A. Alexa. All'italiana

15

Presente

—De nada. —espetó Giuseppe, alejándose de la mujer. Edoardo lo fulminó con la mirada.

—¿Qué haces tú aquí? —quiso saber. El joven se encogió de hombros con desinterés.

—Estaba pasando por ahí y vi que se sentía mal. —explicó con rapidez, Gina asintió automáticamente.

—Puedes irte ahora. —ordenó; Giuseppe no protestó—. ¿Estás bien? —le preguntó a Gina cuando el otro hombre se fue. Ella asintió.

—Debería preguntártelo yo a ti. —Sonrió con tristeza, dio un paso hacia él y apretó su mano—. ¿Estás bien? —Una lágrima se le escapó a Edoardo y ella se apresuró a limpiársela, acariciando su mejilla con ternura.

—Me siento tan inútil. —susurró—. No sé dónde comenzar la búsqueda, donde… —se calló, negando con la cabeza. ¿Qué quería este? —volvió a preguntar.

—Ya te lo dijo. Me vio y entró para ver si estoy bien. Yo debí ir con ella, Edoardo; tal vez… —El hombre la envolvió en un fuerte abrazo.

—Ni siquiera lo digas. —pidió—. No podría soportar perderlas a las dos.

Un puño de culpa apretó el corazón de Gina. Por primera vez en su vida, quiso hablar sin ocultarse, sin pretender ser alguien quien no era, sentirse una impostora. Pero, sabía que no era el momento.

—Edoardo. —La voz de Elisa se escuchó desde el pasillo. Ella también parecía demarcada, aun manchada de sangre—. Tu padre quiere que todos nos reunamos al salón. —informó, viendo con fijeza sus manos unidas—. Quiere decirnos algo.

Bajaron de inmediato, en casos así no había tiempo que perder. Gina supo lo que se avecinaba al ver a Carlo y Mattia parados juntos en medio de la habitación.

—¿Papá? —preguntó Edoardo, Carlo le indicó que se sentará. Edoardo rechazó la oferta, pero si le buscó un asiento a Gina. Por la expresión en los rostros de los dos capos, la doctora supo que Giuseppe había hablado con ellos. La presencia de Sofía en el salón se lo confirmó.

—Hemos bailado mucho tiempo alrededor de esto. —Suspiró Carlo—. Y ahora estamos pagando las consecuencias. —El dolor y la impotencia que sentía por la desaparición de su hija podían leerse en sus ojos—. Los jóvenes tal vez no lo recuerdan, pero nosotros, los viejos sí. Ginevra Ferrara. —Los murmullos se alzaron en el salón, algunos de sorpresa, otros de resignación.

—¿Quién es Ginevra Ferrara? —preguntó Edoardo, confundido. Aldo Rossi volteó hacia él.

—¿No escuchaste el mito de Ginevra Ferrara? La mujer por la cual se unió toda Sicilia. —dijo con sorna, pero al ver la mirada reprobatoria de su padre, se enserió—. ¿No es un mito? —Raffaelo negó.

—Ginevra era la hermana mayor de mi esposa, Sabina. —Explicó Mattia—. Y nada sobre ella es un mito.

—¿Qué tiene que ver con el secuestro de Aurora? —volvió a preguntar Edoardo, impaciente por encontrar a su hermana.

—Ginevra se casó con Corrado Ferrara, el capo más poderoso de Nápoles. Su familia no estuvo de acuerdo, pero finalmente tuvieron que aceptar su decisión. —Explicó Mattia—. Estuvieron casados por diez años, tuvieron dos hijos. El problema era que Corrado estuvo casado antes, se divorció de su primera esposa por Ginevra.

—¿Vamos a escuchar una historia en medio de una crisis? —siseó Elisa detrás de ellos, Edoardo se encogió de hombros.

—Si escucharas más de lo que hablas, tal vez te iría mejor en la posición que ocupas. —comentó Gina, volviendo a prestar atención al relato.

—La primera esposa de Corrado volvió de repente, buscando la custodia de su hijo. Al ver que no podía luchar contra la familia Ferrara, decidió destruirla. Ginevra y sus hijos fueron los primeros en la lista. Le llenó la cabeza a Corrado en contra de su actual mujer, llegando al punto de convencerlo de que sus hijos no eran suyos. Fue una larga batalla y Ginevra finalmente aceptó que no podía ganarla. Huyó con sus hijos a Sicilia.

—Ahí viene la parte de la mujer por la cual toda Sicilia se unió. —Prosiguió Carlo, mirando hacia Aldo—. Los Ferrara eran enemigos y Ginevra era una de los nuestros. No importaba a que familia pertenecía, en ese momento el enemigo venía desde afuera. Todos convenimos de que debíamos protegerla; a ella y a los pequeños. Pero, eventualmente, Corrado los encontró. —Se calló un momento, incapaz de seguir; seguramente recordando las imágenes sangrientas de esa noche. Gina tampoco se sentía capaz de seguir escuchando, pero una fuerza mayor la mantenía pegada a su silla—. Hace exactamente quince años, Ginevra fue asesinada en la cabaña donde se escondía. Sus hijos, Lucrezia y Bruno, pudieron escapar de la casa, pero los encontraron cerca del acantilado.

—¿Mataron a los niños? —Elisa se escuchó escandalizada.

—Lucrezia logró esconder a Bruno y le disparó a Leonardo Ferrara, su hermano mayor. Los encontramos el día siguiente; a ella herida, pero el pequeño estaba ileso. Corrado Ferrara se suicidó ahí mismo, suponemos después de asesinar a la mujer que amaba.

—¿Qué pasó con los niños? —preguntó Aldo.

—Seguían en peligro. La furia de los Ferrara no terminaba con la muerte de Corrado, especialmente porque nunca supimos que ocurrió con Leonardo. Los escondimos, decidiendo que solo unas pocas personas sabrían de su paradero. Dos de esas personas —Sabina Bianchi y Luccio Russo— están muertos. La tercera logró escapar. —miró hacia Sofía.




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