Dos semanas después, estaban en la última ciudad de la gira. Los Ángeles brillaba con miles de colores y, a medida que serpenteaban las calles atestadas de gente, Leanna trataba de empaparse de la belleza que estaba viendo. Aunque su ánimo no era el mejor —aún sentía las secuelas de su recaída— se había propuesto que disfrutaría de los últimos días de su gira a pleno.
Con Sean habían logrado recuperar cierta tranquilidad en su relación, aunque cada día se le hacía más difícil ignorar las fisuras que se agrandaban paso a paso. Las alarmas que habían empezado a sonar la primera vez que lo vio, solo habían aumentado su volumen, alcanzando un nivel casi insoportable. Pero ella, enamorada como estaba, se obstinaba en seguir adelante, en tratar de estirar lo más posible ese pequeño paraíso que sentía en sus brazos.
Después de salir de la casa de su madre todo había ido cuesta abajo. Si pensaba que cortar los lazos le haría bien, estaba más que equivocada. Aunque no se arrepentía de tomar esa decisión, fue más difícil soportar sus consecuencias. Su estado de ánimo estaba por los suelos, el trabajo le supuso un esfuerzo enorme, hablar con alguien era una tortura porque tenía que fingir que todo estaba bien. Y todo eso, inevitablemente, se había reflejado en su estado de salud, produciéndole un dolor terrible. Terminar en el hospital —viendo hacia atrás— había sido lo mejor que podía pasarle. Las palabras del médico aún resonaban en su cabeza como una melodía grabada a juego, como una espada que pendía sobre su cabeza, esperando el momento de terminarlo.
—Has tenido muchas advertencias, Leanna. —Había musitado el médico después de revisar su historial—. Me temo que está es la última. No puedes permitir que tu cuerpo sufra tanto estrés. Hasta ahora se había reflejado en tu sistema digestivo, es cuestión de tiempo de que ataque los demás órganos.
Aunque había esperado esas palabras —no era tonta y sabía la clase de problema que enfrentaba—, estás supusieron una sacudida violenta de su letargo. Necesitaba empezar a vivir de verdad —algo que pensó que hizo al escaparse de todo y aceptar el trabajo que le ofrecía Sean—, no sobrevivir. Así que, disfrutaría los últimos días junto a ellos y después tomaría las riendas de su destino en sus propias manos, aunque eso signifique tener que dejar atrás a muchas personas que amaba.
—¿Te gusta la ciudad? —Sean estaba sentado al lado suyo en la gran camioneta que vino a recogerlos al aeropuerto, se había inclinado sobre su hombro para observar en la misma dirección que ella. Ladeó la cabeza un poco, para mirarlo de reojo y esbozó una sonrisa vacilante.
—Es hermosa. —Era una respuesta ensayada, pero la cual veracidad nadie pondría en duda. En realidad, tenía muchas más cosas que decir sobre Los Ángeles; quizá no tanto sobre la ciudad más lo que significaba para ella... Una vez más, tomó la decisión de callarse, de ahogar a la mujer que gritaba en su interior y que siempre reprimía. Algo que lamentaría en un futuro cercano, sintió, pero que —de nuevo— no lamentó.
¿Esa iba a ser siempre su vida? Pensó con aprehensión, volviendo las imágenes de su paso por la tierra como una película mal hecha. Desde que recordaba, siempre se había conformado, en todo. Siempre acallando la voz de Leanna que era, para hacer oír la voz de Leanna que todos querían que fuera. Guardando sus sentimientos para no herir los de otros. Una y otra vez, como una especie de maldición que no sabía cómo romper.
¿Cuántas veces había pensado que había tomado el rumbo correcto? Cientos, y cada vez se descubrió irremediablemente equivocada. Había amado, pero nunca por las razones adecuadas. Hasta el amor que sentía por Sean, pensó con pesar, no se sentía correcto. ¿Lo amaba por él, por lo que había significado en su vida? El escape de una realidad dolorosa, de una familia difícil que le había la vida imposible. ¿O lo amaba por él, por la clase de persona que era y por como la hacía sentir? Amada, cuidada. Importante para un hombre bueno, cariñoso y dedicado.
Le echó otra mirada de reojo, él seguía en la misma posición, observando la ciudad al igual que ella, aún sin saber que ella veía cualquier otra cosa menos la ciudad. Obtuvo su respuesta en ese mismo momento: lo amaba por el hombre que era, por nada más. Eso fue un alivio instantáneo, pero inmediatamente trajo otro montón de dudas.
¿Podía estar feliz a su lado si ella misma no era feliz en su vida? Veía a Sean como lo único bueno que le haya pasado, como un puerto seguro en cualquier tormenta. Pero, ¿era eso justo para él? Tomar todo lo que le ofrecía, sin poder dar nada a cambio. O entregarle los fragmentos de su corazón roto, de su alma adolorida, de su mente fracturada. Ninguna de las dos opciones se sentía bien, sabía que en ambas ocasiones quedaría destrozada, solo de manera diferente.
—Pareces muy distraída. —Volvió a hablar en su oído, mandando escalofríos por todo su cuerpo.
—Es la última ciudad. —Le recordó, esperando que él entendiera el significado de esas palabras, que se diera cuenta de lo simbólico que era para ella estar ahí en ese momento.
—Lo sé. —Se desinfló al ver que, al parecer, no había entendido nada; es más, se volvió a sentar bien en su asiento, dejándola sin la protección de su calor. Permaneció el resto del camino sin mirarla, sin siquiera dar acuse de que se daba cuenta de que ella era ahí, ignorándola por completo. Tal vez él también pasaba por el torbellino de emociones al igual que ella, tal vez su cabeza estaba igual de revuelta que la suya.
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Editado: 04.04.2022