Ya no hay disimulo que traiga alivio a los habitantes de este planeta. Es claro: estamos en el preludio del Armagedón. El neodecadentismo irreversible, no cabe duda, es imparable. Cuesta abajo, la civilización entra en la recta final que indefectiblemente conduce al ocaso. El fin de siglo trajo clavado en la sien una espiga de podredumbre. Han quedado apenas resabios de una esperanza de utilería que no tardará en desvanecerse.
Bienaventuranzas disparadas desde todas las direcciones apuntan al paraíso, o a cualquier cosa que se le parezca, por infernal que sea en su esencia. El día del Armagedón elegiré situarme lejos, no quiero estar tras la puerta, sino soñando bien alerta en un recóndito lugar donde esté a salvo de perdón. La vida nueva es sorda, ciega, muda. No es vida, es el principio de otra cosa. Da igual estar o no estar preparado. El Armagedón alcanzará a todos los hijos de esta civilización abominable.