A. Alexa. La melodía de tu amor

9 Duelo

Dormir juntos se había convertido en parte de la rutina. Leanna seguía conservando su habitación en la suite —ahí tenía toda su ropa y sus productos—, pero pasaba la mayor parte del tiempo en la de Sean.

La incomodidad que había percibido en su último día en San Francisco había desaparecido de a poco, aunque ella seguía recordando nítidamente todo lo ocurrido. A veces, cuando se quedaba sola —sin la presencia apabullante de Sean en rededor— se permitía bajar la guardia y dudar de todo eso, volvía ese sentimiento de que algo estaba terriblemente mal, pero en cuanto lo veía, lo besaba o lo tocaba, las dudas se desvanecían.

El primer día del concurso se despertó antes que todos, estaba demasiado nerviosa por como saldrían las cosas con su nueva idea. Finalmente, resultó que no tenía motivos por los cuales preocuparse, porque todo había salió más que bien. Los concursantes habían congeniado muy bien, habían jugado y charlado toda la mañana y parte de la tarde y supo de la dueña del restaurante donde habían tenido el encuentro que le habían pedido ayuda para reservar una salida todos juntos.

La mañana de las audiciones se pudo ver que habían tenido una noche loca, pero eso no se metió en el camino de su profesionalidad y habían sido más difícil escoger a los participantes que en la ciudad anterior. Al final, se quedaron con un chico y una chica, pero a Leanna no le pasó desapercibido el hecho de que Sean había guardado la información de varios más en su computadora.

También, hablaba más con su hermano. En dos semanas estarían en Houston y habían arreglado para encontrarse, ella había movido su día libre para entonces, en vez de Seattle que era el próximo en su lista. Con Mariana también hablaba de vez en cuando, aunque su amiga no podía comunicarse como quería porque la desgracia había sacudido la "Dama rosa" con la muerte inesperada —y devastadora— de Ana.

Ese día, Leanna lloró por horas recluida en su habitación y agradeció que todos la hubieran dejado estar. La falta de Ana la sentía aún a kilómetros de distancia y le dolía saber que había perdido a la única persona que la había tratado como una hija, que le había dado una mano cuando más la necesitaba y un hombro para llorar cuando se rompía. Nadie sabía que iba a pasar con el bar y Mariana estaba muy estresada al respecto, aunque ella tenía una red de apoyo muy grande, el bar era su forma de escapar de una vida llena de expectativas y presiones.

Debido a su malestar anímico, había visto poco de Nueva Orleans y no encontraba en sí las fuerzas de hacer turismo. Por eso había declinado la oferta de Sean de repetir lo de San Francisco y nunca se esperó que él mismo desistiría de sus planes para viajar con ellos.

—No tienes por qué hacerlo. —Le dijo la noche antes de partir, estaban acostados en la cama de Sean y él le acariciaba el brazo con parsimonia.

—No tengo. Pero quiero. —respondió con simpleza, acercándose para dejar un beso sobre su cabeza.

En esos días se había comportado de maravilla con ella, las luchas internas que parecía batallar habían quedado en un segundo plano, pero no podía sacudirse el temor de que eso terminaría y volverían a su estado anterior.

—Gracias por estar conmigo. —Su agarre se tensó por un instante, pero pronto se recompuso, volviendo a las caricias de antes.

—¿La querías mucho? —Leanna asintió, sus ojos volvían a llenarse de lágrimas y esa vez no hizo nada para detenerlas.

Permitió que surcaran su rostro hasta bajar por su cuello y perderse en su escote, liberando así, gota a gota, el dolor y la angustia que la embargaba. Sentir los brazos de Sean a su alrededor evitaba que se descompusiera, que se doblará y se rompiera en dos.

—Era como una madre para mí. —Confesó con voz rota, dejando escapar un sollozo y después muchos más—. Me ayudó cuando más la necesitaba, cuando no tenía a nadie a quien acudir.

Esperó su pregunta, esperó que indagara en el significado de sus palabras, pero él solo permaneció en silencio, sosteniéndola. Lo agradeció, su presencia silenciosa era como un bálsamo, a su lado podía mostrarse débil y no temer que lo usaría en su contra.

—¿Me quieres contar? —preguntó lo que parecieron horas después, aunque solo hayan sido unos cuantos minutos.

Sorbió por la nariz y negó con la cabeza. Sean no insistió y una parte maliciosa de su consciencia —la que, curiosamente, tenía la voz de su madre— le dijo que era porque no le importaba, que había preguntado solo por compromiso, pero que no quiera saberlo en realidad.

Luchó con todas sus fuerzas para acallarla, romper la influencia que tenía sobre su mente cada vez más quebrada y vulnerable.

Se quedó dormida un rato después, pero sus sueños fueron plegados de pesadillas inconexas, pero que la dejaron a borde de la locura. En algunos momentos le parecía escuchar una voz susurrándole, llamándole y tratando de sacarla de las garras de sus demonios personales, pero no tenía fuerzas suficientes para resistirse, para escapar y despertar.

Despertó recién en la madrugada, estaba acostada en posición fetal en un extremo de la cama y bañada en sudor. Sus brazos dolían por alguna extraña razón, ahogó un gritó al ver los rasguños que sabía no estaban ahí cuando se fue a dormir. Se incorporó con torpeza, sintiéndose cansada, como si llevara horas corriendo. Se dio cuenta de que sí lo hacía, corría lejos de sus propios pensamientos, de su propio ser.




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