A. Alexa. El corazón de Valentina

29

—Hola. —Abrió la puerta de la oficina del director financiero de la empresa con una sonrisa adornando su rostro—. ¿Está libre? —El hombre asintió, indicándole que se siente.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó, ofreciéndole una caja de chocolates que siempre tenía en su mesa. Valentina tomó uno, por la simple razón de que podía hacerlo. Ya sus síntomas habían desaparecido y podía comer lo que quisiera.

—En realidad, nada. He reunido el dinero para devolver el préstamo y quería saber qué debo hacer. —anunció.

—¿Ya reuniste…? —repitió el hombre, desconcertado—. ¿Asaltaste un banco? —bromeó; o al menos Valentina quiso pensarlo así.

—El seguro de mi hermana estaba válido y lo acaban de saldar. Así que quiero terminar con esto. ¿Es posible?

—Claro, claro. —Asintió el hombre—. Te voy a dejar el número de cuenta de la empresa y prepararé los papeles mientras tanto. Me traes la factura y está todo listo.

—Perfecto. Lo haré hoy mismo, ¿vale? Muchísimas gracias. —Se dispuso para irse, pero el director dijo algo a sus espaldas que la dejó pasmada:

—Jonathan no le negó el préstamo a nadie. —Valentina giró hacia él, completamente desconcentrada—. No eres la primera persona que lo pidió, y tampoco eres la única que lo obtuvo.

—¿Por qué me está diciendo esto? —quiso saber, no entendía nada.

—Conozco los rumores que corren por la oficina. —le dijo; Valentina pensó inmediatamente en Carla, quien seguía esperando que su panza creciera milagrosamente. En algún momento, sus chismorreos hasta comenzaron a divertirla—. Yo no les presto mucha atención, pero no sé cómo te lo tomas tú. Así que quería que lo supieras. Obtuviste el dinero simplemente por ser una empleada valiosa en la empresa, no por cualquier otra razón. —aseguró.

—Muchas gracias. —consiguió decir—. Nos vemos. —saludó, saliendo de la oficina como un robot. Dicha sea la verdad, nunca había pensado en las razones que tuvo Jonathan para firmar ese pedido. Tal vez si fue porque estaban juntos, pero, ya no importaba. Era hora de darle vuelta a la página y dejar todo lo que había sucedido antes en el pasado.

—Te ves bien. —Sharon la interceptó a medio camino, sonriente—. ¿La deuda se fue? —quiso saber, colgándose de su brazo.

—Sí. Podré recibir mi sueldo normal finalmente. —anunció.

—Debemos salir un día. —propuso Sharon; Valentina se encontró deseándolo. Asintió, para la sorpresa de su amiga—. Val, ¿te sientes bien? —indagó, poniéndole una mano en la frente. Valentina se carcajeó, retrocediendo un paso atrás.

—¿Ya encontraste el vestido por esta noche? —cambió del tema, reanudando el camino. Sharon asintió.

—Daniela me ayudó a elegirla. —confesó. En el principio le resultó extraño considerar a Daniela Jameson como parte de su grupo de amigas —sí, tenía un grupo de amigas ahora—, pero, en realidad, ellas dos tenían muchas cosas en común.

—¿Puedo ver? —Sharon negó, haciéndose la interesante—. Tú viste el mío. —protestó, indignada, pero su amiga no cedió—. Traidora. —murmuró, separándose de Sharon cuando el ascensor se detuvo en su planta.

—Nos vemos, Val. —Le sonrió mientas las puertas se cerraban, burlona. Valentina negó con la cabeza, adentrándose en la oficina de Marín. Ahí, parecía que un tornado se había ensañado con el lugar.

—¿Qué sucedió? —preguntó en un hilo de voz, reprimiendo la risa que luchaba por salir al ver a su jefa arrodillada en el suelo, buscando algo debajo de la cama.

—No encuentro el itinerario de esta noche. —le dijo, aún sin levantarse.

—Tengo una copia en la computadora. —avisó Valentina, Marín la fulminó con la mirada. Se alisó el vestido al ponerse de pie—. Te lo voy a imprimir ahora. —decidió ante la mirada impaciente de la mujer.

—¿Arreglaste las cosas con Liam? —preguntó Marín a sus espaldas. Valentina asintió.

—Haré la transacción al salir del trabajo. —dijo, sacando dos papeles imprimidos para Marín. Se los entregó con rapidez, luego se puso a arreglar el desastre que había en su escritorio.

—Y, ¿hablaste con tu padre? —siguió preguntando su jefa-amiga.

—No logré localizarlo. Mamá no tiene idea de en donde puede estar. Pero, le escribí una carta y la guardé, por si un día vuelve. —le contó, apoyándose en la mesa para mirarla—. ¿Eso cuenta? —quiso saber, insegura. Marín se mordió los labios, pensando.

—Supongo que sí. —Se encogió de hombros—. No tienes la culpa de que el tipo haya desaparecido de la faz de la tierra. —Valentina quiso decirle que sí era su culpa desear que permaneciera así por un tiempo; más se abstuvo, no quería abrumarla demasiado—. Ah, Andreas llamó. —recordó Marín minutos después.

Valentina no había escuchado nada de él desde el día que se despidió de ella en esa misma oficina. Marín y Jonathan hablaban con él ocasionalmente, pero había hablado en serio cuando dijo que les entregaba por completo las riendas del proyecto.

—¿Cómo está? —Se sentía, de alguna manera, responsable por el bienestar de ese hombre; aunque eso no tenía sentido alguno. Ella no tenía la culpa de que él se haya enamorado de Valeria y tampoco tuvo nada que ver con las decisiones que había tomado su hermana al respecto; más no soportaba ver el dolor crudo que lo asolaba.




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