Justo cuando iba a responder, la puerta se abrió con estrépito y Zania entró como si fuera perseguida por mil demonios. Se encogió un poco sobre sí misma al ver a los dos hombres juntos, pero rápidamente se recompuso.
—Es Alia. —Respondió la pregunta no formulada del director—. Se puso mal. Muy mal.
Ambos se levantaron de inmediato y juntos marcharon hacia el ala de la enfermería. Por alguna extraña razón, el camino se les hizo más largo que de costumbre. Al llegar a la pequeña sala de espera se encontraron con Irene, estaba sentada en una silla incómoda y se retorcía las manos. Levantó la cabeza al escuchar pasos en su dirección y dio un salto al ver a Alan.
—Estaba bien, estábamos hablando sobre sus quehaceres y noté que empezaba a molestarle la herida. Nos encaminamos hacia aquí y ella hasta hablaba conmigo todo el tiempo y de repente empezó a gritar de dolor. —explicó y por primera vez en lo que llevaban trabajando juntos, Alan vio una lágrima asomar en los ojos de Irene—. Para cuando llegamos aquí, estaba prácticamente desmayada. Desde entonces no reacciona.
Los hombres se quedaron en silencio, con la vista fija en la puerta de la sala donde se encontraba la mujer. Ethan se removió incómodo, saber que una mujer estaba en peligro de muerte removía sus demonios. Le pareció una eternidad hasta que la puerta se abrió y apareció la cara familiar de Inés.
—¿Cómo está? —La mujer negó ante la pregunta de Irene y un pesado manto de tristeza cayó sobre la sala de espera.
—No sé qué tiene. —pronunció y Ethan soltó un suspiro de alivio al entender que no estaba muerta—. Perdió sangre, sí, pero nada grave. Y no hay signos de infección, pero su cuerpo sigue sin responder, se pone cada segundo peor.
Al escuchar las palabras de la enfermera, Ethan la rodeó y abrió un poco la puerta para echarle una ojeada a la mujer quien tenía a todos tan preocupados. La imagen lo tomó desprevenido y fue como un puñetazo en el estómago. Parecía un ángel —caído— en esa cama. Varios tubos estaban conectados a sus brazos y el goteo del suero le pareció hipnótico por un momento. Su pelo negro estaba desparramado sobre la almohada casi gris de la cama del hospital y un inesperado pensamiento lo asaltó. ¿Cómo se vería ese pelo desparramado sobre la almohada de su cama?
Asqueado ante el pensamiento, sacudió la cabeza. Además de ser una víctima, era una mujer postrada en una cama, no era adecuado pensar en ella de ese modo. Pero, a medida que seguía con su escrutinio, más y más imágenes pecaminosas lo asaltaban. Dio un paso en su dirección, desde ahí podía ver la palidez de su rostro. En ese momento, los sentimientos lujuriosos lo abandonaron dándole paso a uno más aterrador. La necesidad de protegerla del mundo se abrió paso a través de sus venas y pronto envolvió todo su cuerpo.
—He llamado a la doctora, llegará en un par de horas. También mandé a uno de los muchachos al hospital para que hicieran un examen de sangre. —escuchó la voz de Inés y fue vagamente consciente de que ya no estaban solos en la habitación, los demás habían entrado también.
—Parecía estar bien cuando habló conmigo. —La voz de Alan estaba llena de pesadumbre, pero Ethan decidió ignorarlo de pleno. Todos hablaban como si estuviera muerta ya.
—Voy a mandar a John a la capital. —Decidió, respondiendo la pregunta que le hizo su jefe —y cuñado —lo que parecía una eternidad atrás.
—¿Y tú?
—Yo me encargaré de ella. Va a tener seguridad día y noche hasta que descubramos que sucede. Y yo seré su guardia personal.
Si a alguien le pareció fuera de lugar su decisión, callaron. Tal vez porque nadie se atrevía a llevarle la contraria por miedo a su reacción, tal vez porque estaban demasiado preocupados por la mujer como para hacerle caso a las nimiedades.
—Voy a hablar con John. —Dio media vuelta para salir, pero antes volvió una vez más a mirarla. El efecto que tenía en él no había disminuido—. No quiero que nadie más que nosotros sepa de esto ni se le acerque hasta que averigüemos que pasa.
—Aquí nadie le haría daño. —jadeó Zania y Ethan podía jurar que era la primera vez que escuchaba a la mujer hablar con tanta seguridad en sus palabras.
—No sabemos que la tiene así. Puede ser un virus o algo. Es mejor no exponer a nadie más hasta que lleguen los resultados. —explicó antes de abrir la puerta y desaparecer en busca de John.
Valentina dejó caer el manuscrito del libro de Valeria. Lo había imprimido días atrás y lo llevaba a todos lados consigo, leyéndolo cada vez que tenía tiempo. Era la única manera que tenía de sentirse cerca de su hermana. Su teléfono sonó y se sorprendió al ver que era Sharon.
—¿Estoy llegando tarde al almuerzo? —preguntó, curiosa sobre su llamada. Habían tomado el hábito de almorzar junto a Marín en la cafetería, pero ese día Valentina se entretuvo leyendo y pensó que, tal vez, se le había olvidado.
—No. —dijo Sharon, sonaba apurada—. Te lo iba a contar ayer, pero reaccionaste mal y ahora toda la empresa habla sobre eso… —siguió, aunque Valentina no entendía nada. Justo en ese momento, la puerta de su oficina se abrió, dejando entrar a un Jonathan furibundo—. Ya sabes que Carla…
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Editado: 20.05.2022