A. Alexa. El corazón de Valentina

10

Valentina entró a la casa silenciosamente, intentando no despertar a nadie. Tampoco estaba segura de que alguien se encontraba ahí, pero no quería arriesgarse. Deseó entrar a su habitación y enterarse bajo las mantas, intentando olvidar todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Más, no pudo concebir la idea de irse a dormir sin antes revisar como estaba Valeria.

Abrió la puerta con cuidado, asumiendo que su hermana ya se encontraba dormida. Se sorprendió al verla con las gafas puestas, escribiendo algo en su computadora.

—¿No duermes? —susurró, Valeria negó, dejando la computadora sobre la cama. Le hizo una seña para que se le acercara. Valentina obedeció, sentándose en el borde de la cama.

—Estaba preocupada por ti. —le dijo y las garras de la culpa se apoderaron de Valentina—. No acostumbras desaparecer así. —No fue un reproche, más no pudo evitar sentirlo de esa manera. Tal vez era a causa del malhumor que la acompañaba ese día, o simplemente se trataba de sentimientos reprimidos por años que finalmente salían a la luz.

—Tuve una cosa de trabajo. —balbuceó, repasando los acontecimientos de la noche. Sintió que se ruborizaba, bajó la mirada para que su hermana no se diera cuenta. Tarde, porque una sonrisa cómplice apareció en los labios resecos de Valeria.

—¿Fuiste de fiesta? —exclamó, Valentina le dio un suave toque en la rodilla para hacerla bajar la voz.

—Sharon me invitó. —susurró—. No quise ir, pero…

—Hiciste bien. —decidió Valeria, sorprendiéndola. Realmente, se esperaba un reproche de su parte, no aprobación.

—¿Qué estabas haciendo? —Como siempre que las cosas se ponían demasiado íntimas para ella, Valentina buscó cambiar del tema. No lo logró, lo supo por la mirada interrogante de su hermana; más esta decidió seguirle el juego, al menos por el momento.

—La inspiración tocó a mi puerta. —señaló la computadora que descansaba a su lado.

—¿Puedo? —pidió, nunca se le ocurriría leer algo escrito por Valeria sin su permiso. Su hermana asintió y Valentina agradeció la oportunidad de distraerse. ¿A quién estaba mintiendo? Supo desde que salió de la discoteca qué esa noche no conseguiría dormir, al menos ahora podía pasarla con su hermana.

—¿Es el libro nuevo? —preguntó, poniendo el aparato en su regazo y acomodándose para comenzar a leer. Valeria asintió, descansando la cabeza sobre su hombro.

Pudo sentir su mirada quemándole la espalda desde hacía diez minutos, pero no se pudo obligar a hacérselo ver. Prefirió fingir que estaba sola en esa terraza, observando el panorama tenebroso que se extendía delante de ella. Quizá para algunas personas parecería una vista mágica, más ella ahora le tenía una cierta aversión al bosque después de correr por horas a través de él en busca de una salvación. De todas maneras, parecía que no podía quitarle la mirada, dándole la bienvenida a una sensación agridulce que al menos la recordaba que estaba viva.

—¿No estarás pensando en saltar? —El viento le llevó la voz de Ethan, giró solo un poco para finalmente verlo.

Por fin se permitió analizarlo a consciencia; cuando lo vio la primera vez estuvo demasiado alterada para hacerlo. El hombre le sacaba una cabeza, su pelo negro la recordaba al bosque que tanto la asustaba y sus ojos del mismo color la invitaban a acercarse para comprobar si eran del mismo tono que el suyo. Era macizo, con una expresión crispada permanente; por eso era tan extraño que le pareciera realmente inofensivo y tierno.

Si lo comparaba con los hombres que había conocido antes, se daba cuenta de que nunca antes se encontró con un ejemplar que describían en los libros que devoraba junto a sus amigas. Una punzada de dolor ante el recuerdo de sus amigas se atenuó ante el rubor que sintió extenderse por su rostro ante sus pensamientos pecaminosos.

—He atravesado un bosque buscando salvarme. —Volvió a girar hacia ese gigante que tanto la asustaba—. No lo hice para luego tirarme de un balcón. —Lo dijo con un deje de burla, pero, en el fondo, entendía los miedos de Ethan. No le extrañaría que ese fuera un escenario que veía a menudo en el refugio.

—No puedes culparme por preocuparme. —Ethan se sentó a su lado, colgando las piernas sobre el borde de la terraza y apoyó los brazos sobre los muslos.

—El peligro, conmigo, no viene por ese lado. —afirmó, aunque no sabía sí sería más fácil luchar con ese enemigo que con el suyo: ese hombre sin cara, cuyo único distintivo era su placa brillante y su voz sedosa.

—¿Y de dónde viene el peligro? —La pregunta de Ethan parecía inofensiva, un simple tema de conversación, pero Alia no había perdido cinco años de su vida en la Universidad para no reconocer a un hombre escéptico cuando lo tenía en frente.

—Ya se lo conté a Alan. —Cuidó que su voz no sonara a la defensiva, aunque no estaba segura de haberlo conseguido.

—Sé reconocer una excusa cuando la oigo, Alia. —La manera en la que pronunció su nombre la sacó de sus casillas por un momento, tanto que se le pasó la primera parte de su frase. Por otro lado, Ethan se había deslizado hasta quedar junto a ella, sus muslos tocándose. Por eso le tomó un momento en responder:

—Una interesante elección de palabra. —rio sin humor, Ethan la imitó—. Yo habría usado mentira, engaño… —enumeró, pendiente de su respuesta. El hombre se encogió de hombros, como si estuvieran hablando del tiempo, no de las artimañas que había usado para quedarse en la protección del refugio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.