Me quedo tiesa mirando hacia el frente. Adele voltea su cara y saluda:
—Hola.
—Hola…
—¿Qué tal? ¿Cómo estás?
—No hagas como que te importo, ya dejaste muy claro lo que en realidad piensas de mí hace dos años.
Hay un silencio gigante e incómodo. Llevo sobre mis piernas mi celular estrellado y mi diario destrozado.
—Escuché lo que leyó Marielle en el pasillo…
—¡Oh, genial! Ahora me vas a reprochar y a quejarte de por qué he escrito eso sobre ti- -
—¡No! No es cierto… Es sólo que… Tienes razón. Fui una falsa amistad y te lastimé. Quiero que seamos amigas otra vez… Como en los viejos tiempos…
—Creo que ya es muy tarde para eso.
Me pongo de pie y camino hacia la puerta mientras el autobús sigue en movimiento. El bus para frente a mi casa, pero gracias al enfrenón termino tropezando en las escaleras. Escucho las risas de los demás, volteo para ver a Adele; ella no se está riendo. De cualquier manera, no estoy lista para aceptar sus disculpas. Me levanto con dignidad y sacudo mi camisa nueva del polvo.
Camino a la puerta de mi casa y abro con llave. Llamó a manu, pero no contesta. La busco, pero no está en casa. De seguro tiene turno completo este día. Desde que manu se retiró de su carrera de modelo para cuidarme, está trabajando de enfermera, eso fue lo que estudió antes de volverse famosa.
Aprovecho que manu está ausente para ponerme a hacer ejercicio más libremente. Me cambio mi camiseta por un viejo uniforme de fútbol americano que papá dejó en casa cuando mamá lo corrió, agarro una bolsa de frituras y me lleno un vaso de agua hasta el tope, me pongo mis tenis que se encuentran en la entrada de la casa y comienzo a subir y bajar las escaleras. Paro cada 30 segundos para descansar y continúo hasta que siento que ya no puedo más. Me aviento en el sofá, empiezo a comer y a tomar agua. Me cuesta trabajo respirar y siento que me voy a desmayar. Cierro los ojos para tratar de volver a mi respiración habitual.
No me percato de estar dormida hasta que abro mis ojos y me encuentro a manu mirándome de manera preocupada.
—Cariño, ¿estás bien? Respirabas de una manera muy agitada…
—Sí, manu, estoy bien. Una pesadilla, tal vez…
—¿Pesadilla? ¿Qué soñaste?
—Eh… No recuerdo—Digo levantándome.
Mamá me mira por unos segundos, después se va a la cama. Como si fuera de la noche a la mañana, corro por la báscula que está encima del clóset de manu. Originalmente peso 129 kilos, pero al ver que la báscula marca ese mismo número me desanimo un poco.
En la mañana, el despertador de mi celular empieza a reproducir “Me too”.
—Necesito la autoestima de Meghan Trainor... —Pienso.
Por suerte es sábado. La semana ha terminado por fin. Luego recuerdo que me quedé de ver con Daniel para trotar juntos. Me da flojera, pero la ilusión de verlo me despierta un poco. Reacciono rápido, para darme cuenta de que no nos pusimos de acuerdo en dónde, ni a qué hora y no tengo su número para marcarle. Como si me hubiera conectado con su ser, mi celular empieza a vibrar. El número es desconocido, tal vez sean los niños de secundaria que pasan mi número para hacerme bromas, pero aún así me arriesgo a contestar:
—¿Hola?
—¡Hola, Mar! ¡Soy yo, Daniel! Casi llego a tu casa, ¿ya estás?
—¡¿Qué?! ¿Cómo conoces todo sobre mí?
—¡Ay, lo siento! Se me olvidó comentarte, soy prácticamente tu vecino, es decir, vivo a 6 casas de ti aproximadamente…
—¿Okey…? ¿Y cómo es que nunca te he visto?
—¡Ja! Es lo mismo que me pregunto yo.
Al instante me saca una carcajada y mordiéndome una uña continúo la conversación:
—Entonces, está bien, en unos segundos ya estoy fuera.
Bajo las escaleras más rápido de lo habitual. Manu me está esperando con un plato de huevos estrellados, pan tostado y tocino. Sólo cojo un pedazo de pan y me despido de ella.
—¡Espera, hija! ¡Necesitas comer más!
Me regreso y tomo el tazón de tocino que está sujetando manu y lo llevo para el camino. Me siento en el asiento de copiloto del carro de Daniel y juntos nos dirigimos al parque. Nos sentamos en una banca y ya que terminamos de comernos todo el tocino, iniciamos a correr. Empiezo con todas mis ganas, pero después, poco a poco, mi energía se consume. No llego ni a la segunda vuelta cuando ya estoy exhausta. Daniel que ya lleva más de tres, se detiene a mi lado y me pregunta:
—¿Necesitas agua? Traigo una botella en mi mochila para mí, pero podemos compartir.
Acepto la invitación. Daniel me entrega su botella y doy unos grandes tragos de agua antes de agradecerle. Se la pongo en su mochila de nuevo y continuamos trotando.
A la cuarta vuelta de nuevo estoy cansada. Me apoyo sobre mis rodillas y le digo a Daniel:
—Ya. Ya no puedo más.
—¡Vamos! ¡Hay qué hacer 3 vueltas más!
Daniel me sujeta suavemente del brazo y me jala para seguir corriendo. Primero lento, pero cada vez corremos más rápido. Me olvido de lo que vaya a pensar la gente al verme correr y me dejo llevar por el optimismo de Daniel.
—¡Lo… lo logramos! —Dice Daniel fatigado.
—Sí—Le respondo.
Daniel se tira en la tierra sin ningún cuidado de su aspecto. Me jala al piso junto con él. Está tomando agua con su cara para arriba, después me acerca la boquilla del bote y lo presiona de tal manera en la que salpica el agua, yo le sigo el juego y arrebatándole juguetonamente la botella, repito el acto con él.
Pasado un rato, nos paramos y antes de que yo pueda abrir la puerta del auto, él me detiene y me dice con una sonrisa:
—¿Tienes hambre? Conozco una taquería muy cerca de aquí. Sé que debemos ponernos a dieta si queremos estar delgados, pero yo digo ¡al diablo con la dieta! ¡Podemos empezar mañana! ¿no?
Río y asiento con la cabeza. Caminamos hasta el puesto y pedimos una orden de tacos de pastor para comer entre los dos. Estamos sentados en pequeños bancos que por suerte aguantan nuestro peso cuando el taquero pone “Better when I’m dancin’”. Daniel se para de un salto y empieza a bailar, toda la gente que está comiendo allí comienza a aplaudir al ritmo de la música.