A. Alexa. El corazón de Valentina

26

—Cuando Valeria murió, sentí que no podía respirar. Como si mis pulmones se hubieran muerto con ella. —Empezó Valentina, estaba en su tercera sesión semanal con la doctora Sánchez y hablar sobre Valeria se hacía cada vez un poco más fácil—. Quise morirme con ella, realmente lo pensé. Luego, miré a mi mamá y pensé que todo habría sido mejor si fuera yo quien me hubiera muerto.

—¿Por qué pensaste eso, Valentina? —La doctora seguía escribiendo en su cuaderno, pero al mismo tiempo la miraba fijamente—. ¿Creíste que para tus padres habría sido más fácil perderte a ti que a ella?

—No lo sé. Siempre tuve esa sensación, ¿sabe? —Se encogió de hombros. Cada sesión con Sánchez la dejaba destrozada, pero a la vez aliviada—. Que la querían más a ella que a mí. Fue una estupidez, lo sé.

—Pero, aunque supieras que es una estupidez, no pudiste evitarlo. —dedujo la doctora. Valentina asintió.

—Entonces, me di cuenta de que ese es un sentimiento egoísta. —confesó—. Lo de querer morirme en su lugar. —aclaró.

—¿Por qué?

—Porque ella murió. Y ya está. Soy yo la que necesita vivir con esa pérdida por el resto de mi vida. ¿Está mal sentirse así?

—Es humano. —Replicó la doctora—. ¿En qué momento se volvió más fácil respirar? —quiso saber.

—No lo sé. —contestó—. La mañana siguiente volví al trabajo, era más fácil que estar en casa.

—Un cambio de aires. —Asintió Sánchez—. Ahí no había recuerdos, nadie sabía de Valeria. ¿Por qué no le dijiste a nadie sobre tu hermana enferma? —interrogó. Valentina se sintió mal al pensar en esa respuesta.

—Era mi lugar. —aceptó finalmente—. El único lugar que era solo mío.

—Y querías protegerlo. Por eso no decidiste ir al parque, o a algún otro lugar que compartiste con Valeria. Te refugiaste en el único lugar donde nadie te recordaría tu pérdida.

—Entonces, empezaron las náuseas. En casa. —puntualizó—. Regresé a casa y sentí que no podía mantenerme en pie, de repente estaba tan cansada, mareada. Los primeros días sucedía solo en casa, después se convirtió en un estado permanente. Siempre estoy mareada, el mundo danza a mí alrededor. No soporto los olores, hasta el aire fresco me molesta.

—¿Qué sentiste cuándo los síntomas aparecieron por primera vez? —insistió la doctora. Valentina buscó en sus recuerdos el momento exacto, pero sin mucho éxito.

—Estaba entrando en casa y no había nadie. Mamá se la pasa encerrada en su habitación, llorando. —Invocó las imágenes de esa noche—. Juan no estaba, no había venido a casa desde el funeral. Y, había un olor. —recordó—. Mamá había preparado pasta. —Sonrió por el recuerdo—. Me gusta la pasta y quise comer, pero entonces recordé que Valeria nunca… —se detuvo, respirando con dificultad.

—Valeria, ¿qué? —la presionó.

—Nunca pudo comer pasta. Le caía mal. Hasta cuando estaba en remisión… —suspiró—. Entonces, las náuseas aparecieron. —contó—. No pude comer la pasta porque ella no pudo. —se dio cuenta, horrorizada—. A partir de ahí, todo fue a peor.

—¿Y ahora? —Quiso saber—. ¿Te sientes al menos un poco mejor?

—Un poco, sí. —reconoció—. Los mareos remitieron y controló las náuseas con las galletas y agua. El cansancio persiste, eso sí.

—Las galletas y agua. —Repitió la doctora—. Eso funcionaba con Valeria, si no me equivoco. —Valentina asintió—. Entonces, debemos buscar una alternativa. —decidió.

—Es lo único que me ayuda. —Protestó Valentina—. No puedo comer nada más.

—Valentina, debemos romper patrones de comportamiento. ¿Por qué recurriste a las galletas en primer lugar? Porque funcionaban con ella. Era una apuesta segura. Debes encontrar algo que funcione para ti.

—¿Cómo qué? —se rindió.

—Come una manzana. O un plátano. Frutos secos. —Enumeró la doctora—. Son todos efectivos a la hora de mitigar las náuseas, puedes elegir el que más te guste. O probarlo todos, encontrar el indicado. —aconsejó—. En lugar de agua, bebe un té de menta, o simplemente compra agua con sabores.

—Puedo intentarlo. —aceptó.

—Sí. Ya estamos mejorando, haciendo progreso. Lo principal es encontrar el punto de origen del transfer para tratarlo. Nos vemos mañana, ¿sí? —Habían decidido hacer sesiones intensivas al principio, para después ir bajando el ritmo. Valentina no tenía problema con ello; hablar con la doctora Sánchez le ayudaba.

Había sido su paciente desde hacía años, pero era la primera vez que realmente se sentía preparada para dejarse ayudar. No estaba a la defensiva; no veía a la mujer como una enemiga que trataba de arruinar su relación con Valeria. Había crecido y madurado bajo los golpes de la vida lo suficiente para reconocer una mano amiga extendida con la única intención de ayudarla.

—Nos vemos mañana. —afirmó.

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Con una manzana a medio comer en mano, Valentina entró en la empresa. La doctora Sánchez había tenido razón, había más remedios para su problema que las galletas, así que decidió probar uno a uno. La primera manzana que comió terminó en el inodoro, pero la segunda fue más fácil de digerir, la tercera presentó un alivio.




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