Y la había necesitado en más de una ocasión, a medida que los problemas en su casa escalaban. Los síntomas de Valeria empeoraban, la adición de su padre también y Jimena estaba al borde de un ataque de histeria. Eso influía en el estado del ánimo de Valentina quien, no pocas veces, se encontró a punto de gritarle a un cliente o de tirar algo por la ventana.
La poca alegría que le supuso empezar a trabajar estaba marchitándose, dejando atrás solamente una cáscara vacía de la mujer que había sido. Si Paloma se dio cuenta de ello o no, no lo sabía y tampoco se atrevía a pensar en ello. En el ambiente mediático, la imagen, la comunicación y las primeras impresiones eran lo más importante y ella estaba dando una imagen horrenda. Por eso agradecía tener siempre el escudo protector de Paloma a su alrededor.
Pero, como estaba acostumbrada, la suerte la abandonó en ese aspecto también. Apenas entró a su oficina y vio la mesa contraria a la suya vacía, sintió que algo iba mal. Sin intenciones de molestar al jefe por algo que podría ser una nimiedad, se sentó en su puesto y empezó a trabajar. A medida que las horas pasaban y Paloma no aparecía, se tomó el atrevimiento de pasar a su escritorio y finalizar algunos pendientes de su agenda también.
Jonathan apareció a media tarde, pero no se mostró sorprendido al no ver a su asistente.
—Buenos días. —saludó, levantando la mirada de una propuesta que estaban preparando. Sabía que Jonathan la necesitaba para ese día, pero Paloma no había llegado a terminarla.
—¿Puedes pasar a mi oficina un momento? —La alegría habitual de Jonathan había desaparecido y un mal presentimiento se apoderó de Valentina. Ese hombre siempre sonreía, siempre bromeaba y parecía que no tenía ningún problema en el mundo.
—Claro que sí. —Lo siguió, propuesta a mano. En esas semanas que llevaba trabajando su contacto era mínimo, se limitaba a un escueto buenos días por las mañanas. No pudo evitar sentirse nerviosa por la llamada, aún temía el momento en el cual el hombre recordaría su comportamiento al conocerlo y la echaría—. Aquí tengo la propuesta para la reunión de hoy. —Le entregó la carpeta; Jonathan la tomó sin cuidado y la puso en la mesa, sobre un montón de otros papeles.
—Paloma sufrió un accidente. Está hospitalizada. —La mera mención de un hospital estremeció a Valentina, más aún al saber que Paloma estaba mal.
—¿Cómo está? —susurró—. Me pareció raro que no haya llegado, pero… —se interrumpió a media frase, consternada.
—Va a estar bien. —Explicó Jonathan—. Pero, no podrá volver a la oficina en un tiempo. —informó—. Quiero saber si puedes ocuparte de su parte del trabajo también por un tiempo, ¿o debo buscarle un reemplazo? El trabajo extra sería remunerado, claramente.
Por más que la situación de Paloma la dolía, Valentina vio en esa propuesta una oportunidad que no podía perder. El sueldo de Paloma debía de duplicar el suyo, no podría decirle que no a ese ingreso extra.
—Puedo ocuparme yo. —Habló sin pensar, pero Jonathan pareció no notar su desesperación—. Ya estoy familiarizada con los proyectos actuales y con la agenda de Paloma, podré hacerme cargo sin problemas. —aseguró, temiendo que cambiara de opinión.
—Muy bien. —Jonathan suspiró, finalmente sentándose en su silla—. Resolveremos la parte burocrática más tarde, con Recursos humanos, si te parece. Ahora necesito que nos preparemos para la reunión de esta tarde.
Valentina asintió, haciéndose con una copia de la propuesta. Se sentó en la silla delante de él y comenzaron a repasar su presentación.
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—Gracias por acompañarme. —Sharon le quitó importancia a su agradecimiento, sonriendo detrás del ramo de flores que llevaba en los brazos.
—Paloma me cae bien a mí también. —comentó mientras pasaban por las puertas del hospital. El olor llenó las fosas nasales de Valentina, arrugó la frente ante el mar de recuerdos que la avasalló—. ¿Estás bien?
—Odio este lugar. —masculló, buscando en la tabla de entrada la sección de ortopedia. Si debiera ir a la oncología, lo podría hacer con los ojos cerrados, pero el resto del lugar era un enigma para ella.
—¿Hay alguien quién lo ama? —se preguntó Sharon.
—Supongo que los médicos que eligen esta carrera adrede. —musitó.
—¿Valentina? —La voz vino desde detrás de ella, no se sorprendió al ver a Marta, una de las enfermeras que cuidaba de su hermana—. ¿Está todo bien? ¿Valeria está aquí? —preguntó de corrido, sin darle oportunidad de responder.
—Val está bien. —se las arregló para decir—. En realidad, vine por una compañera del trabajo. —explicó, Marta suspiró.
—Genial. —Frunció los labios—. Lo de Valeria, digo, no lo de tu compañera. ¿Es algo grave? —Valentina negó—. No se olviden que tienen una revisión la semana que viene, ¿sí? —La muchacha asintió y Marta desapareció por una escalera.
—Como si pudiera olvidarme. —murmuró, sin tomárselo a mal a la mujer.
Sabía que Marta se preocupaba, como todos los demás en ese hospital. Valeria fue su paciente desde la tierna edad de cinco años, prácticamente creció con ellos. Ellos fueron sus compañeros de escuela, sus mejores amigos. Valeria para ellos era parte del departamento, un visitante tan común que casi te olvidabas del tiempo que no pasaba ahí, como si esos pocos días no existían.
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Editado: 20.05.2022