Daya
Pasaron tres horas desde que mi cuerpo voló por los aires y chocó contra la pared de una manera espeluznante.
Me encontraba echada boca abajo en mi cama aún sin procesar lo sucedido en mi mente.
Tenía esa sensación de ser observada a cada instante con cada minuto que pasaba.
No sabía si estaba en lo correcto, pero de todas maneras voy a tomar en cuenta de que estoy a punto de volverme loca. O ya lo estoy.
Thomas se encontraba sentado frente a la puerta por si algo más llegara a ocurrir, entonces, él estaría dispuesto a hacer lo que fuese necesario para que algo como lo que sucedió hace unas horas no vuelva a pasar. Las sábanas cubrían mi cuerpo hasta el cuello y, por ahora, el calor era lo único que me daba tranquilidad.
Con mi celular en la mano, trato de dormir aunque sea unas horas para después levantarme e ir a la escuela tratando de fingir como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, las ganas de llorar a mares me invaden de nuevo al recordar.
Mientras el miedo me carcome por dentro, espero a que amanezca con tal de dejar todo atrás.
Vuelvo a cerrar los ojos y esta vez decido en no abrirlos hasta que la alarma suene.
— Daya...—escucho hablar a Thomas sacándome de mis pensamientos.
Muevo mi cuerpo de manera que quedo frente a él.
— Tu hermano ya llegó— vuelve a decir.
Abro los ojos tanto como puedo debido a lo sorprendida que estoy, ya que en ningún momento escuché el abrir y cerrar de la puerta principal indicando la llegada de Olie.
Asiento sin decir nada más y vuelvo a recostar mi cabeza sobre la almohada.
Los pasos de mi hermano se escuchan por todo el departamento y a los segundos comienzan a acercarse. La puerta de la habitación se abre y soy capaz de sentir su presencia a pesar de darle la espalda.
— ¿Está dormida?—pregunta enseguida.
— No.
Respondo, entonces me descubro de las sábanas y me siento con las piernas cruzadas. Con una sonrisa fingida, miro a mi hermano rogando al cielo que no se de cuenta de lo mucho que he llorado debido a mis hojos hinchados.
— Te dije que no prometía esperarte despierta.
Olie esboza una pequeña sonrisa y se sienta a mi lado para darme un fuerte abrazo. El cual necesitaba con urgencia.
— Bien...los dejo. Nos vemos luego—escucho a Thomas y enseguida camina hacia la puerta.
Justo cuando ya estaba a punto de tomar la perilla para salir, rápidamente me separo de mi hermano, sin ser brusca claro, y voy hacia el rubio para expresarle mi agradecimiento por acompañarme en la noche más dura de mi vida.
Lo abrazo.
— Gracias, Tom.
Él me devuelve el abrazo y entonces la paz y tranquilidad vuelven a mí.
— No tienes porqué agradecer, pequeña. Saben que pueden contar conmigo para lo que sea.
Una sonrisa se me forma en el rostro después de lo que acaba de decir.
<<Gracias Dios por ponerlo en mi camino>>
***
Mientras esperaba más de media hora a que Malorie se cepillara el cabello, yo me dedicaba a leer mi libro de historia. Dentro de diez minutos el profesor tomará una maldita práctica de tres preguntas y es muy probable que esa nota sea importante.
— Malo, si no terminas en dos minutos me iré sin ti.
Mi amiga seguía mirándose al espejo sin responder alguna palabra.
Pongo los ojos en blanco y cierro mi libro para luego guardarlo en mi mochila.
No voy a arriesgarme a que me pongan otra insistencia por una tontería.
— Nos vemos en clase.
Digo y comienzo a caminar hacia la salida al pasillo.
— ¡Espera!
Hago caso omiso y sigo caminando hacia el salón de clases.
Al llegar, busco un lugar adecuado y me acomodo en él dejando mi mochila en el suelo.
— ¡Oye, D'!
Gritan mi nombre desde alguna parte del salón y levanto la cabeza mirando a todos lados para ver de quién se trata.
Es Freddy.
Se para de su pupitre y coje su mochila para después ocupar un lugar a mi derecha.
Sigo con la mirada cada uno de sus movimientos.
— ¿Y Mal...
— Que gran amiga eres, Daya. Gracias por esperarme.
Lo interrumpe en voz alta llegando hasta nosotros.
Yo solo me encojo de hombros sin tomarle importancia.
Cinco minutos después el profesor llega a la hora exacta para tomar la práctica. Nos dio, exactamente, treinta minutos para culminarla. Lo que para mí eso era un grande problema.
No había dormido bien durante toda la noche, y ni hablar de no haber tocado mis libros para estudiar. Había estado despierta mirando a todos lados por si aquella cosa se volvía a presentar, pero nunca apareció.
Y por eso lo odio.
Otra de las cosas que no salían de mi mente era que, a pesar de querer tanto contarle todo lo acontecido a mi hermano, no podía. Tenía la sensación de no convencerlo con cada una de mis palabras. Es muy difícil.
Seguían pasando los minutos y con las justas había puesto mi nombre en la hoja. Revisaba las preguntas una y otra vez tratando de recordar el tema, pero no funcionaba. Lo único que venía a mí era la desesperación. Suelto un largo suspiro y me rindo en el intento. No había estudiado nada, por lo tanto, estoy un cien por ciento segura de que voy a obtener un rojo más grande que mi cabeza.