A. Alexa. El corazón de Valentina

20

¿Podemos hablar antes del trabajo?

Le escribió a Jonathan, pero él ni siquiera leyó el mensaje. No quería tratar su tema dentro de la oficina, ya habían causado suficientes cotilleos. Estuvo por entrar a la empresa cuando escuchó a alguien llamándola desde atrás. Se giró para encontrarse con Marín.

—Hola. —La saludó la mujer, respirando con dificultad por la carrera—. Estamos juntas hoy. —le avisó, entrando al edificio. Valentina la siguió, confundida.

—¿Eh? —alcanzó a murmurar, Marín se encogió de hombros.

—El jefe me avisó está mañana. Estará ausente un par de días, así que vas a pasar a mi departamento por ese tiempo. —Marín siguió hablando, pero Valentina ya no la escuchaba. ¿La había transferido?— ¿No te dijo nada? —quiso saber.

—No. —respondió secamente, aún perdida en el torbellino de sus emociones.

Tal vez a Marín no le gustaba trabajar en equipo y eso la hacía malhumorada, más, como jefa era muy buena. Valentina se encontró disfrutando trabajando con ella, a pesar de la permanente molestia por la desaparición de Jonathan. Le había mandado varios mensajes más durante el día, rozando el acoso. Pero, de él no recibió ni siquiera un “déjame en paz”. Sería más fácil digerir eso que el silencio aplastante.

El timbre de la puerta sonó y dejó de lado el plato que estaba limpiando para abrir. Sus padres habían salido a alguna parte —no se había molestado en preguntar dónde se dirigían— y Valeria dormía en la planta superior. Sharon la saludó con una sonrisa vacilante, sosteniendo una caja de chocolates en su mano.

—Una ofrenda de paz. —musitó, entregándole la caja. Sabía que Valentina no podía resistirse a los chocolates.

—No sabía que estábamos en guerras. —bromeó, moviéndose de la puerta para dejarla pasar—. Valeria está dormida. —dijo al ver que su amiga ojeaba las escaleras. Se dirigieron al salón, donde Valentina abrió su regalo de inmediato.

—Dije cosas hirientes ayer. —Empezó Sharon—. Y nunca fue mi intención que Jonathan nos escuchara. —aclaró.

—Lo sé. —Valentina le ofreció un chocolate y luego tomó uno para sí misma; un recuerdo agridulce de su escapada con Jonathan apareció en su mente. Sonrió por reflejo, aun cuando las lágrimas punzaban por salir—. Sé que no tuviste malas intenciones.

—Entré en pánico. Fui egoísta, penando en que significaba para mí todo lo que estaba sucediendo. —explicó Sharon, avergonzada. Valentina no podía culparla; ella sabía mejor que nadie lo importante que era el trabajo de Sharon para ella. Era una barrera inquebrantable que la protegía de su propia realidad—. ¿Hablaste con él? —Valentina negó.

—No me responde los mensajes y hoy no vino a la empresa. —explicó.

—Lo que escuchó fue muy fuerte. —defendió Sharon—. Dale un poco de tiempo para procesarlo.

—Es que… me duele, ¿sabes? —Comió otro chocolate solo para mantener el sollozo bajo control—. Ha creído en eso sin siquiera escucharme. —se lamentó—. Pensé que me conocía. —Recordó los momentos que habían vivido juntos, desde el primer beso en la discoteca.

—Lo siento. —susurró Sharon.

—Me hacía reír. —Dijo, ahogándose en sus propios sentimientos—. Siempre encontraba la manera de hacerme reír. De hacerme olvidar todo, hasta a ella. —confesó finalmente.

—Una hazaña admirable. —Acotó Sharon—. Pensé que era imposible conseguirlo.

—Yo también. Pero, con él, todo parecía más fácil. Por eso me duele tanto todo esto. —Sharon se acercó para abrazarla con vacilación, pero hasta eso Jonathan lo había arreglado.

Se había metido en su vida, en su alma, de a poco que casi no se dio cuenta. El amor se apoderó de su corazón aunque ella no había querido aceptarlo, haciéndolo latir por algo más que solo por sobrevivir. Y lo extrañaba. A él, y los sentimientos que despertaban en ella cuando lo tenía cerca.

El ruido proveniente de la planta alta hizo que se separaran, Sharon se levantó para ir a ver a Valeria, regalándole un momento para tranquilizarse. Su hermana aún no sabía lo que había sucedido, tampoco se metió en detalles de cómo había conseguido el dinero. Lo único que sabía era que estaba a solo días de tener la operación que salvaría su vida.

Cinco minutos después entró a la habitación cargando una bandeja con comida y algo para beber, tratando de justificar su tardanza. Las dos mujeres estaban metidas en una conversación profunda que Valentina no quiso perturbar. Se sentó al borde de la cama, mirando la sonrisa que adornaba el rostro de su hermana desde la noche anterior.

Todo valía la pena por esa sonrisa, se dijo.

💌💌💌

—No puedo creer que lograste convencerla de salir de su ataúd. —exclamó Andreas al verlas entrar en el salón donde estaba organizada la feria de libros.

—¿Qué te hace pensar que no vine para arrastrarte ahí conmigo? —bromeó Valeria, sonriendo. Valentina se sentía incómoda por esa dinámica suya, pero ya no podía decirles nada. Era una costumbre que nunca podría erradicar—. Estoy aquí como una invitada. —Le aclaró a Andreas—. Cómo se te ocurra decirle a alguien quien soy, vas a necesitar ese ataúd. —amenazó. Andreas sonrió con diversión, pero Valentina no estaba tan segura de que su hermana estaba bromeando.




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