hundido por completo en la nieve.
– Ven aquí, chico. Yo te llevo – se agachó y agarró a su mascota para llevarla en brazos.
– ¿En serio? – Ángela cruzó el portal y tenía la misma cara que él –. Para esto…
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Editado: 30.03.2022