A. Alexa. El corazón de Valentina

17

Valentina recordaba, a través de la neblina de pasión, la decisión de mantener su relación personal lejos de la oficina mientras Jonathan la besaba en el sofá. Sonrió sobre sus labios, enrollando su corbata entre sus dedos. Un toque en la puerta hizo que se separaran; mientras Valentina luchaba para recuperar el aliento, el hombre se levantó con parsimonia, como si nada pasara.

 —Adelante. —dijo, tranquilo. Marín abrió la puerta, pero no entró.

—Andreas acaba de llamar para concretar una reunión. —dijo, apoyándose en el umbral. Valentina agradeció no estar en su campo de visión, estaba convencida de que se le notaba a leguas lo acalorada que se encontraba—. Yo tengo la tarde libre, ¿tú? —Jonathan miró hasta donde se encontraba su asistente y ella asintió despacio. Marín se adentró un poco a la oficina, viéndola directamente a ella—. Disculpa, Valentina. No te vi. —dijo con una sonrisa que a Valentina le pareció sospechosa. Le quitó importancia con un movimiento de mano.

—Entonces, puedes decirle a Andreas que lo esperamos hoy mismo. —decidió Jonathan, ocupando su silla. Marín asintió, desapareciendo por la puerta.

—Lo saben. —susurró Valentina, dejándose caer sobre el sofá.

—¿Qué cosa? —quiso saber el hombre, ajeno a su turbación.

—Sobre nosotros. —aclaró, fulminándolo con la mirada. Jonathan se encogió de hombros.

—No nos estamos escondiendo. —dijo con simpleza. Valentina lo miró como si se hubiera vuelto loco—. ¿Nos estamos escondiendo? —preguntó. Ella negó, luego asintió y finalmente suspiró.

—No lo sé. —espetó—. Lo único que sé es que no quiero ser tema de cotilleos de la empresa. —decidió, abatida.

—En algún momento va a pasar. —La tranquilidad con la cual Jonathan se tomaba el asunto la irritó. Deseó poder ser tan despreocupada ella misma; más el hombre no tenía que preocuparse por su trabajo en el caso de que aquello saliera mal.

Se sentía extraña. No podía evitar sentir lo que estaba sintiendo, siendo sincera, tampoco quería. Estaba viviendo por primera vez, plenamente. Pero, tampoco podía ignorar el persistente sentimiento de culpa, esa voz en su cabeza que la recordaba de que estaba poniendo en peligro el tratamiento de Valeria por su pasión. ¿En qué la diferenciaba eso de Juan?

—¿Estás bien? —No se dio cuenta siquiera del momento en el cual Jonathan se acercó y se sentó a su lado; tomando sus manos y besándolas—. No tienes que preocuparte por eso. —La tranquilizó, sin conocer los verdaderos motivos por su malestar—. No le debemos explicaciones a nadie.

—¿No? —Preguntó en voz baja—. ¿Estás seguro de ello? —Quiso saber—. Esto puede explotarnos en la cara en cualquier momento, Jonathan. —Así era la cosa con las inseguridades. Si lograban colarse en tu mente, no había forma de sacarlas. Crecían y crecían hasta ahogarte.

—Solo si nosotros lo permitimos. —Insistió él, envolviéndola en un abrazo—. ¿O quieres terminar con esto? —preguntó, con una ligera vacilación en su voz. Valentina negó sobre su pecho.

—No. —dijo.

—Sé que me dijiste que no quieres enamorarte y no quiero pretender conocer tus sentimientos, Valentina. Lo único que puedo hacer es hablar de los míos. —La seriedad en su voz hizo que el corazón de Valentina se encogiera—. Me gusta pasar tiempo contigo. Venir al trabajo se ha vuelto más liviano porque sé que te voy a ver al llegar. Disfruto de cada momento que pasamos juntos, me encanta hablar contigo. Y no sé si es amor, pero, quiero descubrirlo. Mejor aún, quiero vivirlo, a donde sea que nos lleve. —terminó con un beso sobre su cabello.

Permanecieron en silencio por minutos, por más que lo quisiera, Valentina no encontraba las palabras para responderle. Como siempre le sucedía, el miedo tomaba el control de su mente y la paralizaba. Estaba convencida de que su psicóloga tendría una linda teoría al respecto; pero hasta las visitas a ella se vieron interrumpidas ante las últimas noticias. Y siendo sincera, era lo único que Valentina realmente lamentaba. Esa mujer le ayudaba a mantenerse a flote y ahora temía que terminaría hundiéndose. No quería llevar a Jonathan consigo. A nadie, en realidad.

—No sé qué decirte. —aceptó finalmente. Jonathan rio sobre su pelo.

—No tienes que decirme nada. —dijo—. No ahora. —Valentina temía que nunca sería capaz de hacerlo. Más, no podía decírselo. No podía perderlo, espantarlo aún. Sabía que aquello tenía fecha de caducidad; que ella terminaría corriendo en dirección contraria, pero, por primera vez, quería ser egoísta y disfrutar de algo—. ¿Sabes qué? Puedes reorganizar mi agenda para mañana y nos tomamos la tarde libre, ¿Qué te parece? —propuso, levantándose. Valentina lo imitó.

—Y eso no sería llevar lo personal a lo profesional, ¿no? —preguntó, pero la idea le estaba gustando. Jonathan negó.

—No estoy abandonando el trabajo, solo estoy arreglando mi agenda. Quiero salir con mi novia y no me parece justo que mi asistente tenga que trabajar mientras yo me tomo tiempo personal. —enumeró divertido—. ¿Ves? No hay conflicto alguno. —se encogió de hombros.

—Tienes una justificación para todo. —Negó Valentina—. ¿Tu novia? —se interesó, Jonathan respondió con una palmada en la frente.

—Error mío. —se excusó, apoyándose en el escritorio. Le ofreció la mano a Valentina, ella la tomó gustosa. Pronto se vio envuelta en un fuerte abrazo—. Estaba pensando en pedírselo mañana, pero, se me escapó. —confesó en voz baja.




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