A. Alexa. El corazón de Valentina

22

—¿Qué haces? —Sharon se sorprendió al salir del baño la mañana siguiente y encontrarla vestida y peinada.

—Voy al trabajo. —respondió con obviedad. Su amiga la miró sin comprender, totalmente pasmada.

—Llamé a Marín. —le dijo—. Sabes que puedes pedir una semana libre por la muerte de…

—¿Y hacer qué? —preguntó con una risa seca—. No puedo quedarme aquí, rodeada de todos estos… —abarcó la habitación entera con la mano, incapaz de seguir.

—Está bien. Podemos salir al parque o hacer algo. No tienes que… —Valentina volvió a cortarla.

—Voy a estar bien, Sharon. —le aseguró—. Vámonos. —A regañadientes, su amiga aceptó y la siguió afuera. Al pasar al lado de la habitación de Jimena dudó, pero no encontró las fuerzas para detenerse.

El mundo afuera seguía como siempre. Una parte ilusa de ella había esperado que el color se hubiera ido, o que el aire no fuera tan fresco y agradable. Resultaba que el único mundo que cambió había sido el suyo propio. Sus colores habían desaparecido, el olor a la muerte llenaba su alma. Hasta en la empresa dejó de percibir esa alegría permanente de los empleados que correteaban de un lado a otro.

—¿Qué haces…? —Marín se sorprendió al verla, pero Sharon le hizo una seña de que no dijera nada. La mujer obedeció—. Lamento tu pérdida. —dijo finalmente.

—Gracias. —musitó Valentina, sentándose en su escritorio.

Podía escuchar a las dos mujeres murmurando algo en la puerta; sabía que estaban hablando de ella, más no le importaba. Lo único que deseaba era ocupar su mente en algo. Por varios minutos, Marín estuvo moviéndose de aquí para allá, visiblemente incómoda. Salía y entraba de la oficina; tenía un departamento del cual ocuparse, pero a Valentina le parecía que lo hacía para evitarla. Después, se rindió y se sentó a su lado.

—¿Pudiste encontrar las frases? —preguntó con tiento. Valentina había asumido la responsabilidad de encontrar las frases significativas para promocionar los libros que serían parte del proyecto y, aunque esa tarea parecía sencilla, había mucho trabajo detrás. Asintió.

—Aquí tienes la lista principal. —Le entregó un papel y puso a imprimirse al otro—. Y aquí están algunas más que me gustaron, así puedes elegir. —dijo, echándose hacia atrás en la silla. Llevaba con la vista fija en el ordenador toda la mañana, con la espalda encorvada y ahora eso le pasaba factura.

—Muy bien. —Marín pareció sentirse más cómoda hablando del trabajo—. Las revisaré e incluiré en el programa antes de mandárselo al jefe. —explicó. La sola mención de Jonathan hizo que el corazón de Valentina latiera con más fuerza—. No vendrá hasta la gala, pero… —Sorprendida por la nueva información, Valentina alzó la cabeza bruscamente—. Salió de la ciudad, una cosa familiar…

—¿Todo lo demás está listo? —La interrumpió, no quería seguir escuchando sobre él. Marín asintió.

—Andreas debe mandarnos los permisos de distribución, pero no escuché de él en algunos días. —recordó—. Lo voy a llamar. —decidió, levantándose para buscar su celular. Valentina aprovechó ese momento de soledad para suspirar, relajar las manos que mantenía en puños desde que la mujer había llegado. Estas temblaban como dos hojas al viento.

—¿Qué pasó? —regresó a su postura tensa al ver que Marín regresaba, si le permitía ver que se sentía mal, sabía que la mandaría de regreso a la casa.

—Todavía está esperando los permisos. —le dijo, disgustada—. Al parecer, los familiares de los escritores no están encantados con la idea.

—Es algo difícil de procesar. —Valentina estuvo de acuerdo. El dolor por la pérdida debía bullir en ellos; no querían remover heridas que seguían sin sanar.

—Bueno, necesitamos de esos permisos antes de que concretemos la fecha de la gala. —Protestó Marín—. O ponerle pausa al proyecto. —sentenció.

💌💌💌

—No tienes que cuidarme, Sharon. —dijo Valentina cuando la mujer se le colgó del brazo al salir del trabajo, decidida a acompañarla a casa.

—No te estoy cuidando. —Contradijo su amiga—. Te estoy acompañando.

—¿No es lo mismo? —quiso saber. Sharon negó—. En serio, voy a estar bien. —prometió.

—Te llevo. —negoció Sharon—. Y después me voy a mi casa.

—Lo haces sonar…

—Ya. Deja de preocuparte tanto por todos y preocúpate por ti. Te llevo. —zanjó, sin admitir réplicas. Al pasar la puerta de su casa, Valentina lamentó haber rechazado la oferta de Sharon. La soledad volvió a aplastarla, ahogarla.

—¿Mamá? —llamó, pero nadie respondió. El tintineo característico de las ollas y platos en la cocina no se escuchaba—. ¿Mamá? —volvió a llamar, corriendo escaleras arriba hasta la habitación de sus padres. Encontró a Jimena acosada en la cama, abrazada a la almohada de Valeria y mirando un punto fijamente. No había ni luces de su padre. Despacio, Valentina movió las cortinas para iluminar un poco la habitación, su madre se quejó desde la cama—. ¿No te levantaste en todo el día? —preguntó, aunque era obvio.

—¿Para qué? —respondió en un susurro.

 —Tampoco comiste nada. —Dijo Valentina—. Ven, voy a prepararte algo. —pidió. Jimena negó.




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