A. Alexa. Lazos de odio

XI & XII

Horas antes

Los fines de semana eran una pesadilla en su vida, pero ni modo, había que enfrentarlos. Por eso había salido ese sábado por la tarde a pasear, esperando que un poco del aire le calmara los nervios. Naya ya no estaba en casa de Carolina, por lo que no podía hablar con ella sin arrastrarse delante de Adelaide. Y él lo haría, si no supiera que ella lo llevaría a rogar, pero al final seguiría sin conseguir lo que quería.

Entró al restaurante del pueblo y sintió la calidez del lugar envolverlo. El local estaba medianamente llenó, empezaría a llegar gente en un par de horas para la cena, por lo que decidió adelantarse y ordenar la suya. Se sentó en la barra mientras esperaba su pedido.

- Solo hablan y hablan y al final no hacen nada. – murmuró la anciana dueña del establecimiento, haciendo una mueca hacía el televisor. Siguió su mirada y frunció el ceño al ver de qué se trataba. Pero, su atención fue rápidamente atraída hacia otra parte, hacía la mujer que estaba sentada dos sillas delante de él.

Estaba volteada hacía la televisión, por lo que pudo ver su perfil. La mano con la que sostenía el café estaba en el aire, temblando. Su piel se ponía más pálida por segundos. Si alguien le preguntara como se veía el terror, la cara de Anya lo era en ese momento.

Se levantó ignorando la diatriba de la mujer sobre los ricos mintiendo a los pobres. Sí, sí, él sabía todo sobre ello. Se detuvo a dos pasos de la mujer, indeciso sobre como proseguir. Sacarla de su trance no era la mejor idea, pero ella realmente parecía estar a punto de colapsar.

- ¿Anya? – la llamó con voz suave, tratando de no sobresaltarla. Ella no dio señales de haberlo escuchado. Esta vez fue un poco más lejos, posando su mano sobre el hombro de la mujer. Ahí, un pequeño estremecimiento. - ¿Anya, puedes mirarme? – le preguntó, rezando que lo hiciera, porque él no tenía ideas de cómo manejar esa situación. Y estaba reacio a pedir ayuda, ella no le parecía una mujer que quisiera llamar mucho la atención.

Después de unos minutos, mientras él se debatía sobre qué hacer, ella finalmente lo miró. El terror en sus facciones aún no había desaparecido y ahora una lágrima se deslizaba por su mejilla. Seguía mirándolo y Max sintió la desesperación crecer dentro de él.

- ¿Quieres que te lleve a casa? – un apenas perceptible asentimiento, Max suspiró aliviado. – Doña, ¿me puede guardar lo que pedí? Luego paso por ello. No, no importa que se vaya a enfriar. – enfatizó al ver que la mujer estaba a punto de reclamar. Ella asintió a regañadientes, mientras Max soltaba un billete suelto para el café de Anya.

Ella caminaba como un robot a su lado. Solamente al entrar en el coche, se dio cuenta de que no tenía ni idea de donde vivía la mujer. Tomó el celular y marcó el número de Carlos, él seguramente querría saber que pasó, pero no logró comunicarse.

- ¿Anya? – la llamó después de un rato, ella lo miró con ojos perdidos. - ¿Me puedes decir tu dirección? – ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño. Al parecer, realmente no podía recordarla.

Max sopesó sus opciones. Estaba en un estacionamiento que estaba cada vez más oscuro, con una mujer casi catatónica que había visto dos veces en su vida y sin saber a dónde llevarla o qué hacer para ayudarla.

- Tengo que avisarle a Lía… - la escuchó decir, pero al no aportar nada a su dilema, ignoró sus palabras. Ella lo repitió dos veces más y se ingenió para sacar su celular y escribir algo en él. Max pensó si esa tal Lía podría decirle donde vivía Anya, pero descartó la idea al verla guardar el celular con recelo.

- Te voy a llevar a casa de tu hermano, ¿vale? –dijo después de otros cinco minutos, al acceder a la plantilla de sus empleados y sacar de ahí la dirección de Carlos. Anya no dio señales de haberlo escuchado, pero igualmente prendió el coche y puso rumbo a las afueras del pueblo,

Maldijo su mala suerte al ver que las luces de la cabaña estaban apagadas, dejándole claro que su dueño no se encontraba dentro.

- Tengo una llave. – musitó la mujer y se puso a rebuscar en su bolso. Al encontrarlo, se dispuso a salir, pero la mano de Max la detuvo.

- ¿Estaría bien que entre contigo a esperar a Carlos? – ella negó frenéticamente. – No me gusta la idea de dejarte sola en ese estado. – Anya volvió a negar. Se dio por vencido. Una vida no le bastaría para descifrar lo que estaba pasando con ella ese día, las reacciones de la mujer no tenían ningún sentido y no se atrevía a cruzar alguna línea.

Ella salió a trompicones y Max puso el auto en reversa para alejarse un poco de la entrada.

Pero, no se movió de ahí hasta que vio al otro hombre hacer acto de presencia. Solo entonces se sintió capaz de dejar su puesto de vigilante.

Se había olvidado de ir a por su cena, por lo que llamó al restaurante para decir que pasaría en la mañana para pagar la orden, a pesar de no haberla consumido. Se dejó caer en su cama, aún era bastante temprano, pero estaba agotado.

Logró dormirse enseguida, pero sus sueños fueron demasiado turbulentos. Cuando al fin pudo abrir los ojos en la mañana solamente recordaba la mujer aterrorizada que había visto el día anterior. No podía evitar el pensar en ella, desde antes del incidente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.