Una calidez extraña se derramó en su pecho, calentó todo a su paso e hizo que le hirviera la sangre ante la primera imagen de Houston delante de ella. El aire olía a su niñez, las calles eran tan conocidas y la gente se asemejaba a su familia. Eran puros desconocidos, sin embargo, sus facciones le parecían tan familiares como si se mirara al espejo. Los rayos de sol le calentaron la cara, sintió ganas de soltar una risa de pura alegría, pero se refrenó al recordar que no estaba sola.
—Bienvenida a tu tierra natal, Leanna. —Susurró Shannon, sacándola de su ensimismamiento y deslizando el brazo por su codo para empezar a caminar—. Sabes que te vamos a usar de guía, ¿verdad? —preguntó, mientras esperaban a que el chófer pusiera sus maletas en la camioneta.
Cuando vio que la suya estaba a salvo, Leanna se desenredó del agarre de Shannon.
—¿Estás segura de que no es problema para ti? —cuestionó, señalando el maletero.
La otra mujer negó con una sonrisa.
—Tranquila, yo me encargo. —Aseguró, dándole un beso en la mejilla y desapareció en el interior del coche.
Detrás de ella se quedó Jack, le sonrió amistoso antes de entrar él también. Pronto se encontró sola en la acera, perdida entre el mar de gente que aún salía del aeropuerto, buscando frenéticos un medio de transporte. Se alejó un poco del centro del barullo, sus pasos lentos y vacilantes, como si fuera la primera vez que veía ese lugar. Divisó a Simón en la lejanía, estaba aparcado a una calle lateral del aeropuerto y miraba algo en su celular. Por acto reflejo, Leanna sacó el suyo del bolso justo cuando le entraba una llamada de su parte. La rechazó y, a pesar de andar en tacones, echó a correr hacia él.
—Simón. —Gritó cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que la escuchara, a él le tomó un segundo orientarse y enfocarla, después su rostro se partió en una sonrisa y caminó en su encuentro con los brazos abiertos.
Se perdió en el abrazo de su hermano, casi haciéndolos caer a ambos, pero Simón logró estabilizarse. Rio, sin razón aparente y con todas las razones del mundo, apoyando la frente en su hombro y sintiéndose finalmente en casa.
—Hola, peque. —Saludó este cuando logró separarse un poco de su agarre, plantándole un beso en la frente—. Bienvenida a casa.
Sus palabras hicieron que su corazón se contrajera, que doliera como nunca antes. No estaba en casa, sabía que apenas saliera de su abrazo dejaría de sentirse reconfortada y volvería el sentimiento de desazón que la acompañaba desde hacía un tiempo. Aún con la garganta cerrada por el cúmulo de emociones que la asaltaban, lo siguió a su coche y entró en silencio, mirándolo fijamente como si podría desaparecer en cualquier instante.
—¿Tienes hambre? —Indagó Simón, poniendo el coche en marcha y saliendo del aparcamiento.
Negó con la cabeza, aún con la mirada pegada a su perfil. Cuando finalmente se dio cuenta de que parecía una acosadora loca, giró en su lugar y empezó a mirar el paisaje que pasaban.
—¿A dónde vamos? —preguntó minutos después, cuando el silencio comenzó a volverse insoportable.
—Estamos quedándonos en una casa a las afueras. —Explicó, haciendo referencia a sus compañeros de banda—. Los chicos están en la ciudad, seguro, así que podremos platicar en paz. —Añadió, seguramente pensando en que ella se sentiría incómoda con tanta gente.
—¿Cómo les va? —Cambió de tema a propósito, pero al ver la sonrisa de Simón mientras pensaba en una respuesta se dio cuenta de que había acertado.
—Genial. Ahora ya tenemos una red de gente que nos invita a sus eventos y cada día crece más y más. Si seguimos así, no tendremos que buscar trabajos fuera de la ciudad.
—Me suena a que alguien quiere echar raíces. —Bromeó, Simón solo se encogió de hombros en respuesta—. ¿Qué? —Volvió a virar en su asiento, poniendo una pierna sobre este para verlo mejor—. ¿De qué me perdí? —Indagó, haciendo bailar sus cejas en diversión.
Simón quitó la mirada de la carretera solo un instante, le sonrió y volvió a concentrarse en el camino.
—Aarón tiene novia aquí y está cada vez más reacio a dejarla cuando nos tenemos que ir. —Explicó, sin emoción en su voz—. Y siento que nos va a pasar a todos en algún punto, así que es mejor asegurarse a tiempo. —Agregó, encogiéndose de hombros de vuelta.
—¿Hay alguien? —Insistió, reacia a dejar pasar ese momento de conexión que estaban teniendo.
—No. ¿Qué, no me escuchas cuando hablo? —Picó, fingiendo estar irritado.
—Si hablaras con más claridad. —Comentó, volviendo a su posición previa y relajándose en el asiento. Ya habían dejado atrás la carretera principal y se adentraban por un camino estrecho y en mal estado a un bosque frondoso—. Si no fueras mi hermano, tendría miedo ahora mismo. —Dijo, erigiéndose en el asiento para mirar mejor el paisaje.
Sacó su celular e hizo un breve vídeo del mismo, con la risa de Simón de fondo. Pasaron el bosque en apenas unos minutos y ante ella se abrió un campo que parecía no tener fin, con varias casitas repartidas. Estaban lo suficientemente alejadas entre sí para que todos tuvieran su privacidad, pero también cerca para que nadie se sintiera en soledad.
—¿Qué es? —preguntó, como una tonta, mientras Simón se acercaba a una casa en el centro de la pequeña urbanización.
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Editado: 04.04.2022