A. Alexa. La melodía de tu amor

5 San Francisco

La noche antes del viaje, Mariana la esperaba con una botella abierta de vino, varias porciones de helado y una cena improvisada. Le había ayudado con las maletas y estuvo a su lado cuando intentó comunicarse con su familia, sin éxito.

Iban ya más de dos semanas desde que no tenía noticias de ellos, si no contaba la llamada error de su hermano John.

Cuándo la culpa mostró sus garras y trató de despedazarla, Mariana había sacado su espada de mejor amiga y le hizo ver que ella no tenía nada de lo que arrepentirse.

Aunque no terminaba de creérselo por completo, algo dentro de ella se calmó hasta que fue capaz de respirar de nuevo.

La mañana del viaje había amanecido soleada, algo completamente extraño para la época del año en la que se encontraban. El suave abrigo que la cubría por primera vez cumplía su función y las botas nuevas que habían encontrado en una rebaja calentaban sus pies de una manera agradable.

Apenas cinco minutos atrás, Sean le había mandado un mensaje diciéndole que estaba en camino. Eso la tomó por sorpresa, esperaba que mandara a un empleado o algo por el estilo, no que viniera el mismo.

Mariana le había ayudado con las dos maletas —una más grande y otra pequeña— donde habían logrado reunir las pocas cosas que tenía. Su bolso colgaba pesado de su hombro y se removió un poco para acomodarlo mejor.

Estaba sola, su amiga había tenido que irse a clases y no podía esperar a que la recogieran. Se despidieron entre lágrimas de nostalgia y Leanna aprovechó para reiterar su decisión de seguir pagándole el alquiler. Una vez en el pasado había pecado de demasiado confiada y se había quedado en la calle. Fue un error que no pensaba repetir.

Un vehículo —diferente al que había visto la primera vez que viajó con Sean— se detuvo en la acera y un hombre trajeado salió del asiento del conductor, mientras una ventanilla se abría en la parte trasera.

La sonrisa fue inevitable al verlo. Sean imitó su gesto y le hizo una seña para que subiera, al tiempo que el chófer metía sus maletas en el baúl.

Se deslizó a lado del hombre y la temperatura agradable del vehículo le dio la bienvenida. No tan así él, que después de la cortesía inicial, volvía a un extraño estado de... lejanía.

—Hola. —musitó, sin estar segura de cómo comportarse a su alrededor. Sus propios sentimientos y deseos la confundían, si le agregaba a eso el comportamiento extraño de Sean, se quedaba a la deriva.

—Vamos a viajar en coche hasta el primer destino. —dijo con voz llana, cómo un autómata que recitaba datos sin importancia.

Leanna hizo memoria y buscó la información en su mente. Recordó que su primera parada sería San Francisco, así que la idea de ir con el auto no le parecía tan descabellada. Serían muchas horas de viaje, aún, y no se sentía del todo segura que podría soportar la tensión que reinaba entre ellos dos, pero no podía protestar.

—Es un área agradable. —dijo el hombre, cuando ella ya se había resignado a pasar el viaje en silencio. Frunció el ceño sin estar segura de a qué se refería—. Tu nuevo apartamento. —explicó y Leanna no pudo evitar una pequeña sonrisa.

—Sí. Las cosas empezaron a ir un poco mejor en el bar, así que me mudé con una amiga. —No estaba del todo segura por qué le ofrecía explicaciones, pero pensó que era porque estaba desesperada por llenar el silencio incómodo.

—Mhm. —Fue la única respuesta que recibió de su parte antes de que estirara la mano y sacará una computadora portátil de su bolsa de viaje.

Acto seguido, se sumergió en lo que sea que estuviera haciendo, volviendo a ignorarla.

Ella, por su lado, sacó los papeles que le había mandado vía email la noche anterior, con todos los detalles de su nuevo trabajo y de los viajes. Se sumergió en la lectura, decidida a hacer lo que se esperaba de ella de la mejor manera posible.

No estaba segura cuanto tiempo había pasado cuando el coche se detuvo delante de un edificio en demasiado buen estado para el lugar donde se encontraba. Habían llegado a un cruce de los estados y por lo que ella conocía del mundo suponía que ahí solo debería haber moteles de mala muerte al lado de la carretera y gasolineras medio abandonadas, pero aquel restaurante echaba por tierra sus conjeturas.

—Ven, vamos a comer algo. —dijo Sean, antes de abrir la puerta y salir del vehículo.

Leanna lo imitó y reprimió una sonrisa de satisfacción al ver que iba a abrirle la puerta, pero que había frustrado esa intención. No necesitaba a un caballero andante a su alrededor, menos si ese mismo caballero había pasado horas ignorándola.

La fachada del local estaba bien cuidada y la cantidad de autos en el aparcamiento le indicó que era una parada popular entre los viajeros. Dio unos pasos en dirección a la entrada, pero Sean la agarró del brazo y jaló de ella en otra dirección.

Ahí donde la tocaba, quemaba. A pesar de la montaña de tela que los separaba, podía sentir su tacto como si estuviese completamente desnuda. La guío hacia unas escaleras laterales y subieron hasta una puerta de madera. Sean dio dos toques y luego volteó para mirar el paisaje mientras aguardaba que respondieran.

Lo hizo una mujer de mediana edad, portaba un delantal alrededor de su cuerpo relleno y olía a especies. Sonrió al ver a su visitante.




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