A. Alexa. El corazón de Valentina

3

Con una seguridad que no sentía, entró a la estación de policía. No quería mostrarle a nadie lo insegura que se sentía, lo asustada que estaba por lo que podría significar el arresto de su padre.

—Hola. —Saludó a la uniformada que estaba en el mostrador, la mujer la miró con desdén—. Estoy buscando a mi padre. Juan García. —La policía miró algo en su computadora, frunció el entrecejo y volvió a mirarla.

—Espera ahí. —Le señaló unas sillas a unos cuantos metros, Valentina caminó hasta ellas y se dejó caer sobre una; se sentía abatida y no sabía por qué. ¿Desde cuándo la molestaba tanto lo que hacía Juan?

—¿Señorita García? —Otra mujer se acercó a ella; más amable que la anterior. Valentina esbozó una sonrisa vacilante—. Puede venir conmigo. —Dio media vuelta y empezó a caminar, Valentina se apresuró a seguirla.

—¿Puede decirme que pasó? —Correteaba detrás de la mujer; sus tacones altos le dificultaban cualquier movimiento.

—Su padre se metió en una pelea en un bar a unas cuadras de aquí. Estaba intoxicado. —Nada de eso sorprendía a Valentina, pero se abstuvo de decírselo a la mujer policía.

—¿Cuándo podrá salir? —preguntó, llena de esperanza. Valeria y su madre no soportarían la noticia de Juan encarcelado; aunque para Valentina eso sería más una bendición que un problema.

—En circunstancias normales, hasta ahora tendríamos todo arreglado. —La mujer se detuvo delante de una mesa y tomó una carpeta, empezó a ojearla sin importarle que Valentina estuviera esperando una respuesta más clara.

—¿Estás no son circunstancias normales? —La policía —quien parecía haber olvidado que se encontraba acompañada—, la miró fijamente.

—Señorita, su padre golpeó a un policía fuera de servicio durante esa pelea. Eso es una circunstancia agravante y si tomamos en cuenta sus problemas con la ley anteriores…

—Maldición. —Susurró, la otra mujer se encogió de hombros—. ¿Qué puedo hacer? —Por más tentada que estuviera, no podía dejarlo en la cárcel. Por Valeria y por Jimena, todo por ellas.

—El policía que estaba en la escena aún no presentó una denuncia. Si él no lo hace, las cosas serán un poco más simples para Usted. En caso contrario…

—¿Puedo verlo? —la interrumpió, no necesitaba que le dijera de nuevo los problemas que se avecinaban.

—Veré que puedo hacer. —Dejó la carpeta sobre la mesa y empezó a moverse de nuevo, Valentina la siguió a casa paso—. Espéreme aquí. —le pidió cuando se acercaron a una puerta custodiada por otro policía. Discutieron sobre algo unos minutos y la mujer volvió hacia Valentina—. Tiene cinco minutos. —le señaló la puerta, se la abrió y la dejó pasar.

Casi no reconoció al hombre que estaba sentado en el camastro. Ojalá no lo conociera. Estaba cansada de comportarse como la madre, como el padre de todos. Y Juan seguía tentando sus límites cada día.

—¿Cuándo salgo? —se incorporó; su ojo derecho estaba cerrado por algún golpe que recibió, sus nudillos ensangrentados por los que repartió. Su camisa estaba llena de sangre y seguramente de vómito; las náuseas atacaron a Valentina.

—Golpeaste a un policía. —Juan no pareció sorprendido, tampoco arrepentido—. Están esperando a ver si él va a firmar la denuncia, entonces sabremos más.

—¿Fijaron la fianza? —quiso saber, Valentina negó con la cabeza.

—Tú no te das cuenta en lo que te metiste, ¿cierto? —Preguntó, con incredulidad—. Atacaste a un oficial de la policía, ¿crees que van a fijarte la fianza? ¿O qué nosotros podremos pagarla?

—¿Qué quieres decir con ello? —La cólera empezó a filtrarse en la voz de Juan, pero Valentina estaba cansada de todo.

—No hay dinero, papá. —Escupió la última palabra—. No hay dinero para la universidad, para un apartamento, para el coche. No hay dinero para el tratamiento de Valeria. —enumeró—. ¿Qué te hace pensar qué hay dinero para tus caprichos? ¿Para ti?

—No estarás pensando en dejarme aquí, ¿o sí? —Llenó de desdén, se acercó a ella. Valentina no retrocedió, aunque ganas no le faltaban—. Soy tu padre, Valentina, ten cuidado como me hablas. —amenazó.

—Entonces, empieza a comportarte como tal de una vez. —No iba a amedrentarse, tampoco iba a callar en esa ocasión. En esa celda estaban alejados de los oídos de Valeria y de su madre, no tenía por qué reprimirse—. ¿Sabes en dónde estaba cuando me llamaron? —Juan no respondió—. En una entrevista de trabajo. La única, escúchame bien, única salida que tenemos de todo esto y casi lo arruiné porque me llamaban de la policía porque mi padre es un borracho y se metió en una pelea. —ironizó.

—No me hables así. —gritó Juan.

—¿Cómo quieres que te hable, papá? —Gritó de vuelta—. Porque lo intenté todo.

—Eres la víctima aquí, ¿no? Te recuerdo que soy yo quien está entre las rejas.

—Entraste por tu propio pie. Por tu propio mérito. —No iba a aceptar culpas que no tenía—. Voy a tratar de sacarte de aquí. —cedió—. Por mi hermana. —aclaró—. Pero, es la última vez, Juan. Puedes olvidarte de mi número.

—Valentina. —gritó a su espalda, pero la policía que la trajo hasta ahí ya había abierto la puerta para que saliera. La miró esperanzada, deseando escuchar una buena noticia.




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