9 verdades

No lo digas.

Cuando Lucía ve llegar a Romano por instinto quiere correr a sus brazos, pero se detiene en seco al ver que Alexander viene caminando trás él. Estaba en ese punto en el que en realidad no sabía cómo se sentía, estaba invadida por una mezcla de tristeza, enojo, resignación y vacío. Sobretodo eso, vacío, de ese que no se llena con nada, de ese que te rompe el alma, que te hace creer que después de este punto ya no hay más nada, que nada más importa, porque lo perdiste todo. Romano la estrecho protectoramente entre sus brazos. Se sentía tan cálido, tan confortable, que al cerrar los ojos y respirar su aroma, casi se pareció transportarse a un lugar donde no existían las penas y el dolor. Las lágrimas inundan su rostro, Romano no las ve, pero siente y quiere consolarla, pero no sabe cómo. ¿Que se dice en un momento así?
–Piensa que él está mejor ahora, que al menos no va a seguir sufriendo.– Aquello soñaba a un discurso cliché. Respiró profundamente y entonces, casi como si se hubiera hecho la luz, dejo salir de sus labios justo lo que Lucía necesitaba escuchar.

–No estás sola... Me tienes a mí y lo tienes a él o ella.– murmuró a su oído mientras colocaba su mano en su vientre. Sus miradas se encontraron y súbitamente, las lágrimas dejaron de fluir. No supo cuanto tiempo estuvo así, pero se sintió como la eternidad misma. El momento hubiera sido perfecto si solo hubiera dado el siguiente paso y la hubiera besado, pero nunca ocurrió. Lucía no dijo nada, pero lo entendió todo. Era la forma en que Romano le decía –Estoy a tu lado, pero no con vos.– Y ni siquiera podía culparlo por la gran tristeza que la invadió cuando puso distancia entre ambos. Fue ella quién eligió quererlo sabiendo que el sentimiento minera recíproco, la que quiso ocupar un lugar en su corazón que siempre tuvo dueña.

Romano se ofreció a ocuparse de la parte administrativa del asunto. Lucía no se negó, no tenía cabeza para eso y pronto lo perdió tras doblar en el pasillo. Se derrumbó en una silla esperando por su retorno, ajena a todo, abstraída en su propio mundo, tanto que incluso había olvidado que Alexander también estaba en el lugar. Su ser completo se estremeció cuando sintió que se sentó a su lado. Estaba dispuesto a mandarlo al demonio si soltaba alguno de sus comentarios fuera de lugar, pero no lo hizo. De hecho fue todo lo contrario.

–Lo siento Lucía.– Ella le dedicó una mirada cargada de incertidumbre e incredulidad mientras analizaba si estaba siendo sincero o era sola otra de sus manipulaciones. No dice nada, solo recuesta su cabeza sobre su hombro. Alex es tan distinto a Romano, cuando está a su lado solo siente frío, distancia, vacío, desprecio... Y a pesar de todo, no puede terminar de cortar el lazo que la une a él. Sabe que ya fue suficiente, que no tiene que seguir buscando en él algo que no existe, pero aún así insiste. Quiere quedarse así, en silencio. Quiere pensar que siente siquiera pena por ella, pero Alex tiene demasiadas dudas. Son demasiadas las preguntas que no pueden esperar pacientemente por una respuesta y las resume todas en una. –¿Qué piensas hacer?– Lucía siente como si hubiera despertado de una dulce ensoñación, en la que creyó que tal vez ese monstruo podía sentir algo de empatía.

–¿Con que?– Pregunta apartándose de él.

–Con todo.– Responde desviando su mirada al vientre de la chica.

–Es mí hijo... Pensé que te había dejado en claro que no está en discusión hacer nada que pueda dañarlo.– Alexander sonríe de lado. Estaba preparado para escuchar esa respuesta, resignado a no poder hacer nada para persuadirla.

–¿Y vas a engañar a Romano y hacerle creer que es de él? Veo que te gusta como te trata.– Indaga.

–No, no puedo hacer eso. No puedo mentir con algo tan importante. Roma es una buena persona, el cariño que me demuestra es como una caricia al alma. Me devolvió la confianza y el autoestima, las esperanzas, no se merece que lo engañe de esa manera.– Responde con la voz rota. –Voy a decirle la verdad después del funeral de mí padre y lo voy a dejar libre, para que sea feliz con quién desee.–

–No puedes hacerlo, ¡tenemos un trato!– exclama intentando mantener la compostura.

–Nuestro trato se acabó en el momento en que mí padre dejó de respirar Alex. Cumplí con mí parte, y vos con la tuya. A partir de ahora estás solo con tu venganza, plan de Reconquista o lo que sea que haya sido todo este conjunto de artimañas siniestras que creó tu mente trastornada.– Alex suelta un suspiro.

–¿Cuánto quieres por no decir toda la verdad?– Ella lo mira muy bien sin entender a que se refiere. –Porque... No es necesario que le digas que cabe la posibilidad de que ese hijo sea mío...–

–No cabe la posibilidad, yo sé quién es el padre de mí hijo y vos también.–

–¡Eso no es importante ahora!– Dice intentando retomar el punto de la conversación. –Con que le digas que tu hijo no es de él, es más que suficiente para limpiar tu conciencia y hacer lo correcto. Cuando  nazca le hacemos un ADN, y si resulta ser mio te doy una cantidad por mes para que jamás le falte nada y listo.–

Lucía no puede evitar comenzar a llorar nuevamente y no precisamente por la muerte de su padre. Llora, porque le duele que quiera deshacerse de ella y de su hijo como si solo fueran dos piedras que le estorban en su camino, y por la rabia y la frustración que siente contra ella misma. Llora por haber sido tan tonta, porque está arrepentida de haberse dejado humillar tanto, de decir que si cuando tendría que haber dicho que no. Había perdido su dignidad, su orgullo y su amor propio. Se había perdido a sí misma en el laberinto de mentiras, heridas, caricias y palabras bonitas que Alex había construido para ella. Pero ya no más.
Aquellas palabras habían destrozado por completo la cadenas que la mantenía atada a él, o mejor dicho, a la idea que tenía de él. Porque en algún momento pensó que podría cambiarlo, que podría notar que para ella no era una transacción, que cada vez que se entregaba a él le entregaba una parte de su alma, que no soportaba todo por plata, que era porque lo amaba, porque lo necesitaba, porque veía más allá de la imagen que le proyectaba al mundo. El miedo que le profesaba se desvanece, y deja escapar todo su sentir en forma de hirientes palabras capaces de hacer tanto daño como el que Alex le hizo a ella durante el tiempo que duro su tormentosa relación.




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