Prólogo

Dos hombres, uno bien vestido, con traje, corbata y zapatos caros, y el otro más formal, con una camisa a cuadros y un pantalón de vestir, avanzan juntos a buen paso por el interior de una sala grande. Tenían prisa e iban dejando atrás cuadros, estatuas, mamparas con objetos valiosos en su interior, cámaras de seguridad y sistemas de alarma. Cualquiera que lo viera, diría que es un museo, pero no, se trataba de un almacén. Los dos hombres siguen avanzando a paso firme hasta que llegaron al final de aquella enorme sala. El hombre que iba vestido normal, avanzó hasta llegar a la puerta que tenían en frente. Pulsó un código en el sistema de alarma y a los pocos segundos acercó su ojo derecho al detector de retina hasta que éste se iluminó en verde y la puerta se abriese.  Amablemente, el hombre ofreció que el trajeado pasase primero. Y así lo hizo, con pasos firmes y con una sonrisa en su cara, continuó  andando unos pocos metros hasta que se paró en frente de una vitrina a contemplar lo que parecía una corona.

– ¿Por qué tanta prisa en adquirir este objeto? – Preguntó el hombre formal mientras iba a un panel para desactivar la alarma.

– Es muy importante… – Dijo el otro hombre sin desviar la mirada ni un segundo.

– El objeto salía a la subasta la próxima semana – Le informó el hombre mientras tecleaba algo y a los pocos segundos la pantalla se ponía en verde –. Podía haberle salido más barato de lo que usted ha gastado.

– Eso da igual… No tenemos tiempo para eso… – Dijo el hombre apagando su voz poco a poco.

– Tenéis mucha prisa ¿Por qué? ¿Es qué lo vais a exponer en algún lado o qué? Si es una simple corona de un rey que apenas nadie conoce… –Dijo el hombre mientras retiraba la vitrina con cuidado, dejando a disposición del trajeado aquel objeto valioso.

– No es una corona… Es una reliquia… – Sentenció el hombre mientras la cogía y la guardaba.