A. Alexa. All'italiana

11

Fueron las horas más difíciles de su vida. Pero, Luca estaba descansando en su habitación improvisada, arropado por sus padres y Gina finalmente podía respirar con tranquilidad.

—Eso fue increíble. —comentó Enzo, quien había presenciado la operación. Gina se encogió de hombros, indicándole con la cabeza a Sofía.

—¿Podrías conseguirme un café? —pidió—. ¿Y un poco de libertad? —añadió con una sonrisa.

—Haré lo que pueda. —prometió su amigo. Solo cuando se quedaron a solas, Sofía habló:

—¿En serio estará bien? —Su mirada permanecía clavada en la ropa ensangrentada que le habían quitado a Luca.

—Lo estará. —le aseguró, acercándose a ella—. Deja que te vea la cabeza. —Sofía se mostró reacia, pero finalmente dejo que Gina se acercara.

—Intentaron matarme. —Saliendo de su estado de estupor, la mujer empezaba a ceder ante el pánico. Gina no encontró palabras para confrontarla; no podía negar una verdad tan obvia—. ¿Por qué? —Era la misma pregunta que rondaba la mente de la doctora desde que supo del atentado, pero las respuestas se le escapaban.

—¿Qué estaba investigando Luccio? —Cuestionó finalmente, tomándola por sorpresa—. ¿Por qué fue personalmente a esa entrega? —Sofía se encogió sobre sí misma; Gina terminó con su revisión y se sentó en el piso delante de ella.

—Yo qué sé. —musitó, a la defensiva. Gina la miró fijamente, hablándole con la mirada. Finalmente, la otra mujer suspiró—. Estaba convencido de que alguien estaba robando pequeñas cantidades de mercancía durante las entregas. —empezó—. Cantidades insignificantes, más, durante tanto tiempo que pudieron alzar un imperio. Y después, empezó a escuchar cosas similares de las demás organizaciones.

—¿Alguien estaba robando a todos? —se interesó Gina.

—Luccio creía eso. Era la manera más fácil de volverse rico en este mundo. No tenía que invertir nada y tenía muchas ganancias.

—Hasta que las familias se dieron cuenta y seguramente, aumentaron los controles. —dedujo Gina, Sofía le dio la razón con un asentimiento.

—Luccio no le dijo nada a nadie porque no estaba seguro. Alguien robó a los Rossi dos semanas antes de la emboscada a los nuestros. Estaba convencido de que se habían cansado de jugar a las escondidas y comenzaron con ataques más directos. Por eso fue a esa maldita entrega. Y lo mataron. —Una lágrima solitaria se le escapó, Gina se puso de rodillas para abrazarla—. Perdón. —se disculpó, pero la doctora le quitó importancia.

—Puedes llorar aquí. —le ofreció. No era secreto para nadie que Luccio y Sofía habían mantenido una relación romántica; hasta habían hablado de casarse. Lo que no entendía Gina era porque la mujer no ocupaba el lugar que le correspondía como a su novia, pero no era el momento de preguntárselo—. Si Luccio tenía razón, entonces, no son las familias las que se atacan mutuamente. —Sofía negó.

—¡No! Ellos quieren que lo pensemos, así quitarían de en medio la concurrencia. Luccio iba a decirle todo esto a Edoardo, pero… primero quiso obtener pruebas.

—¿Se lo dijiste a alguien, Sofía? —Era la única razón por la cual alguien quisiera matar a una criada. Sofía tenía en su poder la información que podría cambiar el curso de las batallas que estaban diezmando sus populaciones.

—Eres la primera. —replicó—. Luccio me hizo prometer que no diría nada, por mi propia seguridad. —explicó—. Y después, ¿Quién iba a creerme a mí? —se encogió de hombros.

—Tienes razón. —Especialmente con el trato que le prodigaba la hermana de su amado, Sofía solo se buscaría problemas—. ¿Luccio te dijo algo sobre Lucrezia? —Sofía se sobresaltó.

—¿Qué?

—Dejó un mensaje diciendo que habían encontrado a Lucrezia. Qué estaba en peligro. —explicó.

—¡No! Me lo habría dicho. A menos… —la mujer empalideció—. No puede ser.

—Se enteró durante su cautiverio. Por eso el mensaje nunca fue mandado. Lo atraparon.

—Pero, ¿Quién tendría tanto interés en ella? —Gina negó con la cabeza.

—Se me ocurre solo una persona, Sofía. Y si tengo razón, esto es apenas el comienzo. —comentó, dejándose caer de nuevo al suelo.

🖤🖤🖤

—¿Podemos hablar? —Edoardo estaba en su habitación cuando regresó del consultorio.

—Estoy cansada. —Pasó de largo y se encerró en el baño, esperando que la ducha se llevara todas sus malas emociones.

Después de la conversación con Sofía, añadiéndole otras piezas al rompecabezas que presentaba la muerte de Luccio Russo, se sentía al borde del colapso. Y lo último que necesitaba era tratar con Edoardo y recordar su traición. Más, al parecer, él estaba decidido a hablar, porque la esperaba en el mismo lugar cuando salió del baño.

—Tienes que escucharme. —insistió este.

—Lamentablemente, no estoy sorda. —se lamentó—. Estoy cansada, Edoardo. —repitió—. Acabo de volver de un funeral, sufrí un golpe en la cabeza y fui interrogada como una criminal en mi propia casa. Me enteré que de mi novio me engaño con la persona que más me odia en este lugar y tuve una operación que duró horas. Merezco un poco de descanso. —Se dejó caer sobre la cama, esperando que captara la indirecta y saliera.




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