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Capítulo 22

Daya

Lo primero que se me vino a la mente fue el día en el que mis padres me regalaron mi primera bicicleta. Nunca voy a olvidar el como mi madre y Olie gritaban mi nombre mientras intentaba avanzar sin el apoyo de nadie. Y es que a los ocho años de edad, siempre me gustaba lograr mis metas con mi propio esfuerzo. No es que haya sido una cosa de capricho o terquedad, es solo que me había acostumbrado a no recibir apoyo de ninguna persona, ya que esperaban recibir algo a cambio. Obviamente todo eso lo había aprendido en la escuela.

Después, la imagen cambio y me llevó a la época de mis doce años. Nos encontrábamos en la cena de celebración por el aniversario del matrimonio de nuestros padres. Mi hermano y yo estábamos frente a ellos observando como abrian sus regalos a la vez que sonreían. Mamá le había obsequiado a papá una camiseta autografiada de Los Lakers, mientras que papá le había regalado un bellísimo bolso deportivo de Victoria Secret. Aún no olvido el grito al cielo que pegó ella al tener en sus manos el bolso de sus sueños, ni tampoco la cara de asco que pusimos cuando se besaron en nuestras narices. 

Tres años después, me encontraba en el apuro de encontrar un vestido para una reunión de trabajo de papá, a la que nos habían envitado. Era el cumpleaños del jefe y qué mejor que celebrarlo con todos sus trabajadores en un lujoso local. Mamá caminaba de un lado a otro con un montón de vestidos caros en el brazo, mientras que yo me miraba al espejo con uno más de todos los que me había probado. Y para mi mala suerte ninguno me atraía. 

 Ese se te ve de maravilla...¡Hay que separarlo mientras vemos otro! —La escuchaba gritar a todo pulmón desde alguna parte de la tienda. Puedo decir que es una de las cosas que más extraño de ella.

Pero entonces, ese recuerdo tenía que llegar. El final de todos. El día en que nuestras vidas cambiarían para toda la vida. Aquellos minutos de infierno después de haberla pasado de maravilla en la casa del abuelo. Odiaba tener que vivirlos de nuevo.

Olie se encontraba sentado a mi lado izquierdo en la parte trasera del auto. Mamá de copiloto y papá de chofer. Eran las seis menos cuarto de la tarde y aún nos encontrábamos en la carretera central. Conversando de lo más tranquilos sobre el partido de fútbol que me toca jugar la próxima semana para la escuela, y sobre la fiesta de halloween que pensábamos realizar en la casa de un amigo de papá. Todo se veía normal, nos reíamos de las bromas que hacíamos y de los relatos que contaban en aquellas épocas en donde recíen se estaban conociendo. 

Pero entonces, ese idiota tenía que cruzarse en nuestro camino.

Ebrio y sin licencia de conducir, manejaba invadiendo el carril contrario, en el mismo en donde viajabamos nosotros. Solo bastó un segundo para impactar la parte delantera de nuestro coche. Ni siquiera le dio tiempo a mi madre para terminar de soltar su desgarrador grito o para que Olie se lance sobre mí a cubrirme con su cuerpo. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. El auto empezó a dar vueltas de campana ocasionando un tremendo caos.

Unos minutos después, mis padres yacían sin vida sobre el cemento duro de la carretera. Con las piernas rotas y los órganos internos dañados al cien por ciento. Aplastando no solo sus sueños, sino también sus almas.

Me vi a mi inconsciente aún dentro del auto, que se encontraba con las llantas arriba, y sujetada por el cinturón de seguridad. Mi hermano felizmente se encontraba con sus cinco sentidos, mientras intentaba reanimarme sin logro alguno. Las lágrimas corrían a mares por sus mejillas al ver el estado en que se encontraban nuestros padres. Sin embargo, decidió dejarlos de lado al darse cuenta de que aún tenía pulso.

— ¡Daya!...—grita desesperado mientras me desata el cinturón.
 ¡Daya, despierta!

Mi mente se pone en blanco y es ahí cuando todos los recuerdos desaparecen. Abro los ojos de golpe e inhalo hondo tratando de recuperar el aliento.

 ¡Daya!

Enseguida me doy cuenta de que estoy echada boca arriba mirando al cielo y al instante me pongo de pie un poco aturdida.

Observo a mi alrededor tratando de acordarme en que lugar me encuentro y veo que esto no se parece a un cementerio. ¿En qué momento anocheció? El terror invade mi cuerpo en menos de un segundo cuando veo todas las tumbas a mi alrededor y decido que debo salir de aquí cuanto antes. Empiezo a caminar a pasos largos en busca de la salida, a pesar de no lograr ver muy bien por la oscuridad de la fría noche.

— ¿Olie?...—pregunto con la esperanza de recibir una respuesta, pero nada.

Solo escucho el sonido de las aves y los árboles moviéndose de un lado al otro debido a la fuerza del viento.

De pronto, escucho un ruido extraño a mis espaldas dejándome pasmada en mi lugar sin mover ningún músculo. El ruido vuelve a escucharse y esta vez está más cerca. Cierro los ojos para evitar que las lágrimas salgan e intento tranquilizarme para poder tomar el control de mis nervios. Siento que voy a vomitar en cualquier momento.




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