A. Alexa. All'italiana

6

—¡Ciao! —Aurora entró al consultorio con paso ligero; Gina alzó la mirada de los informes que estaba rellenando para posarla en ella.

Ciao. —la saludó—. ¿Qué haces tú por aquí? —La menor se sentó en la silla delante de su escritorio en una perfecta pose de princesa.

—Papá y Edoardo están por llegar. —le informó, encogiéndose de hombros como si no tuviera importancia.

Certo. —Gina escondió una sonrisa—. Y no quieres estar ahí cuando lleguen. —dedujo. Aurora asintió.

—¿Tú sí? —Negó con la cabeza—, Ves. Estamos en problemas. —susurró.

—¿Davvero? Me suena a algo que yo había repetido hasta el cansancio tres días atrás y tú no me hiciste caso. —la reprendió, pero Aurora no se mostró para nada avergonzada.

—No creo que Elisa nos delate. —cambió de tema, pero Gina no estaba tan convencida de ello.

—Yo pienso que ya está colgada de su ventana esperando que lleguen para correrles con el chisme. —contradijo. Tal vez Elisa nunca delataría a Aurora, pero Gina era otro caso. Estaría encantada en causarle problemas; fue así en el pasado y en el presente las cosas no iban mucho mejor.

Claro que ella nunca esperó encontrar una amiga en ella, pero el rencor que parecía tenerle la mujer era inexplicable. Tampoco pensó que su escapada de noche pasaría inadvertida a la jefa de seguridad, simplemente no le importaba la opinión de la mujer. Había escuchado su sermón y lo había olvidado apenas cruzó la puerta de su habitación. Además, tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

—Será mejor que esté ahí, ¿verdad? —preguntó Aurora, dubitativa. Gina asintió—. ¿Tú?

—Tengo que terminar algunas cosas. —le señaló la pila de papeles que tenía delante—. El zio quiso que abramos el consultorio por la vía legal, lo que solo añade trabajo.

—Te encanta mantenerte ocupada. —Le recordó Aurora—. Así no piensas en otras cosas.

—No voy a negarlo. —sonrió—. Además, me siento más útil desde que empecé a trabajar.

Aunque la apertura del consultorio no fue prevista hasta la semana siguiente, Gina se adelantó. Estar sola en una villa enorme, sin Edoardo y con un montón de tiempo para pensar, le fue insoportable. Por eso decidió ponerse su mantel blanco y ocupar su puesto en la familia.

—Entonces, yo me voy. —repitió Aurora, claramente reacia a irse—. Nos vemos luego.

Ci vediamo. —La saludó antes de volver a sus informes.

La noche había caído cuando entró a la villa finalmente. Enzo estaba en el salón, bebiéndose una taza de café.

—¿Edoardo? —le preguntó,

—En su habitación. —Fue la respuesta escueta del guardaespaldas.

—¿Tuviste problemas por la otra noche? —quiso saber, Enzo negó.

—Por alguna razón misteriosa, Elisa calló. Al menos por hoy.

—Yo me encargo de eso. —prometió—. ¿El zio subió también? —Enzo volvió a negar.

—Sigue en su despacho. Al parecer, la reunión no fue muy bien,

—Voy a ir a verlo un minuto. —pasó a su lado, Enzo la detuvo del brazo. Nerviosa, Gina observó a su alrededor, pero seguían estando solos.

—Cuídate de Elisa. —le advirtió—. Te tiene en la mira y sabes que ella no es de las que juegan. —Gina asintió, tragando saliva.

—¿Hay algo que quieres decirme? —inquirió. Enzo pareció dudar, pero finalmente negó—. Voy a ver a Carlo, entonces. —se zafó de su agarre e hizo su camino hasta la guarida del capo.

Carlo estaba reclinado sobre su silla, con el teléfono en la oreja, hablando con alguien. Gina cerró la puerta con cuidado para no molestarlo, pero él la vio de todos modos. Siempre alerta, pensó. Le indicó que se sentara y que no tardaría mucho, pero la llamada se prolongó por otros diez minutos.

—Deberías cortar tus horas de trabajo. —mencionó cuando este dejó el celular sobre el escritorio. Carlo enarcó una ceja—. Según tengo entendido, Edoardo se hace cargo del negocio y aquí estás, trabajando más que antes.

—Hay algunas cuestiones de las que Edoardo no puede ocuparse, picciolina. —El hombre suspiró—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre la guerra? —Gina asintió—. La reunión fue sobre eso. Todos estamos sufriendo perdidas, todos se atacan entre todos y nadie quiere asumir la responsabilidad. —le explicó.

—Escuché algo sobre eso. —Confesó, Carlo la miró con sorpresa—. Aurora y yo salimos, como ya debes de saber. —El capo asintió. Gina rio internamente ante la ingenuidad de sus propios hijos; no podía creer que pensaban que algo podría suceder sin que él lo supiera—. Vi a Alessandro.

—¿Che? —exclamó.

—Me encontró en el bar. —susurró, como si alguien pudiera oírlos a través de las paredes.

—Gina… —Carlo soltó un suspiro pesado, negando con la cabeza.

—Me dio un mensaje para ustedes. Para ti.

—¿Qué quiere? —quiso saber.

—No está detrás de los ataques y los sabotajes. —repitió las palabras de Alessandro.




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