365 días para adelgazar

Capítulo 3. En marcha

Salgo del baño sintiéndome un poco confidente, me limpio cualquier rastro de lágrima cautelosamente con las puntas de mis dedos.

–¿Estás bien? – Pregunta una voz.

Retrocedo rápidamente para encontrarme con un chico rubio, también pasado un poco de peso.

–S-s-sí– Respondo un poco tímida.

–Eso no era como yo lo veía– El chico se me acerca.

–¡No! ¡Digo, sí! Quiero decir, no es nada–Digo y me aparto de él.

Es extraño, jamás me había topado con este chico en la escuela, ¿será nuevo? No lo sé… Pero ojalá que no lo agarren de víctima igual que a mí.

Siguen las clases al igual que la rutina, al sonar la campana de la salida, manu pasa a recogerme.

–¿Qué tal tu día, amor?

–Bien… Creo…

Mamá va manejando y se detiene en el semáforo rojo. Yo logro ver un gimnasio a lado de la calle.

–¡Mamá! –Grito.

–Dime, cariño.

–Recordé que tengo que… ¡Hacer un proyecto con Adele!

–¿Adele? Pero hace años que no se hablan… Me hubieras avisado con más tiempo para dejarte en la esquina, ahora ya no puedo detenerme.

–Eh… ¡Aquí me bajo, manu! ¡Gracias!

–¡Espera, Marlín!

Cierro la puerta con prisa antes de dejar a mamá hablar.

Miro a los dos lados antes de cruzar y entro al gimnasio. Pareciera como si todo se hubiera quedado en silencio en el preciso instante en el que yo entré. Me pongo los audífonos y le pongo “play” a una de las canciones de mi playlist.

–Quisiera hacer ejercicio… Le pagaré después.

La chica se ríe, pero la ignoro subiéndome a uno de los jumping fitness. Me quito la mochila y la dejo recargada en la pared. De música de fondo empieza “Wave” de Meghan Trainor. Respiro hondo y me subo al trampolín. Me da pena mi cuerpo, me siento incómoda, no quiero que vean mis senos rebotar.

La coach pasa por donde estoy haciendo ejercicio y me quita la pena:

–¡Vamos, linda! ¡Tú puedes! ¡Eso es todo!

Me acelero cada vez más, haciendo los ejercicios cada vez más apasionados que la anterior. Sin esperarlo, siento como uno de los resortes se zafa y termino cayendo de nalgas al frío suelo.

–¡Dios, linda! ¿Estás bien? Dice la coach ofreciéndome una mano.

Los chicos que están presenciando eso se burlan de mí.

–¡Sí! –Digo parándome al instante como si no me hubiera dolido.

Recojo mis cosas y mi mochila y a paso veloz, salgo del gimnasio. Me voy sobando una de mis nalgas, la verdad fue duro el impacto. Sigo mi ruta y dando vuelta en un callejón, escucho como corren hacia mí.

–¡Hey! ¡Marlín!

Giro mi cara para encontrarme con el chico que me encontró saliendo del baño.

–¿Cómo sabes mi nombre?

–Está en tu mochila– Responde.

–¡Ah, sí!

–Te vi cruzando la calle para ir a hacer ejercicio.

–¿Quién, yo? Debes de haberte equivocado–Dije evasiva.

– De acuerdo. Sólo quería entregarte tu reproductor de música. Se te ha caído de la mochila cuando te fuiste de un arrebato.

Le quito el reproductor de las manos y aparto un poco de cabello de mi cara.

–Bueno…–Dijo el chico–, Nos vemos mañana, Marlín.

Me pongo roja después de que se va, ¡qué vergüenza! Si me vio al entrar y al salir, también debió de haberme visto a la hora de mi desastrosa caída. Pido un taxi, le brindo la dirección de mi casa y recuesto mi cabeza sobre el respaldo.

Toco el timbre. Manu me recibe.

–¡Hija! Llegas justo para la cena.

La esquivo y subo las escaleras diciendo:

–Lo siento, manu. Tengo tarea.

Agarro un banco de cuando era chica que se encuentra debajo de mi cama. Lo deslizo para sacarlo junto con mis tenis. Me dirijo a mi espejo y me pongo una banda de ejercicio en la cabeza.

–El entrenamiento comienza ahora–Me digo a mí misma.




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