A. Alexa. Lazos de odio

VII & VIII

Después de su primera semana de trabajo, Carlos estaba exhausto. Él no estaba acostumbrado a trabajar con sus manos todos los días, en realidad no estaba acostumbrado a trabajar en absoluto. Apenas estaba terminando la universidad cuando pasó todo lo de Roberto y después se entregó a su misión, así que nunca tuvo oportunidad de explorar la vida laboral. Ahora empezaba desde cero y por más difícil que se le hacía, sentía una pizca de emoción al sentirse útil.

Lo único que le molestaba era no haber visto a Anya en esos días. No le gustaba la idea de estar alejados, pero con sus horarios y con la ayuda que le estaba prestando ella a su vecina, sus agendas no coincidían. A ella no parecía molestarle, así que él se tragó sus sentimientos, en ese dúo era ella la que necesitaba sanar más y él no haría nada para interrumpir ese proceso.

Quería vengar la muerte de su hermano, pero no a expensas de la mujer que Roberto amó y por la cual dio la vida. En esos momentos se encontraba en el bosque, ese lugar lo calmaba más que nada en el mundo. Era tranquilo, nadie le molestaba y por unas horas podía apagar el ruido y estar solo con sus pensamientos. O casi.

- ¿Espiar a la gente es algo que haces regularmente? – sonrió al escuchar el suspiro de la persona que estaba detrás de él. – ¿O debo creer que es otra casualidad?

- Es definitivamente una casualidad. – replicó la suave voz que, a pesar de no deber, le era malditamente familiar. – Veo que ya no soy la única a quien le gusta este lugar.

- No. Somos dos.

La joven caminó hasta quedar a su lado, después se sentó con una gracia increíble. Sonrió al ver que la primera impresión no lo engañó, realmente se veía como una ninfa del bosque.

- Soy Carlos. – se presentó.

- Ni creas que te voy a decir mi nombre. – replicó la mujer y Carlos alzó una ceja, sorprendido. - ¿Qué? Siempre pensé que sería interesante, ya sabes, conocer a alguien y no saber su nombre. ¿Por qué está tan importante el nombre, de todos modos?

- ¿Estás loca? – lejos de sentirse ofendida, la mujer sin nombre soltó una carcajada llena de júbilo.

- ¿No estamos todos un poco locos?

Carlos la observó detenidamente, parecía una mujer normal a primera vista, un poco demasiado alegre para su gusto, nada más.

- Así que… - empezó a decir ella al ver que él no respondería - ¿Qué te trae por aquí a estas horas? Puede ser peligroso de noche.

- Lo mismo digo. – replicó, pero ella no se dio por aludida. – Recién salí del trabajo y quise relajarme un poco. Estar aquí me relaja. ¿Y tú?

- Digamos que el bosque es como mi segunda casa. ­ - no añadió nada más, volvió a concentrarse en tirar de la hierba a su alrededor. – Piensas que el bosque es peligroso, pero la verdad es que no. Cuando llegas a conocerlo… a conocerlo de verdad, te darás cuenta de que estás más a salvo ahí que en cualquier otro lugar.

- No sé sobre eso. He escuchado de cosas bastante macabras que sucedieron en algún bosque.

- Bueno, me retracto. Este bosque. ¿Está mejor así?

- Tú pareces ser la experta.

La joven volvió a callar y Carlos no supo que más decirle. Además, empezaba a dolerle la cabeza, cada cosa que ella le decía parecía portar un significado más profundo de lo que él pudiera comprender.

- Me tengo que ir. Tú también deberías, está por llover. Y por más que te guste este lugar, no quieres estar aquí cuando llueve. Créeme.

Dicho eso, se levantó, sus pasos apresurados. Carlos decidió imitarla, la realidad era que se le hacía tarde y el día siguiente tenía que volver a trabajar.

- ¿En serio no me vas a decir tu nombre? – intentó de nuevo, ella solamente le sonrió y negó con la cabeza.

- Tal vez algún día.

- ¿Eso significa que volveré a verte?

- Sabes dónde encontrarme. – dicho eso, desapareció entre las sombras de los árboles, dejándolo aturdido y fascinado a la misma medida.

🎀🎀🎀

La ninfa tuvo razón, al final. Llovió toda la noche y amainó recién en la mañana, poco antes de que saliera para trabajar. Estaba manejando hacía la ciudad cuando recibió una llamada de Anya. Agradeciendo que tuviera un par de minutos antes de su turno, aparcó frente al pequeño restaurante donde se juntaban las personas de la ciudad. Siempre estaba llenó, el lugar preferido de los lugareños.

- De todas las personas, nunca pensé que tú serás tan absorbido por el trabajo que no tuvieras tiempo para tu hermana querida. – bromeó la mujer cuando se sentó en la silla frente a ella.

- ¿Ya ordenaste? Tengo que estar en el trabajo en quince minutos.

- En realidad, no me permitieron ordenar. Como soy cliente nuevo tengo que probar el especial de la casa.

La confusión en su cara fue igual a la de él cuando entró a comer ahí por primera vez.




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