—No entiendo nada. —Alessandro fulminó con la mirada a Aurora, sin comprender por qué no le hacía caso. Le había dicho que se mantuviera en silencio, no que provocara a sus captores. Aunque, las efímeras esperanzas que tenía de que lograría negociar la liberación de Aurora, desaparecieron en el momento que reconoció a la mujer delante de él.
—Cállate. —siseó en voz baja, la joven se encogió sobre sí misma. Sintió como agarraba su camiseta con fuerza, pero no dio señales de haberlo notado. Si se daban cuenta de que se preocupaba por su compañera de celda, ellos lo usarían en su contra. Y no quería ver a Aurora sufriendo por su culpa—. Esto es una sorpresa. —La mujer rio; su risa era como un soplo de viento fresco, como la melodía más hermosa del universo. Alessandro había adorado escucharla reír, sentía que, mientras ella reía, nada malo podría ocurrir en el mundo.
—Apuesto que sí. —Con una sonrisa en los labios, arrastró una silla metálica por el suelo, haciéndola chirriar. Aurora apretó aún más la camiseta de Alessandro, claramente le molestaba el sonido. Alessia se sentó a pocos metros de ellos, cruzó las piernas en una pose elegante y los observó con cuidado—. Lamento la confusión, querida Aurora. —Le habló a la joven, pero nada en sus palabras denotó dicho arrepentimiento—. Sabes lo que dicen, si quieres que algo se haga bien, debes hacerlo tú mismo. —comentó, revisando sus uñas. Aurora quiso decir algo, pero el hombre a su lado la detuvo con un toque. Lo miró por el rabillo del ojo, él negaba con la cabeza.
—Ella no tiene nada que ver aquí, Alessia. —dijo—. Puedes dejarla ir. —La joven chasqueó la lengua, divertida.
—Sabe demasiado. —Sentenció, encogiéndose de hombros—. Entiendes por qué no puedo dejarte ir, ¿verdad? —Volvió a dirigirse a la otra mujer. Aurora asintió, al borde de las lágrimas—. Tranquila, no te voy a matar, aún. —la tranquilizó—. Puedes serme de utilidad.
—Deja de jugar. —Alessandro intentó llamar su atención—. Si los De Santis descubren lo que estás haciendo… —Alessia se levantó, irritada.
—Estoy harta de tu rollo de hermano mayor, Alessandro. —escupió el nombre con desprecio. Luego, la sonrisa volvió a aparecer en sus labios y se relajó visiblemente—. Además, los De Santis ya saben quién es el culpable de la desgracia de Aurora. Alessandro comprendió sus palabras al instante. Todos buscaban a Leonardo Ferrara, nadie sabía que el enemigo estaba más cerca de lo que podrían siquiera imaginarse—. ¿No me vas a preguntar por qué estoy haciendo esto? —Alessia parecía decepcionada después de varios minutos que pasaron en silencio; minutos que no fue el centro de la atención. Alessandro negó, haciéndola rabiar.
—Yo quiero saber. —se metió Aurora. Al ver como los ojos de Alessia brillaron, el hombre comprendió que era una buena idea hacerla hablar. Ella quería contar su historia y eso les ganaría tiempo para pensar en cómo escapar.
—¿Vedi? —Alessia pisó sobre su rodilla maltrecha y el hombre casi soltó un grito de dolor—. Aurora quiere saber por qué va a morir. —rio histéricamente. Alessandro trató de recuperar el aire después del ataque doloroso, así que no se fijó que la mujer se había arrodillado delante de ellos, viéndolos con interés—. ¿Quieres contarle tú, ya que lo sabes todo? —ofreció.
—No lo sé todo. No sé por qué estás haciendo esto, Alessia. —corrigió entre dientes. Alessia ladeó la cabeza, incrédula.
—Al final no eres tan inteligente como todos piensan. —dijo divertida. Su celular sonó y esbozó otra sonrisa tenebrosa al ver algo en él—. Tendrán que esperar. —avisó—. Tengo cosas más importantes que hacer. —Salió con rapidez, con el sonido de sus tacones resonando por el pasillo.
—Maldita sea. —siseó Alessandro, frustrado con la situación. Había tenido al enemigo en su propia casa todo ese tiempo, durmiendo a solo unas puertas de él y nunca se dio cuenta de nada. Y ahora, dos mujeres inocentes estaban en peligro por su culpa.
—¿Puedo preguntar? —La voz de Aurora era tan baja que apenas logró escucharla.
—No entiendo nada. —le dijo, cortando su interrogatorio de raíz. Aurora se encogió de hombros—. ¿Qué? —preguntó al ver ese gesto.
—Creo que, si un día Edoardo decide matarme, al menos sabría la razón. —explicó. Alessandro asintió, encontrándole lógica a ese razonamiento—. ¿Cuántos años tiene? —cambió de tema.
—Dieciocho. —Respondió Alessandro—. Recién cumplidos.
—Es muy joven. —Susurró Aurora—. Aparentemente, no hay edad para la maldad.
—Creo que es para el amor. —bromeó.
—Soy una persona flexible. —Replicó Aurora—. Los dichos también deberían serlo. —protestó. Su conversación se vio interrumpida, de nuevo, por Alessia.
—¡Aurora! —exclamó, aplaudiendo—. ¿Recuerdas cómo te dije que no te voy a matar, aún, porque puedes serme de utilidad? —No esperó por una respuesta, siguió hablando—. Ya no me eres de utilidad. —avisó con felicidad.
Alessandro sintió miedo por primera vez desde que lo atraparon. Si Alessia no necesitaba a Aurora, quería decir que obtuvo lo que quiso de los De Santis. No era estúpido, sabía que quería intercambiar Aurora por Gina. Si el intercambio cayó, era porque ya tenía a Gina.
—Aún no me contaste por qué voy a morir. —Alessandro podía sentirla temblando a su lado, pero la voz le salió firme. Alessia asintió, acercándose. Se inclinó hacia ella y le quitó el collar de Gina bruscamente, causándole un siseo de dolor.
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Editado: 05.05.2022