A. Alexa. El corazón de Valentina

23

Valentina tiró de la cadena y se apoyó en los azulejos fríos del baño. El regusto amargo en su boca le molestaba, pero le faltaban las fuerzas para levantarse aún.

—¿Niña? —La voz de Jimena se escuchó desde el otro lado de la puerta, sonaba preocupada—. ¿Te sientes bien? —quiso saber. Valentina tragó saliva, sus manos temblaban.

—Sí, mamá. —Se las arregló para decir—. Ahora salgo. —prometió.

—Te prepararé el desayuno. —decidió Jimena. Una semana después del funeral de Valeria, su madre parecía sentirse mejor; aunque solo se levantaba de la cama para cocinar. La sola mención de la comida hizo que las náuseas volvieran con más fuerza.

—No tengo hambre. —gritó para que Jimena la escuchara—. Además, estoy llegando tarde al trabajo. —mintió.

Marín estaba en una junta fuera de la empresa y debían encontrarse en un par de horas para una reunión con Andreas; más, Valentina necesitaba salir cuanto antes de la casa. Estaba ahogándose ahí dentro. Se alzó con dificultad y se apoyó en el lavamanos; su reflejo en el espejo era lamentable. Estaba pálida y las bolsas negras debajo de sus ojos habían aumentado a causa de la falta de sueño. Buscó su neceser con el maquillaje y luchó para cubrir las evidencias de otra noche difícil.

Salió del baño luciendo más o menos como sí misma. Jimena estaba sentada en el salón, con la mirada fija en una de las fotos familiares.

—Tu padre no llegó a dormir ayer. —musitó, distraída.

—Lo sé. —Dijo Valentina sentándose a su lado—. Ya volverá. —la consoló, aunque ni ella misma creía en eso. Juan había estado en casa solo un par de veces en esa semana, siempre cuando Valentina estaba afuera—. Me tengo que ir. —anunció, dándole un beso en la mejilla.

—Deberías ir al médico. —Las palabras de su madre hicieron que se detuviera en seco, giró con lentitud—. Crees que no te escucho vomitar, que no veo que apenas te mantienes en pie del cansancio. —Jimena esbozó una sonrisa triste—. Deberías ir a revisarte. —insistió.

—Es el estrés, mamá. —Valentina le quitó importancia—. Fueron muchas cosas en muy poco tiempo. Estoy bien. —aseguró. Jimena negó con la cabeza en desacuerdo, pero no volvió a decir nada.

Respirar un poco de aire fresco le hizo bien a Valentina. Se movía despacio, se había dado cuenta de que correr le hacía daño en los pulmones. Los últimos días en la oficina habían sido muy difíciles de aguantar, entre mucho trabajo y sus malestares constantes. Sumado a todo ello, intentaba ocultárselo a Marín, no le cabía duda de que la mujer la mandaría a casa al verla así. Era una jefa exigente, pero también comprensiva; aún seguía insistiéndole en que se tome la semana por la muerte de Valeria.

Aún tenía tiempo antes de la reunión con Andreas, decidió perder el tiempo en el parque. Los recuerdos ahí eran vividos, pero no le importó. Se sentó en un banco alejado del centro ajetreado y sacó el celular y los auriculares, buscando algo para escuchar. Sin poder evitarlo, abrió también la galería, donde la esperaban las fotos con Valeria. Sentía que aún no estaba completamente consciente de que su hermana ya no estaba en ese mundo; que se había ido para siempre. Y no quería hacerlo; aceptarlo sería clavarse un puñal en el corazón.

Entre las imágenes con Valeria, se cruzó con una que se había tomado con Jonathan en ese mismo parque. Ambos sonreían y Valentina pudo asegurar que sus ojos nunca brillaron tanto como cuando estaba con él. Debía aceptar que eso también formaba parte del pasado; había terminado tan abruptamente como la vida de Valeria.

No sabía nada de Jonathan en semanas y, en algún punto, hasta se rindió en sus intentos de llamarlo. Era evidente que no quería hablar con ella; que había creado una teoría propia sobre lo sucedido y no estaba dispuesto a escucharla. Y ella no podía obligarlo a nada.

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 —Andreas parece encantado con el proyecto. —Marín y ella estaban regresando a la empresa después de la reunión con Andreas, ambas satisfechas por cómo les había ido.

El hombre había tenido razón, fue suficiente que alguien firmara el acuerdo de distribución para que los demás le siguieran. Marín aún no sabía que se trataba de ella, no encontraba la manera de decírselo. Más bien, no encontraba la fuerza para hablar de Valeria con alguien que no fuera su madre. Pero, debía hacerlo; tarde o temprano, Marín vería su firma en el acuerdo. Quería decírselo antes.

—Es un buen proyecto. —Afirmó Valentina, ignorando la punzada de dolor al pensar que alguien más terminaría la novela de Valeria. Por más que se convenciera de que era lo mejor; el dolor persistía.

—¿No te pareció extraño? —quiso saber Marín, entrando por la puerta principal. Valentina la miró sin comprender—. Andreas. —explicó—. Se veía un poco abatido. —añadió.

—Puede ser. —Valentina se encogió de hombros. No quería hablar de ello; estaba consciente de que había muchas cosas sobre la relación entre Valeria y él que ella desconocía y todavía no se sentía preparada para descubrirlas.

Marín se detuvo en seco, haciendo que Valentina casi tropezara con ella.

—Los jefes volvieron. —le comentó, viendo hacia la recepción. Ahí, dos mujeres estaban conversando tranquilamente; Valentina reconoció a una de las empleadas de la empresa, pero la otra mujer le era totalmente desconocida—. La hermana de Jonathan. —Le explicó Marín—. Se acaba de separar de su esposo y volvió a la ciudad. —Valentina no supo por qué le contaba esos detalles, pero no le dijo nada. Se tensó al ver que las mujeres se acercaban a ellas.




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