9 verdades

El peso de la culpa

Alexander Valkov:

Intento abrir los ojos, pero cuando la luz del sol impacta en ellos, quema como los mil demonios y automáticamente se cierran una vez más. Y poco a poco mis sentidos se vuelven a conectar, y una delicada mano acaricia mí mejilla. Escucho su vos suave, dulce y tranquila, diciendo mí nombre, llamándome.

–Alai...– mí mirada se encuentra con la de ella, y extiendo mi mano para acariciar su nivea piel y comprobar que no es un espejismo.

–Hasta que al fin despiertas Alex, ya me tenías preocupada.– Coloca sus labios sobre su frente y se queda así un momento. –Al menos ya no tienes fiebre... llevas durmiendo casi dos días.–

–Estaba cansado supongo.– Respondo restándole importancia al asunto.

–Tú madre me contó una vez que esto te pasa desde que eres pequeño, que siempre levantas fiebre cuando no puedes lidiar con algo.– Se recuesta sobre mí pecho, y el dulce aroma a flores en su cabello inunda mí sistema. –y no sé qué es lo que te está pasando pero quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que sea... No estás solo Alex.–

–Estare bien. Mientras te tenga a mí lado todo va a estar bien.– sonríe y mí corazón que solo late por ella se acelera. Acorto la distancia que me separa de sus labios y me apodero de ellos con suavidad. La intensidad de nuestras caricias comienza a aumentar paulatinamente y para cuándo me doy cuenta, estoy sobre ella a punto de hacerla mía una vez más. Entonces la sombra de cordura que aún me queda me detiene y pongo distancia entre ambos.

–¿que te ocurre Alex? ¿Por que te detienes?– Dice mientras intenta controlar su respiración. –¿Que es lo que quieres?–

–¿Que es lo que quiero? A vos te quiero... pero al mismo tiempo no quiero hacerte más daño...– recuesto mí espalda derrotado sobre la pared.

-Tenés razón, nunca tendría que haber venido.- Se acomoda la ropa, toma su mochila, pero cuando la veo tomar el picaporte, no puedo evitar detenerla y volver a besarla una vez más. Todo mí cuerpo palpita por tenerla una vez mas. Alai arroja su mochila al piso y se deja llevar. Las ropas comienza a estorbar y comienzo a deshacerme de ellas prenda a prenda, mientras deslizó mis manos sobre su piel que cada vez se ve más expuesta marcando la como mia. Sus mejillas se vuelven a tornan rosadas y siento su cuerpo estremeciéndose ligeramente bajo el mío. La miró a los ojos buscando duda en ellos pero no la hay. Quiere ser mía y yo entregarme completamente a ella, aunque quede completamente expuesto, aunque le de las armas que necesita para destruirme. La beso con ansiedad y desesperación, y un te amo que se escapa de sus labios se pierde en la nada antes de que vuelva a sumergirme en la oscuridad.

Mis ojos se abren y me estrello de frente con la realidad. Ella no está, nunca estuvo aquí, sólo fue un mal chiste de mí mente trastornada. Todo a mí alrededor es un caos, igual que mí cabeza. Llevaba días sin dormir, anestesiandome de la realidad, intentado escapar de los problemas que me rodean por todos los flancos y había terminado desmayado en el sillón.

Mí principal problema tiene nombre, Lucía. Lucía y ese hijo que amenaza con arrebatarme lo único que realmente deseo con su sola existencia.

–¡Maldita sea! Fue solo una vez– Exclamo molesto, y en un arranque estrelló una nueva botella contra la puerta. –¿Será esto a lo que llaman karma? ¿Será la forma en la que la vida me cobra todo lo malo que hice?– Reflexiono mientras me invade la impotencia. –Me la pone nuevamente en el camino, hace que me vuelva a enamorar de ella, y cuando estoy a punto de tenerla nuevamente, me la arrebata de entre las manos sin que pueda hacer nada para evitarlo.–

Hace demasiado tiempo que no me siento tan perdido. Necesito que alguien me diga que todo va a estar bien, un consejo, o siquiera un golpe en la mandíbula que me traiga nuevamente a la realidad y me haga despertar. Pero estoy solo, completamente solo. Antes podía contar con Romano, él estaba siempre a mí lado de forma incondicional. No importaba cuantas veces lo echara, no se iba, porque sabía que lo necesitaba. Pero mis acciones hicieron que lo perdiera incluso a él, que jamás se rendía conmigo.
Y solo yo se cuanto me duele, pero no lo culpo por alejarse. Cualquiera lo habría hecho mucho antes, pero a él le tomo demasiado darse cuenta de que no valía la pena seguir perdiendo su tiempo conmigo.

El timbre suena. Por un momento dudo en abrir la puerta, quizás lo mejor sea fingir que estoy dormido. No tengo ganas de ver a nadie, pero es demasiado tarde como para que alguien moleste si no es por un asunto que no sea urgente. Mí cuerpo reacciona solo, y cuando me doy cuenta, mí mano está en el picaporte.

–Nunca pensé que te vería por aquí otra vez.– Suelto fingiendo estar despreocupado, sabiendo que seguramente viene a reclamarme algo. Tal vez incluso ya lo sabe todo. Espero el golpe, pero nunca llega, entonces lo veo a los ojos. Esta destruido. Física y emocionalmente destruido. Atrapado en sus propios pensamientos. Aturdido por la incertidumbre y asfixiado por la realidad. Romano está hecho trizas y me invade una sensación de culpa que jamás había experimentado porque se que soy el único culpable de su estado. Destruí a la última persona que confiaba en mí, que me quería tal y como soy, mí compañero de aventuras, mí hermano.

–yo tampoco pensé que vendría a buscarte. Ni siquiera se como llegue hasta aquí si te soy sincero... Creo que es porque eres el único con el que puedo hablar sin que me juzgue, y si no saco todo esto que siento mí cabeza va a estallar.– Le hago un gesto con la mano para que pase. Se derrumba frente a mí en el sillón y le extiendo una cerveza.

–Te ves fatal Romano.– Suelto casi pensando en voz alta, él donríe de lado intentando ocultar sus tristezas, pero sus ojos no mienten. Se está ahogándo en sus penas y me busca como sus salvavidas sin saber que yo soy el mar que lo arrastra hasta su destrucción.




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