3. Cazadores Legendarios. Las Reliquias del Rey Mistico

22. La Ciudad Submarina

Cómo es de costumbre, el equipo apareció cerca de la base de Orlando a través de un portal. En este caso, viajaban al completo, la directora tenía que ir para convencer al director y estaba claro de que no iban a dejar a Samanta sola en casa.

Cuando ya estaban todos juntos, avanzaron por una carretera abandonada hasta que vieron la base a la lejanía. Era grande, 10 hectáreas por lo menos, estaba bien protegida por vallas eléctricas y en la entrada había un control que parecía muy riguroso. Dentro, solo se podían ver enormes almacenes y un par de pequeños edificios en los que habría diferentes servicios para los empleados.

– Chicos – habló Eric después de echar un vistazo a la base –. ¿Y si La Orden ya la tiene bajo control?

Nadie supo responder a eso.

– Sería un suicidio entrar ahí dentro sin saber si está invadida o no – continuó Eric –. Así que primero tenemos que asegurarnos.

– ¿Y cómo lo vamos a hacer? – Preguntó Sarah, que estaba a su lado.

– Fácil. La directora se acercará a la base en un coche que ira conducido por Julia, pasaran los controles y se dirigirán directamente al despacho del director. Una vez que hayáis comprobado que la base siga siendo de los cazadores, Julia me enviará un mensaje y será cuando nosotros entremos – explicó Eric.

– ¿Por qué yo? – Julia se medió quejó.

– En caso de que la base estuviera invadida por La Orden, en el momento en que nos viera a cualquiera de nosotros – primero se señaló a él y después al resto –. Nos atacaran a sangre fría. En cambio, si te ven a ti, pensarán que eres una chófer que lleva a la directora a una reunión con algún alto cargo de La Orden – sentenció.

– ¡Bien pensado! – Dijo Stephen al escuchar el plan.

– Pues a mí no me lo parece – refunfuñó Julia.

– ¡Vamos mujer! – Eric se acercó a ella para animarla –. Sé que es un poco precipitado ponerte ya en el terreno, pero eres nuestra única opción de saber si la base está invadida o no – se puso delante suya y puso sus manos en los hombros de ella –. Puedes hacerlo. Yo creo que nadie del equipo lo dudaría ni un segundo.

Julia miró a Eric con cara de desconfiada, pero al final asintió con la cabeza a pesar de que sus sentimientos le decían lo contrario.

– Bueno – la directora les interrumpió –. Si habéis acabado ya de hablar, ¿podemos bajar a la base y hacer lo que ha dicho Eric?

– Sí, claro – contestó Julia algo nerviosa –. ¡Vamos allá! – Gritó forzadamente.

Dos minutos después, la directora, en la parte de atrás y Julia, como falsa chófer, se dirigían hacia la base en un coche que habían robado en un parking cercano de allí. Al principio, Julia iba muy despacio, pero en el momento en el que cogió confianza y los nervios desaparecieron, aceleró un poco para ir a una velocidad óptima y que no llamase la atención.

Cuando quedaban pocos metros para llegar al control, Julia fue disminuyendo de velocidad hasta que se paró en el stop. Bajó la ventanilla y vio como un hombre que iba armado y con un uniforme morado se acercaba lentamente hacia el coche.

– Identificación por favor – dijo el soldado firmemente.

– Yo...

– Ashley, directora de la central de Nueva York – la directora bajo la ventanilla y se asomó para ver al soldado.

– ¿Cuál es su motivo para estar aquí?  – Dijo el soldado mientras comprobada en una tablet que la identificación de Ashley era correcta.

– Vengo a ver al director. Es urgente – contestó ella.

– ¿Al director? – El soldado se sorprendió y echó un vistazo a Julia –. ¿Tienes cita con él?

– Ya le he dicho que es urgente, así que no tengo cita – la directora parecía que se había mosqueado un poco.

– Sin cita no hay visita – contestó el soldado bajando la tablet.

– ¡Qué es urgente! – Gritó la directora incrédula por esta situación –. Soy la directora de la central más importante de todo Estados Unidos, si estoy aquí, es que será por algo importante. ¡Nuestras vidas están en peligro! Y al director no le gustará saber que has retenido a una persona tan importante como yo porque te ha dado la gana.

– No me ha dado...

– ¡Qué me da igual! – Interrumpió la directora –. Por cada segundo que estamos parados, tenemos menos posibilidades de ganar esta guerra.

– En este caso... – El soldado no tenía más remedio que hacerles pasar –. Podéis pasar – se movió y se puso al lado de Julia –. Gira a la izquierda por esa carretera hasta que llegues al final del todo, el edificio de la derecha es en dónde está el director – se echó para atrás y gritó a su compañero –. ¡Abre la puerta!

Cuando la puerta se abría lentamente, las dos subieron de nuevo las ventanillas y se quedaron expectantes hasta que el soldado les indicó que ya podían pasar. En ese momento, Julia pisó el acelerador lentamente y cruzó la puerta que daba acceso a las instalaciones. Continuó en línea recta durante veinte metros y giró a la izquierda por dónde le había indicado el soldado. Siguió todo recto por aquel camino que estaba rodeado de almacenes enormes en los que se veía trabajar a gente en su interior. Finalmente, el camino se acabó, lo que significaba que en teoría ya habían llegado al sitio. Aparcó el coche en uno de los lados del asfalto y a continuación lo apagó. Cuando hizo esto último, Julia se giró para ver a la directora, pero ya estaba afuera, así que se quitó el cinturón y salió al exterior.




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