A. Alexa. El corazón de Valentina

19

—Tu contrato es válido por otros nueve meses. —Le recordó el director financiero de la empresa, viéndola con interés—. Si aplicamos esta suma, no te quedaría casi nada del sueldo, Valentina. —explicó.

—Lo sé. —asintió, nerviosa.

Aquella era su última esperanza de conseguir el dinero para la operación de Valeria, no quería siquiera sopesar la posibilidad de fracasar. Había pasado días pensando en una solución, hasta que se enteró por casualidad de que, como empleada bajo contrato anual de Jameson Media, podía aplicar para un préstamo en la misma empresa. Fue un rayo de luz en la oscuridad y de inmediato concretó una cita en el departamento financiero, pero no había esperado que tuviera que saltar tantas barreras hasta llegar a la audiencia con el director.

—Podemos aplicar por una cifra menor, así… —lo interrumpió con un ademán.

—No me importa. Si me quedo sin sueldo, no me importa. —El hombre la miró sin comprender—. Necesito ese dinero, ahora.

¿Se sentía mal por estar suplicando? Sí. ¿Le quemaba la lágrima que brillaba en su ojo? Sí. ¿Le dolía ver la mirada de lástima en los ojos del hombre? También. Pero, nada de eso importaba comparado con la posibilidad de perder a Valeria.

—Está bien. —Suspiró el hombre—. Voy a poner la solicitud y en un par de días tendré noticias para ti. —le dijo, entregándole un papel para que lo firmara. Sin siquiera leerlo, Valentina lo hizo. Un par de días sonaba como una eternidad, pero era mejor que nada. Había revisado sus propios papeles, no había razón para que le denegaran el préstamo.

Volvió a su puesto de trabajo con las esperanzas renovadas, buscó a Jonathan en su oficina. Marín estaba con él, tratando el tema de Andreas.

—Justo a tiempo. —Jonathan sonrió al verla, sin importar que tuvieran compañía. Marín se fingió demasiado interesada en los papeles que revisaba, pero Valentina pudo sentir que ella lo sabía. Todos en la empresa debían saberlo a esas alturas—. Marín cree que deberíamos poner algunas frases de los libros que piensan promocionar, así atraemos la atención de los lectores.

—Vale. —se acercó a donde estaban sentados y ocupó un asiento vacío ella también—. Cada libro debe de tener al menos una frase potente, pero, esas frases ya están desgastadas. Deberíamos encontrar algo igual de atrapante, pero que no fue usado tanto. —ofreció, dejándose llevar por el trabajo y las letras, olvidando todo lo que sucedía a su alrededor.

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—Siento que gané la lotería. —Jonathan y ella estaban paseando por el parque, comiendo palomitas de maíz. El hombre la tenía abrazada por el hombro y ella había apoyado la cabeza sobre el suyo, anhelando sentirlo lo más cerca posible—. Últimamente, tenerte solo para mí se ha convertido en una misión imposible. —No fue un reproche, solo una constatación de los hechos. Pero, a Valentina le sonó así; tal vez su propio sentimiento de culpa estaba pasándole factura.

—Las cosas en casa… —Había tenido que contarle a Jonathan que tenía problemas familiares, aunque aún no encontró la fuerza para contarle cuáles eran.

—Lo sé. —Murmuró, dejando un suave beso sobre su pelo—. Sabes que, si puedo ayudar en algo… —ofreció, por enésima vez.

—Ajá. Ahora mismo estás haciéndolo. —le confío—. Me encanta estar contigo.

—Bien. Porque somos dos. —replicó Jonathan, haciéndola girar en sus brazos para poder besarla.

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No había visto a Jonathan ese día. Había llegado tarde, Valeria se había sentido mal y no pudo dejarla sola hasta que Jimena regresó de su caminata matutina y luego se enterró en el trabajo. Sabía que estaba en la oficina, pero, no se atrevía a entrar e interrumpirlo. Sentía que había cruzado una línea al no aparecerse a tiempo y tampoco avisar. Para la hora del almuerzo decidió bajar a la cafetería de la empresa, pero Sharon la alcanzó a medio camino. Tenía una bolsa en la mano y le señaló con la cabeza para que la siguiera.

—¿Qué hiciste? —preguntó al entrar en la oficina que antes ocupaba Paloma y que permanecía vacía. Valentina la miró sin comprender.

—¿Qué hice? —preguntó de vuelta, sin comprender la situación. Sharon parecía enojada, frustrada y triste a la vez.

—A ver, ¿por dónde comienzo? —dramatizó—. ¿Jonathan? —siseó—. ¿En serio?

—Lo sabes. —susurró Valentina.

—Toda la empresa lo sabe, cariño. Y yo no quise creerlo, pero Valeria me confirmó que tienes a alguien y… —alzó las manos al aire, como si tratase con una situación imposible. Valentina no entendía tanta pompa.

—Simplemente, sucedió. —se excusó. No quería perder la amistad de Sharon; entendía que la mujer pudiera sentir que había puesto en peligro los trabajos de ambas.

—Ese ni siquiera es el problema. —Gruñó Sharon—. ¿Pediste el préstamo? —Valentina asintió—. Sabes cómo se ve eso, ¿verdad? Pediste el dinero cuando todo el mundo sabe que te acuestas con el jefe.

—No me… —Valentina sacudió la cabeza, sin fuerzas para explicarse. Decir que solamente se acostaba con el jefe le quitaba el peso de los sentimientos en su relación; sentimientos reales y poderosos que la habían engullido por completo—. ¿Qué tiene que ver? El dinero no tiene nada que ver con Jonathan. Él ni siquiera sabe que lo pedí. —Sharon resopló.




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