9 verdades

Dejar de escapar

Aun no puedo creer que esté aquí, en la tierra de mis abuelos, así como tampoco puedo creer que el tiempo se haya pasado tan rápido y ya sea hora de regresar nuevamente a Argentina.

Lo que hice la misma madrugada en supe de su engaño fue una completa locura, pero ahora, viendo al pasados, puedo decir que no me arrepiento absolutamente de nada. Ni bien Alexander me dejo en mí departamento, tomé un bolso con las cosas mínimas indispensables, fui rumbo al aeropuerto y adelante el viaje de vacaciones que ya tenía programado. Cambie mí pasaje por el primer vuelo a rumbo a Europa que encontré y solo me marche sin mirar atrás. 

Creo que lloré en silencio casi todo el camino, reprochándome una y otra vez por hacer confiado en él ciegamente, por no aprender de mis errores y volver a equivocarme una vez más. Me sentí patética, estúpida, humillada. Me pregunte de forma incansable si había algo malo conmigo, tal vez no era suficiente para él, y por eso ante el primer problema que tuvimos me cambio por otra. ¿Era ella mejor que yo? ¿Que le dio que yo no le di? ¿Por que lo hizo? Solo quería dejar de pensar, pero cerraba los ojos y veía la misma escena repitiéndose en mí cabeza una y otra vez. Deje salir todo aquello que me lastimaba hasta que mis ojos se hincharon y se pusieron rojizos. Llore hasta que me sentí limpia, hasta que deje de ahogarme en la auto-compasión. Entonces, me prometí a mí misma ya no volver a derramar una sola lagrima por él, porque no se lo merece, porque no vale nada, porque es solo otro mentiroso del montón que solo jugo conmigo. 

Cómo era de esperarse, mí súbita desaparición genero un gran revuelo en Buenos Aires. Sofía y Emiliano no dejaron de llamarme insistentemente hasta que les dí mí ubicación exacta. Incluso llamaron por teléfono a mí padre para informarles que había desaparecido. Al saber que estaba tan cerca, prácticamente me exigió que viajara a España, su lugar de residencia. Por un momento dude si aquello era lo correcto, quería estar sola, no necesitaba la compasión y la pena de nadie, estaba desecha por dentro y por fuera, pero termine por aceptar porque ya no tenía siquiera fuerzas para discutir. Me refugie en la oscuridad de la habitación que siempre estuvo preparada para mí en esa casa e intenté fingir que todo estaba bien, mientras intentaba juntar los pedazos de la poca autoestima que todavía tenía y entonces Amaia entro en escena. De pequeñas éramos cercanas, pero por alguna razón, llevábamos años hablando solo algunas veces al año en ocasiones especiales. Desde que mis tíos murieron, y ella se convirtió en mí hermana, sin embargo, cuando mí padre decidió abandonar Argentina, ella lo siguió. Supongo que fue la distancia y las contadas las ocasiones en las cuales nos volvimos a ver las que diluyeron nuestra relación, pero verla todo volvió a ser como antes. Esa complicidad que me permitía hablar con ella de cualquier cosa estaba intacta, y sin darme cuenta, se convirtió en alguien indispensable en mí nueva vida. No necesitó escuchar detalles, con solo verme lo entendió todo. No me dejo sola un solo minuto, ya que según ella, teníamos que recuperar tiempo perdido. Según alguna frase que robo de alguna publicación de Tumblr,

Todo lo que nos callamos se nos acumula en el cuerpo, y se convierte en insomnio, en nudos en la garganta, en nostalgia, en duda, en tristeza. El sufrimiento que nos tragamos no se muere, nos mata. Así que sufre, grita, llora, es la única forma de sanar.

Entonces pasamos varios días llorando mientras mirábamos esas películas cursis que tanto detesto, y escuchando música deprimente mientras comíamos helado hasta el hartazgo. El segundo paso de su programa de "ayuda a los corazones rotos" fue salir tanto como podíamos. Según Mai no hay mejor remedio contra los problemas y las penas que bailar y dejarse llevar por el momento. 

Deje algunos corazones rotos a mí paso y aquello de cierto forma la ayudo a recuperar su autoestima y la confianza en mi misma, a entender que no había nada malo conmigo, que Romano era un jodido bastardo, simplemente eso. 
Ahora, estábamos en el tercer paso... Enfrentarlo. No se puede vivir escapando. No puedo pausar vida por él, ni por nadie. Se siente bien estar junto a mi padre, lejos de los problemas, lejos de todos los recuerdos que duelen, pero necesito regresar a casa. Extraño mis cosas, a mis amigos, extraño mi vida cotidiana, perderme por las calles de Buenos Aires, extraño la comida, extraño mi tierra... Es momento de seguir adelante, y si el destino me juega una mala pasada y lo cruza en mí camino una vez más, solo voy a sonreírle como si ya no significara nada en mí vida.

–¿Que ocurre tía? ¿Estas nerviosa por el vuelo o aun sigues sin poder dejar de pensar en Ezequiel?– Dice Amaia sacándome de mis divagaciones. El solo nombrarlo hace que una sensación de tristeza invada mí cuerpo. Aun mantenía la esperanza de que viniera a darme un último adiós, pero ya me había dicho que no lo haría, que no le gustan las despedidas. Voy a extrañar sus locuras, sus chistes, nuestras aventuras por Madrid, nuestro primer, único y último beso a la orilla del mar... Sonrío melancólica sin despegar la vista de la pantalla en cual continuo buscando la puerta por la cual tenemos que abordar. –Di algo joder, no me dejes hablando sola como una loca que no me gusta.– Ella no tiene idea de lo que paso entre nosotros, y no planeo contárselo, pero ha estado demasiado insistente, dice que algo en mí es diferente. Si solo supiera...  

–Mai vamos a perder el vuelo ¿Por que mejor no me ayudas a buscar la puerta de abordaje?– respondo evitando el tema.

–Tranquila no te pongas paranoica que tenemos tiempo aun. Deja el estrés para cuando estés en Buenos Aires y tengas que enfrentarte a tus ex novios.–

– Gracias hacerme sentir mas tranquila Amaia.– Suelto con evidente sarcasmo, logrando que ella me abrase.

·Vamos Lia... que todo estará bien, juntas podremos con todo no tengas miedo...– Me murmura al oído logrando que se dibuje una sonrisa en mí rostro. No se que haría sin ella, sin sus consejos y su amistad incondicional.




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