A. Alexa. La melodía de tu amor

14 Cortar los lazos

Sean ya había llegado para cuándo regreso al hotel esa noche. Lo saludó con un beso fervoroso, no se había dado cuenta de cuanto lo había extrañado hasta que lo tuvo en frente. Él le devolvió las caricias con el mismo ardor de siempre, con el mismo deseo que la quemaba por dentro; pero sus ojos permanecieron oscuros, cubiertos con un manto negro que le hacía imposible leer su expresión.

Se habían encontrado a medio camino, habían hecho el amor como si habían pasado eones desde la última vez, pero cuando la lujuria se disipó, solo le quedó un regusto amargo de la lejanía.

—¿Cómo te fue en tus negocios? —le preguntó, con la cabeza sobre su pecho y dibujando círculos imaginarios sobre la piel desnuda de su estómago, reacia a alejarse y cortar la poca conexión que había aún entre ellos. De alguna extraña manera, pensó que si lo dejaba ir en ese momento, lo perdería para siempre.

—Bien. —Fue la escueta respuesta que recibió, seguida por un beso en su cabeza, que —inesperadamente— más que tranquilizarla, la inquietó—. ¿Cómo te fue a ti? Debe estar hermoso volver a la ciudad natal.

Leanna sopesó sus palabras, recordó todo lo que vivió, lo que sintió desde que piso el suelo tejano el día anterior y no supo qué responder. Estaba repleta de sentimientos contradictorios que peleaban constantemente, sin dejarle tregua. La felicidad que sintió al ver a Simón se vio empañada al ver a Malcolm; la plenitud al ver a sus madres postizas al entender que no podía ver a su madre, de lo contrario quedaría más lastimada que antes. Estaba harta de no tener un solo momento feliz en su vida, siempre había algo que la hacía retroceder hacia la mujer que fue en algún momento y que quería olvidar siquiera existió. Pero, no podía decirle eso a Sean: aceptar delante de él que se sentía un fracaso astillaría aún más esa extraña relación que tenían.

—Bien. —Imitó su respuesta anterior y, aunque una parte de ella lo deseaba, no pudo evitar sentirse decepcionada al ver que él no insistía; volvieron a atormentarla pensamientos destructivos y solo pudo sacar una conclusión: a Sean Greyson no le importaba lo que sucedía en su vida, solo preguntaba por mera formalidad, le daba igual si le respondía a no.

La fuerza de esa realización —aunque sabía que no podía ser completamente en lo cierto— hizo que se levantara abruptamente y se alejara de su toque como si le quemara. A tropezones camino hasta el baño y solo ahí se dejó caer sobre las baldosas frías, apoyó las manos y respiró hondo, tratando de mantener a raya el ataque de pánico que se avecinaba. Solo ahí tirada entendió que no estaba bien, que regresar a Houston era una idea terrible y que, hasta ver a sus seres más queridos, le hacía daño; la hacía perder el poco avance que había hecho en su vida para salir del pozo en el que estaba sumida desde siempre. Necesitaba irse de Houston y esa vez para siempre, cortar todos los lazos con la ciudad a la cual identificaba como su infierno personal.

—Cielo. —escuchó la voz de Sean llamarla detrás de la puerta y luchó por responderle, pero su voz había desaparecido. O tal vez no, pero se había convertido en un grito silencioso y desgarrador que, si dejaba salir, le quitaría la poca fuerza que le quedaba—. ¿Estás bien? —La preocupación en su voz la sacó un poco de su estupor, fue capaz de incorporarse y levantarse apoyando las manos en el lavabo, la mujer que la observó desde el espejo no se parecía en nada a ella. Abrió la puerta despacio, pero seguía sin poder hablar. Lágrimas calientes surcaban sus mejillas y se tiró a sus brazos, buscando un poco de apoyo—. ¿Qué pasó?

No respondió, no se sentía capaz. Mostrarse vulnerable delante de ese hombre seguro de sí mismo, capaz de afrontar cualquier situación y cualquier dolor era humillante, pero Sean era la única persona que tenía aunque un mínimo poder de calmarla, de ofrecerle sosiego y con el que se sentía segura. Sin pronunciar palabra, se puso de puntillas para besar su barbilla y se estiró aún más hasta llegar a sus labios. Sintió la renuencia de Sean ante sus avances, pero hizo de cuenta de que no lo había notado, siguió buscado su contacto como si fuera desesperada. Era la manera equivocada de tratar sus problemas, lo sabía, pero no veía otra forma de sentirse mejor. Se sintió vacía al terminar, nada similar a las otras veces que habían compartido un momento íntimo.

—Lo siento. —Se disculpó, avergonzada por su compartimiento, por su arranque.

—No lo hagas. —Sean envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo delgado, enlazándolos sobre su vientre y apoyó la barbilla en su hombro—. Solo quiero saber qué pasó, quiero ayudarte. —suspiró, pensando en que se lo debía, al menos debía darle una explicación después de —literalmente— usarlo como escape.

—No quiero estar aquí. Houston ya no es mi casa. —habló atropelladamente, las palabras escapándose de sus labios como si supieran que, si no huían, volvería a tragárselas—. Es solo un cúmulo de malos recuerdos, de años de sufrimiento y maltratos, de tanto dolor. —Una vez empezó a hablar, todo fue más fácil, pero aún no lograba encontrar las palabras correctas con las que describir la maraña de emociones que la embargaban.

—Pensé que te gustaría estar aquí. —Murmuró el hombre, apretando un poco el agarre sobre su cintura—. ¿Viste a alguien quién te molestó? —insistió, Leanna negó con la cabeza aunque la mentira la quemara. La verdad era que ver a Malcolm aumentó su tristeza, pero no era el desencadenante, no podía culpar a su hermano de todo. Por eso decidió no mencionar su encuentro en el centro comercial, porque —en el gran esquema de las cosas— era una nimiedad.




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