365 días para adelgazar

Capítulo 10. Día 7

Llegando del trabajo, manu se quita los tacones a la entrada y los reemplaza por unas sandalias. Cae al sofá rendida y después de unos minutos se levanta. Camina hacia la mesa y me da un beso en la cabeza mientras yo hago tarea.

—Ya estoy en casa, cariño…—Me dice.

—Ajá—Respondo, concentrada en el ejercicio de matemáticas.

Manu se sienta en la silla de a lado y de su bolsa saca otra bolsa, pero de plástico. Desenvuelve con cuidado el objeto que se encuentra dentro de esta, revelando dos pesas rosas chicas, de 3 kilogramos cada una.

—¡Oh, manu! ¿Viniste cargando con todo ese peso?

—No te preocupes, amor. Son para ti.

Las tomo en mis manos. ¡Se ven tan chicas! Pero pasados unos minutos me arrepiento de cargarlas.

—Cada vez se vuelven más pesadas…—Digo a manu.

—Yo… Solía ejercitarme después de los certámenes de belleza, pero eso ya fue en el pasado así que quise regalarte mis antiguas pesas. Poco a poco irás subiendo de nivel.

—¡Gracias manu!

—No hay de qué, cielo.

Termino de hacer mis deberes y subo a practicar. Enciendo la Tele y busco en YouTube “Ejercicios con pesas chicas”. Aparecen miles de vídeos. Elijo el más fácil a simple vista.

—…Para abdomen perfectos y brazos tonificados. Esto… Luce bien—Me digo a mí misma.

Silencio el vídeo y pongo mi propia música (Wannabe de Spice Girls).

Trato de no detenerme y seguir a la chica de los ejercicios.

—¡Dios! Si está tan delgada ¿por qué se tortura así? —Me pregunto a mí misma mientras mis ojos se fijan en el abdomen de la muchacha.

Llega un momento en el que me tengo que recostar en el piso y jalar y alejar de mí las pesas. Ya estoy fatigada, y justo en la parte de rap de la canción, el timbre de la casa suena.

—¡Hija! ¡Nena! ¡Un tal Daniel está en la puerta! ¡Dice que es un amigo y que quiere verte!

No sé si por la impresión o por los gritos, suelto una de las pesas y me cae en mis partes íntimas.

—¡¡UUUFF!! —Me quejo retorciéndome en el suelo.

—¿Estás bien, cariño? —Manu pregunta asomándose desde debajo de las escaleras.

—¡Sí! ¡Bajo en un segundo! —Digo tratando de no sonar muy lastimada.

Bajo las escaleras lento, una por una y cuando llego a la puerta, dejo de sostenerme entre las ingles.

—¿Qué te pasó? Pareciera que te anda del baño—Dice riendo Daniel.

—¡Jaja! Sí, muy gracioso…—Respondo en tono sarcástico.

—Jeje, sí… Bien a lo que venía era para lo de la película…

<< ¡Rayos, lo olvidé por completo!>>

—¡Dios, es cierto!

—No te has olvidado… ¿Verdad?

—¿Yo? ¡No, para nada! Sólo… Voy a subir por… A… Por mi… ¿Suéter?

—¿Suéter? Bueno, si tú lo dices…

Subo casi cayéndome por lo rápido que voy. Abro la llave de la ducha y me meto a bañar. Salgo resbalándome. Me seco de prisa el cabello y agarro una de las camisetas que no he estrenado junto con un pantalón de mezclilla arrumbado en el rincón de mi cuarto. Vuelvo a bajar y al ver a Dany aviento la toalla del cabello que tengo en la mano todavía. Él sólo levanta una ceja y después ríe:

—Emm… ¿Okey…? ¿Nos vamos?

—¡Sí, claro!

Dany me ofrece un brazo y yo con gusto se lo tomo. Subimos al auto y él enciende el radio. Pasan “Juice” por la emisora. Los dos movemos la cabeza de un lado a otro siguiendo el ritmo. Dany coloca su micrófono imaginario frente a mis labios. Yo canto simulando estar en un concierto.

—Cantas hermoso, Mar—Dice mirándome a los ojos.

—Ah, ¿sí? —Digo sonrojándome un poco.

El coche se detiene en el semáforo rojo. Los dos no nos dejamos de mirar. Daniel se acerca lentamente a mí y justo cuando está a unos centímetros de mis labios, yo volteo mi cara un poco tímida. Después él también lo hace recapacitando de lo que estaba a punto de pasar. El auto arranca de nuevo. Nos mantenemos en silencio hasta que llegamos a la plaza. Daniel compra unos cuantos caramelos, palomitas y refrescos. Yo paso, pero él me insiste en comer, aunque sea un m&m.

—¡Vamos, Mar! ¡Es un pecado venir al cine y no comer algo!

Accedo. Agarro un m&m y lo coloco dentro de mi boca. Daniel los lanza al aire y los cacha con los dientes, después, los mastica y los traga.

—¿Cómo haces eso? —Pregunto.

—¡Años de práctica! ¡Me tomó 5 años aprenderlo!

—¡Ja! —Se me escapa una risa.

—¡No te rías! ¡Es en serio! —Dice, riéndose también.

Las luces se vuelven tenues hasta desaparecer; la película está a punto de empezar. Me acomodo en mi butaca. La función comienza. Daniel ríe más fuerte que yo con la comedia, se pueden distinguir sus blancos y brillantes dientes en la oscuridad. Quiero acercarme a él, pero me da pena.

Después de 2 horas la película termina. Salimos fuera a buscar el coche. Está lloviendo y aunque puse de pretexto mi suéter, fue lo primero que se me olvidó traer. Daniel nota esto y se quita su chamarra para dármela a mí. Saca de la cajuela un paraguas y me cubre con él mientras subo al auto. Me quedo dormida en el trayecto. Daniel me despierta:

—Mar… Mar…—Dice suavemente.

—¿Hmm? —Respondo todavía un poco dormida.

—Ya llegamos…

—Ah, ¡sí! —Digo levantándome de un salto y pegándome en la cabeza.

—¡Ouch! Eso hasta a mí me dolió… ¿Estás bien?

—Oh, ¡sí! ¡No pasa nada! —Digo sobándome.

Daniel se pasa a mi asiento y me soba gentilmente la cabeza. Es cariñoso, pero eso me pone nerviosa. Me despido y entro a mi edificio, esperando que vuelva pronto a estar una tarde completa con él.




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