A. Alexa. El corazón de Valentina

15

—¿A dónde vamos? —preguntó, al ver que se alejaban cada vez más del centro de la ciudad, hacia la periferia.

—Ya verás. —Jonathan se hizo el misterioso—. Te va a gustar. —prometió.

—Ahora estoy curiosa. —susurró, echándose hacia adelante como si así pudiera ver mejor a donde se dirigían.

Jonathan ralentizó cuando entraron en uno de los barrios periféricos de la ciudad. Coches aparcados a ambos lados de la calle les dieron la bienvenida y una multitud estaba reunida delante de un edificio.

—¿Ahí? —indagó, nerviosa. Jonathan asintió; buscando un lugar donde colarse con el coche.

—Me preocupa la opinión que tienes de mí. —Jonathan sonrió al divisar un lugar vacío. Se giró hacia ella al apagar el coche—. ¿Qué tenías en mente? —Valentina se encogió de hombros; no quería aceptar que estaba temiendo que la llevaría a un sitio lujoso donde ella seguramente desentonaría—. Vamos. —urgió, saliendo del coche. Valentina abrió la puerta antes de que siquiera intentará hacerlo por ella.

Se aproximaron a la fila de la mano; fue un gesto tan espontáneo que Valentina no siquiera tuvo tiempo de pensar en ello. Se ruborizó cuando Jonathan pasó de la multitud y se acercó directamente al guardia.

—Zania nos está esperando. —dijo—. Jonathan Jameson. —añadió. El hombre asintió, retirando la cuerda para dejarlos pasar.

—¿Zania? —Valentina se puso de puntillas para hablarle al oído; aunque la música no era alta, no quería gritar—. ¿La Zania?

—Te dije que somos amigos. —respondió Jonathan de la misma forma, aprovechando la oportunidad para dejar un beso sobre su mejilla—. Cuando se cansa de los grandes escenarios y las cámaras, viene aquí para desconectar. Y siempre me avisa, sabe que prefiero estos ambientes. —explicó, buscando su mesa.

—Es agradable. —Valentina nunca salió mucho, pero si comparaba la salida a la discoteca de hace algunas noches y ese bar, lo prefería ella también. Las mesas estaban alejadas una de la otra, el escenario se encontraba sobre una tarima y había una zona que seguramente servía de pista de baile. Una camarera se les acercó para tomar su pedido, Valentina se sorprendió cuando Jonathan pidió una soda al igual que ella.

—No me molesta que bebas. —dijo, recordando el momento tenso que habían vivido en la discoteca.

—Manejo. —Jonathan le quitó importancia con un encogimiento de hombros. Valentina asintió, deseando cambiar del tema. Agradeció cuando Zania salió al escenario y muy pronto envolvió todo el bar con su voz suave y melodiosa. Ella misma se entregó a la música, plenamente consciente del brazo de Jonathan sobre sus hombros. Se sentía bien así, el mundo había quedado afuera y solo ellos existían.

—¿Bailamos? —preguntó Jonathan en un susurro a su oído; ya la pista de baile se fue llenando de a poco. Asintió.

Jonathan se levantó, ofreciéndole la mano. La tomó con seguridad, aunque por dentro temblaba. Se situaron en una esquina de la pista, ahí donde había menos gente. Apoyó la cabeza en el hombro de Jonathan; Zania había empezado a cantar una canción lenta, íntima. Sentir los brazos del hombre en su cintura, su respiración en su oído; era una especie de paraíso que Valentina nunca pensó que experimentaría. Se movían al ritmo de la canción, meciéndose de un lado al otro, como un barco a la deriva en el mar.

—No estamos rompiendo ninguna regla de la empresa, ¿verdad? —preguntó de repente. Sintió el pecho de Jonathan moverse por la risa.

—¿Ahora me lo preguntas? —dijo entre risas—. ¿No es un poco tarde para eso? —quiso saber con diversión.

—Se me acaba de ocurrir. —comentó, encogiéndose de hombros. Estaba tan llena de problemas que ese ni siquiera se le ocurrió. Recién entonces cayó en cuenta de que estaba manteniendo una realidad íntima con su jefe. Eso debía de estar mal visto.

—No tenemos ninguna política al respecto. —le explicó Jonathan, aun bailando—. El abuelo nunca lo vio necesario, siempre decía que empleaba a gente inteligente que sabía comportarse. —confesó—. Y papá decidió seguirlo, aunque bajo otra premisa.

—¿Cuál? —se interesó.

—La de la fruta prohibida. Si le prohibimos a los empleados relaciones dentro de la empresa, eso suscitaría más atracciones entre la gente.

—Ambos tenían razón. —Comentó Valentina—. ¿Y la tuya? —quiso saber.

—Nunca pensé en eso, la verdad. —Se encogió de hombros—. Ahora me alegro de que sea así. —añadió—. Me gustas mucho, Valentina. —La joven se sonrojó, escondió el rostro en su pecho. De nuevo lo sintió reír. Un minuto después, Jonathan puso las manos sobre sus hombros, alejando la un poco para mirarla a la cara—. Eso sí, si en algún momento no quieres seguir con esto, o las cosas se vuelvan demasiado para ti, siempre puedes detenerlo. Sin temerle a las represalias. —dijo con firmeza.

—Lo sé. —Respondió de inmediato, sin un segundo de vacilación—. Lo sé.

La canción que estaba sonando terminó y la sala se deshizo en aplausos. Zania había terminado su aparición, les agradeció a todos por acompañarla. Jonathan guio a Valentina de regreso a su mesa, la joven cantante se les unió al bajar del escenario.

—No tengo mucho tiempo, solo quería saludar. —le dio un abrazo a Jonathan y luego se acercó para saludar a Valentina.




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