Voy regresando de la natación. Traigo mis ahorros en la mano para comprarme una bicicleta. Camino y paro frente a un local que se especializa en llantas, partes de autos reciclables y bicicletas. Sale detrás de una cortina sucia y vieja una chica llena de aceite y hollín.
—¿Qué hay?—Pregunta.
—Bueno… Yo…
—¡Vamos, niña, no tengo todo el día!
Al escuchar el grito gruñón de aquella mujer, sale de la cortina otro chico, delgado, alto y de buen parecido.
—Oh, vamos, Brigitte. Asustas a la chica… Desde ahora yo la atenderé.
Brigitte gruñe una vez más antes de retirarse.
—Lo siento. A veces puede ser un tanto… Explosiva…
—Sí…
—Bien, vienes por una bicicleta, ¿cierto?
—Eh, ¡sí!
—Genial. Tenemos mucha chatarra por aquí, pero me parece que esta mañana nos llegó una bicicleta seminueva con las llantas chuecas. Sólo dame 45 minutos y será toda tuya.
—Ah, okey, gracias…
El chico toma la bicicleta de un manubrio y desaparece de mi vista. Saco mi celular y comienzo a chatear con Daniel. Pasan los segundos, los minutos y yo ya estoy un poco impaciente por el tiempo. Le quito y le pongo la funda a mi celular hasta que se cae la tarjeta del gimnasio que me dio papá. En ese instante, el chico llega con la bicicleta compuesta y extremadamente limpia.
—Veo que esto se te cayó...—Dice hincándose para recoger la tarjeta.
—Gra-gracias…
—¡Wow! ¡Yo también voy a este gimnasio!
—¿En serio? ¡Mi papá me la dio para entrenar!
—¡¿Tu padre es Alexandre Dumont?!
—¡Sí!
—¡Wow! ¡Él es mi entrenador!
—¡Increíble!
—¡Lo sé!
Antes de darme cuenta, ya los dos estamos entrelazando las manos. Aclaro mi garganta y alejo mi mirada de él. Él hace lo mismo.
—Emm… Soy Lefebvre. Remi Lefebvre—Dice con una sonrisa.
—Marlín François—Respondo.
Los dos nos damos un apretón de manos.
—¡Ay, lo siento! Te ensucié—Dice apenado Remi.
—No te preocu- -
—Límpiate con mi camisa, ya está llena de aceite de todas maneras...
Río de nervios, pero le hago caso. Limpio la palma de mi mano con un lado de su camisa y ya que está más o menos limpia, Remi me ayuda a montarme en la bicicleta. Al principio todo está bien, pero después el asiento de la bicicleta se safa y yo caigo de espaldas, por suerte, antes de que mi cuerpo toque el piso, Remi me atrapa con delicadeza y gracia.
—¡Ay, ay ay! ¡Perdona! De seguro te peso mucho...—Digo un poco roja.
—No es nada, he cargado más peso, es decir, no estoy diciendo que peses sino que, ya sabes, bueno, tal vez no sepas…
—No te preocupes… Entiendo…
Me quito de sus brazos y espero a que Remi componga el asiento. Ya cuando lo hace, prefiero mejor caminar que montar en bicicleta y que ocurra otro vergonzoso accidente...