A. Alexa. La melodía de tu amor

17. Sanar

Seis meses después

Era un día demasiado frío para ser otoño. El viento soplaba con fuerza y las hojas amarillas y rojas volaban en el aire hasta caer sobre el suelo, creando una alfombra multicolor a sus pies. Con dificultad se arrodilló, poniendo una rodilla sobre el cemento para acomodar un poco su postura y dejó un ramo de flores sobre la tumba. Una lágrima se deslizó por su mejilla hasta perderse en la curva de su cuello y luego más abajo, desaparecer en la suave tela de su abrigo. La bufanda que había dejado sobre sus hombros porque la estaba asfixiando bailo en el viento, dejándole un aspecto aún más fúnebre a la escena.

—Hola. —musitó, observando la foto que habían elegido, por un momento le pareció tan vivida; como si el hombre estaba por salir de ella y decirle que todo aquello era una cruel broma del destino. Su mano voló hasta su vientre abultado en un acto reflejo de protección, como si necesitara proteger a su bebé de lo que sucedía a su alrededor—. Lo siento por no venir antes.

No había podido obligarse a venir cuando todo sucedió, perdida en una neblina de sentimientos diversos y de dolor angustiante. Había descolgado su teléfono, apagado la tele y tirado los periódicos sin siquiera echarles un vistazo, buscando evitar la dura realidad. Recluida en su habitación del departamento que compartía con Mariana, había hecho su duelo. Cuando finalmente tuvo que salir, las fuerzas de enfrentarse al amor perdido no existían, se dejó llevar por la vorágine en la que se sumió su vida.

—Christopher dice que venías a verme. —Era lo más difícil de aceptar; no saber si las palabras de Christopher eran ciertas, o un simple consuelo para su corazón adolorido—. Supongo que nunca lo sabremos, amor. —Un sollozo se escapó, pero se negó a seguir llorando. Había llorado su buena parte por Sean, había llegado a un punto donde las lágrimas simplemente no bastaban.

Una semana después de volver de la gira y cortar los lazos con Greyson productions, se había enterado de la noticia de la muerte del director productivo de la empresa. Sean Greyson murió una fría noche de primavera, con un aguacero asolando la ciudad. Había conducido borracho, como una repetición macabra de la historia donde perdió la vida su hijo no nacido. Según las palabras de Christopher, había ido a buscarla; consciente de que había cometido un error garrafal con ella, pero eso era solo un cuento que no se sentía capaz de aceptar como la verdad absoluta.

Al menos, Christopher había tenido la suficiente consideración para aparecer en la puerta de su casa y darle la noticia personalmente, antes de que los periodistas crearan su espectáculo. Se había sentido devastada, aceptar que el hombre que más había amado en su vida ya no estaba en ese mundo fue un golpe demasiado duro de asumir. Solo al enterarse de que quedaba algo de Sean; creciendo en su vientre, encontró las fuerzas suficientes para salir de la cama y enfrentar el mundo de nuevo.

—Quería presentarte a nuestra hija. —Apretó la mano sobre su estómago, enfatizando sus palabras—. Yo estoy bien, Sean. —Las palabras salieron con más facilidad de la que pensó—. Estoy tratando de rehacer mi vida, de sanar mi corazón para ser una mejor mujer para ella. Para ser la madre que se merece. —Era una promesa que se había hecho a sí misma, cambiar para poder criar a su niña en un hogar de amor y comprensión, de paz—. Lamento mucho que no vayas a estar con nosotras. No sé si podríamos haber arreglado lo nuestro, supongo que no, pero se merecían la oportunidad de conocerse. —Una herida que nunca sanaría; ella había disfrutado de su tiempo con Sean —a pesar de cómo habían terminado las cosas—, algo que su hija nunca podría hacer—. Le voy a hablar de ti. No de tus heridas, de tus cicatrices y miedos; sino de lo gran hombre que fuiste, de lo feliz que estuve a tu lado.

Sus rodillas empezaron a doler, así que se sentó por completo en el cemento frío del hogar permanente del hombre que un día habitó su corazón. Sintió una mirada perforarle la espalda, pero no se giró, Noah aceptaría que era un momento que se debían el uno al otro.

—Te perdono, Sean. Por creer eso de mí, por no verme como realmente era. Y me perdono, por no haber sabido ver que lo nuestro iba mal. Y nos perdono, por arruinar algo que pudo ser increíble.

Hizo una maniobra para dejar un beso sobre la piedra y se levantó a duras penas, despidiéndose del hombre que marcó una parte importante de su vida. Volvería, ahora que había roto el hielo, regresaría con su hija para presentarla a su padre. No podía sacar a Sean de su vida, aunque él ya no estaba en ese mundo, siempre le guardaría un lugar en su corazón.

Caminó despacio, pero sin mirar atrás. No había obtenido un cierre, sabía que nunca lo tendría: si historia había sido así, llena de altibajos, llena de incertidumbre, una historia de amor que se terminó abruptamente la noche que Sean estrelló su coche contra un muro.

—¿Estás bien? —Aceptó el abrazo de Noah, sintiéndose confrontada por sus brazos fuertes y calientes.

—Estoy llegando ahí. —Fue sincera, si algo había aprendido de su relación fallida con Sean Greyson era que no podía dejar cosas sin decir, que siempre tenía que hablar sobre sus sentimientos.

Conoció a Noah un día después de enterarse de que estaba embarazada, cuando volvió a Dama rosa — ahora convertida en un restaurante elegante con música en vivo— para pedir un puesto de trabajo. Era el sobrino de Ana, el heredero. Había sido muy justo con ella, dándole la oportunidad de retomar sus turnos de antes, hasta que su embarazo se volvió más notorio y tuvo que cortar las horas de trabajo. También ahí, fue un ángel para ella: no la había despedido, al contrario, seguía pagándole lo mismo y le ayudaba en todo.




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