22 perros y un campo de batalla

Capítulo 2: La mujer que hablaba con perros

Ella se llamaba Mercedes. Tenía noventa años y una voz que apenas era un susurro. Cuando hablaba, los perros se calmaban. No porque entendieran las palabras, sino porque reconocían la tristeza.

Mercedes les hablaba como si fueran niños. "No se peleen, por favor. No hoy. Hoy estoy cansada." A veces les cantaba. Canciones que nadie recordaba. Canciones que nunca grabó nadie. Canciones que nacían de su memoria rota.

Desde la silla de ruedas, veía el patio como quien mira un campo de guerra. Cada ladrido era una bala. Cada gruñido, una explosión. Y ella, atrapada en su cuerpo frágil, solo podía llorar.

Su esposo, Julián, la cuidaba como quien cuida una planta que ya no florece pero aún respira. Le daba de comer. Le cambiaba la ropa. Le limpiaba las lágrimas. Y cuando ella dormía, salía al patio a recoger los restos de la batalla.

Esa mañana, después de enterrar a Roco, Julián le preparó café. Lo dejó sobre la mesa. Ella no lo tocó. Solo dijo: "Ya no quiero verlos. Me duele verlos así. Me duele que no puedan quererse."

Julián no respondió. No podía. Porque él también estaba roto. Porque él también había visto a Roco morir. Porque él también sabía que, algún día, tendría que elegir entre los perros y Mercedes.

Y ese día se acercaba. Como un ladrido lejano. Como un vecino que golpea la puerta. Como una decisión que nadie quiere tomar.




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