A. Alexa. El corazón de Valentina

28

—Solo falta que me firmes aquí y ya está. —La secretaria del decano le entregó una copia del contrato; Valentina lo tomó con recelo.

—¿Ya está? —insistió, sin poder creer que todo había sido tan fácil.

Aunque sabía que su trabajo en Jameson Media le había añadido peso a su solicitud de beca; nunca pensó que se la aprobarían y menos en tan poco tiempo. Había tomado solamente un mes para que la revisaran y la llamaran para que firmara los últimos documentos.

—Así es, Valentina. Si me permites decírtelo, tu ensayo dejó al comité encantado. —Le susurró la mujer, inclinándose sobre su escritorio. Valentina sonrió; garabateó su firma donde correspondía. La secretaria lo tomó de vuelta para sellarlo—. Felicidades. —dijo finalmente—. Te voy a mandar los detalles en el correo electrónico que me proporcionaste y también tendrás que ponerte en contacto con tu tutor antes del comienzo del nuevo semestre, pero, por ahora, eso es todo.

—Muchísimas gracias. —Valentina se levantó, sintiendo otro peso desaparecer de su corazón. Era difícil seguir adelante, pero con cada nuevo paso se convencía de que estaba lográndolo.

Volver a cruzar los pasillos de la universidad se sintió como una experiencia totalmente diferente; los dos años que había pasado ahí había sido solo un fantasma rumiando por las instalaciones, una media persona que nunca supo lo que es estar libre y joven. Sabía que no podía recuperar esos años —tampoco quería, porque eso significaría que perdería los momentos vividos con Valeria—, pero al menos podía aprovechar el tiempo que tenía ahora.

—Profesora Patkins. —Saludó a la mujer que se apareció delante de ella de repente, está la miró con algo de reproche.

—Escuché que usaste el ensayo que yo te reprobé para tu solicitud. —Había burla en su voz; desdén en su mirada. Nunca fue la favorita de Patkins, pero no se esperaba esa bienvenida después de tanto tiempo—. Tengo tantas ganas de ver a dónde te llevará esa porquería. —añadió.

—De vuelta a las clases. —Valentina sonrió, disfrutando del desconcierto de la otra mujer—. No las suyas, obviamente, porque pedí que el profesor Romero sea mi tutor.

—¿Qué? —La mujer no podía creerlo—. ¿Te dieron la beca? —sonó escandalizada.

—Me parece que Usted está bajo la errónea impresión de que mi ensayo sobre su libro fue un ataque personal. Fue una crítica desde el punto de vista de la nueva generación de un libro que escribió hace más de cinco años. ¿No fue Usted quién nos dijo que el negocio que queremos dominar cambia cada día y que siempre debemos estar preparados para cambiar con él? —Patkins calló, pero Valentina sabía que reconocía esas palabras. Eran de su clase de apertura—. Los métodos que se usaron hace cinco años, hoy son historia antigua en el medio; y todos supieron reconocer ese valor en mi ensayo. Lamento mucho que Usted no sea una de esas personas.

💌💌💌

—¿Cómo te fue? —Jimena la esperaba en casa con una media sonrisa y un pastel de frutas sobre la mesa.

—¿Y eso? —señaló con la cabeza, dándole un beso en la mejilla a su madre.

—Depende de que noticias me traes. —Jimena se encogió de hombros. De a poco, la vida volvía a su madre también; ya era prácticamente imposible sacarla de la cocina, hasta había comenzado a vender sus manjares en el barrio. Estaban sanando, ellas dos; con el dolor persistente en sus corazones, pero también mucha esperanza—. Si son buenas, tu pastel de celebración. Y si no son buenas, algo en que ahogar nuestras penas. —explicó.

—Vamos con la primera. —Sonrió Valentina—. Acabo de firmar los papeles de ingreso. —anunció, sintiendo la felicidad abriéndose paso en su cuerpo. Jimena aplaudió, abrazándola con fuerza.

—Me alegro mucho. —le dijo—. Fue muy difícil para mí verte renunciar a la universidad para trabajar. —comentó, entregándole un pedazo de pastel. Valentina tomó el plato, mirándola con sorpresa.

—Nunca dijiste nada. —mencionó con voz ligera, probando el dulce. El sabor explotó en sus papillas, llevándola al paraíso. No recordaba la última vez que su madre había preparado el pastel de frutas, pero la espera había valido la pena definitivamente.

—¿Habría servido de algo? —preguntó Jimena, sentándose a su lado. De repente, parecía pensativa—. Tú habías tomado una decisión y no escucharías a nadie.

—No sabes eso. —protestó Valentina. Le habría gustado sentir al menos el apoyo de su madre; saber que ella creía que su vocación también era importante, que su vida tampoco debía desperdiciarse.

—¿No? —Jimena sonrió con tristeza—. A veces siento que no eres mi hija. —dijo, Valentina dejó el plato de lado; esas palabras la habían tomado por sorpresa y no sabía cómo sentirse—. Eso me salió mal. —Rio su madre—. Siento que, tú no te sientes como mi hija. —Explicó de nuevo; Valentina se relajó un poco, podía reconocer la verdad en esas palabras—. Y te conozco tanto como la conocía a ella. Necesitabas sentirte útil, sentir que estabas aportando en algo para la recuperación de tu hermana. Y yo no pude ponerme en tu camino. Nunca me lo habrías perdonado. —añadió.

Valentina se quedó sin palabras por unos largos minutos, comiendo. Ni siquiera se dio cuenta cuando su madre le añadió otro pedazo a su plato, o cuando salió de la cocina, dejándola sola. Estaba reconstruyendo su vida y también la relación con su madre, por eso a veces se sentía como si todo lo que pensaba que conocía a su alrededor en realidad era diverso. Esa conversación que acababa de mantener con Jimena era solo una de muchas que la había dejado descolocada, abatida y pensativa; pero, a la final, también liberada.




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