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Capítulo 17

Thomas

Palabras para definir lo idiota que soy hay muchas. Y eso que no necesito ningún diccionario para saber cuáles son. Sé de qué habla cada una de ellas y creo que hasta debería estar mi nombre en letras mayúsculas como sinónimo.

Así de horrible soy.

Me encontraba sentado en el sofá de mi departamento pensando en miles de excusas para disculparme con la castaña. No he dormido desde que llegué y ya casi tengo apariencia de zombie. La televisión está encendida en el canal de deportes y me dedico  a verla sin ninguna importancia mientras que mi mente sigue divagando en la escena de hace tres horas.

Me voy a golpear por eso.

Tomo mi móvil y entro en contactos para luego buscar su nombre, lo miro durante unos segundos intentando decidirme si le marco o no, pero soy demasiado cobarde como para oprimir el botón verde. Así que no lo hago. Me llevo las manos al rostro de la frustración y comienzo a pensar que es mejor echarme una siesta hasta que amanezca, para que así con más tranquilidad actúe de manera correcta. Me pongo de pié apagando el televisor para luego empezar a caminar hasta mi habitación.

Entonces recuerdo que Isabella descansa como una bella durmiente en mi cama y no tengo de otra que quedarme en el sofá. Abro la puerta sin hacer mucho ruido y camino hasta el armario para sacar mis shorts y unas sábanas.

— ¿Qué haces?—escucho su voz a mis espaldas y pego un brinco del susto.—Lo siento.

— No es nada—le digo en tono seco—vuelve a dormir.

Empiezo a caminar hasta la salida y su voz me interrumpe de nuevo antes de que tome la perilla. 

— ¿No vas a dormir aquí?

Doy media vuelta para mirarla con el ceño fruncido, aunque sé que con la oscuridad no me puede ver el rostro.

— No, Isabella.

Y entonces, salgo de la habitación.

Camino hacia el baño y ahí me aseo para después ponerme la pijama. Al terminar, vuelvo a la sala y acomodo las sábanas en el sofá para dormir cómodo. Minutos después, me encuentro mirando al techo ahogándome en mis pensamientos.

Estoy hecho un manojo de desesperación.

Cierro los ojos para tomar mi sueño y me concentro en mantener mi mente en blanco para evitar seguir despierto. Sin embargo, no funciona ya que me acuerdo de ella de nuevo. Lo que me faltaba. Los recuerdos vienen a mí y la imagen de Daya en la primera vez que la conocí se proyecta en mi cabeza y contengo una sonrisa. Había pronunciado mi nombre sin que yo le haya dicho y eso me sorprendió por completo, pero cuando mencionó que Ava le había hablado sobre mí todo parecía cobrar sentido. Me agradó desde el principio. Ella se veía tan humilde a diferencia de todas las personas que he conocido hasta ahora (dentro de ellas algunas citas). Con solo mirarla te puedes dar cuenta  que no es de aquellos que les gusta llamar la atención o ser queridos por todo el mundo.

Daya es sencilla a su manera y de alguna forma eso me gusta.

Sin embargo, tuve que ser tan cabezota y hacer que la única persona real a la que he conocido me odie. Tenía que echarlo todo por la borda con mi maldito orgullo y mi estúpido comportamiento infantil. Cuando se suponía que debíamos aclarar bien las cosas y tratar de solucionar los problemas como tal. En estos momentos me odiaba por eso.

En fin. Ya estaba a punto de cerrar los ojos y hundirme en los brazos de Morfeo, cuando se escucha un portazo que proviene desde mi habitación. Me preocupo al instante.

Decido en ponerme de pié e ir a ver qué es lo que ha ocasionado ese ruido, pero cuando ya estoy por llegar al pasillo una furiosa y cabreada pelirroja sale a largas zancadas con sus maletas en cada mano.

«¿Qué demonios?»

— Me voy—dice con voz decidida mientras se para en frente de mí.

Hago una mueca de confusión y la observo detenidamente.

— ¿Cómo?

— Ya me has oído, Thomas. Me voy de aquí.

«¿Esta mujer está loca, o qué?»

Desvío la mirada hacia el suelo y me llevo las manos a la cintura pensativo. Camino hasta la cocina y apoyo mi hombro sobre la nevera. Ella me sigue y ahora se encuentra parada bajo el umbral de la puerta de la cocina.

— Bien—contesto enseguida— Si quieres irte, ahí está la puerta.

Ella me mira con los ojos abiertos después de lo que acabo de decir.

— Pero yo no me responsabilizo de cualquier cosa que te pase ahí fuera a estas horas de la madrugada, es tu vida y haces lo que quieres. Ahora me voy a dormir, que tengas buen viaje.

Empiezo a caminar hasta el sofá y entonces me acuerdo de que ahora mi cama está desocupada, pero me da tanta flojera ir hasta mi habitación que decido quedarme por esta noche en la sala de estar. Me echo sobre el sofá de nuevo y me cubro con las sábanas.

— ¡Eres un maldito idiota!—la escucho gritar y me aguanto una carcajada.

No sé si sea porque sus palabras hayan dolido un poco o porque me da tanta gracia recordar su rostro al no escuchar la respuesta que quería. Sin embargo, ahora todo lo que ella haga me tiene sin cuidado. Y no sé que significa eso, pero me mantiene aliviado.




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