A. Alexa. All'italiana

18

Tenía mucho sueño, pero algo dentro de ella estaba instándole a abrir los ojos. En el fondo de su mente presentía que algo malo estaba ocurriendo a su alrededor. Abrió los ojos, solo para encontrarse en una habitación húmeda y oscura. Se arrastró por el suelo hasta volver a la posición sentada, la pared húmeda le molestó la espalda.

Dio, que sea otra estupidez de Elisa. —pidió, aunque sabía, en el fondo de su mente, que Elisa no tenía nada que ver con aquello. Estaba en problemas, realmente.

Ralentizó la respiración e intentó escuchar lo que sucedía a su alrededor. Detrás de la puerta no se oía ningún sonido, parecía encontrarse sola en ese lugar desconocido. No se confió: si su hermano estaba detrás de su secuestro, nunca la habría dejado sin vigilancia.

—Te odio tanto, Leonardo. —dijo a la nada, necesitando sacarlo de su sistema.

Había vivido quince años temiéndole a un fantasma del pasado. Hasta cuándo las cosas parecían seguras, ella siempre volteaba hacia atrás, convencida de que un día aparecería para destruir su felicidad. Finalmente, ese día había llegado y ella no estaba preparada para enfrentarse a él. Intentó moverse, pero la droga que le habían suministrado la había debilitado. Logró arrastrarse hasta una pequeña ventana, más no logró ver nada más allá de una hilera de árboles. Estaba lejos del centro, no se habrían arriesgado a tenerla cerca de las familias. No, si sabían que todos estaban buscándolos.

—¡Bruno! —recordó que su hermano también debía de estar por ahí, aunque no se atrevió a gritar su nombre. No quería llamar la atención de los secuestradores. Más, la sola idea de encontrarse cerca de Bruno y de Aurora la confortaba de alguna manera. Saber que no estaba sola en ese lugar remoto le daba esperanzas de que podría salir ilesa de esa situación.

De repente, comenzó a escuchar movimiento afuera. Se alzó con dificultad para espiar por la ventana, apenas logró divisar un par de siluetas a través de la suciedad. No distinguió las voces, pero seguía escuchando murmullos. Se volvió a dejar caer sobre el suelo, temiendo que la verían observándolos. La primera lección que aprendían en su mundo era nunca llamar la atención, nunca provocar a sus captores. Las voces se trasladaron desde afuera hasta adentro. Con cada segundo que pasaba, el miedo se intensificaba dentro de ella. La sola cercanía de las personas que la trajeron ahí la inquietaba. No quería hacerse la valiente, no en esa situación. Estaba aterrorizada y debía actuar en consecuencia, la falsa valentía no la llevaría a ninguna parte. El cerrojo de su puerta sonó, el sonido se extendió por toda la estancia hasta clavarse en el corazón de Gina. Un hombre entró, cerrando la puerta detrás de sí, volviendo a sumir la habitación en la oscuridad.

Benissimo. —reconoció la voz de Samuele—. Estás despierta. —canturreó; Gina no entendía nada. Recordaba que Samuele había venido a visitarla en su habitación, le trajo la comida. Recordó que le ofreció una taza de café, tal y como a Gina le gustaba. Después de eso, todo fue negrura.

—¿Che…? —quiso decir, más él chasqueó la lengua, interrumpiéndola.

—No estoy de humor para preguntas estúpidas. —le dijo en un siseo—. ¿Sai que difícil fue sacarte de esa casa sin que nadie se diera cuenta? —preguntó.

—Me imagino. —Replicó Gina, furiosa consigo misma por habérsele puesto en bandeja de plata—. Pudiste haberte ahorrado la molestia. —añadió. Samuele golpeó la pared con el puño, enojado.

—Dije que te callaras. —espetó.

—Dijiste que no hiciera preguntas estúpidas. —punteó, enojándolo aún más.

—Cállate, Lucrezia. —amenazó—. Ahora te lo digo en serio. —Algo en su tono de voz hizo que Gina le haga caso.

Delante de ella no estaba el hombre calmado, estable que siempre conoció. El hombre en el cual se apoyaban para proteger su verdad. Samuele parecía perdido en algún punto entre la realidad y la ficción, viendo fantasmas donde no los había. Miraba la ventana, desde que había entrado sus ojos no se posaron en Gina. Como si, al no verla, la realidad de su traición no se haría más patente. Gina pensó en aprovechar eso.

—¿Dónde está mi hermano? —preguntó después de unos minutos de silencio. Samuele río.

—¿Cuál de los dos? —se burló.

—Bruno. ¿Dónde está Bruno? —insistió. Samuele se encogió de hombros.

—No lo sé. —Replicó, con una sonrisa traviesa en sus labios—. No está aquí. —dijo finalmente.

¿Los habían separado? Gina se asustó. Se había consolado con la idea de tener a Bruno cerca, pero si estaban en lugares separados, eso solo haría la búsqueda más difícil. Sacudió la cabeza para dispersar las lágrimas que comenzaban a picarle en los ojos.

—¿Lo tienen en otro sitio? —intentó una vez más. Samuele asintió.

—No sé dónde está. —Dijo de nuevo—. Es inútil que sigas preguntando. —El silencio volvió a extenderse entre ellos.

—¿Por qué estás haciendo esto, Samuele? —Volvió a hablar, el hombre la fulminó con la mirada—. Eras nuestro puerto seguro. ¿Por qué nos traicionas? —Dejó que el dolor se filtrara en su voz, un dolor real que la quemaba por dentro.

—Fui su comodín. —la corrigió—. El bueno de Samuele, quien estaba ahí para resolver todos sus problemas. —rio secamente.




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