A. Alexa. Lazos de odio

XIX & XX

- Nos conocimos en un bar. – le contó esa noche a Lía, ambas sentadas en el porche de su cabaña, disfrutando de una copa de vino. – Tocaba una banda extranjera y fui con una amiga de universidad que estaba de intercambio. Ella juraba que eran muy buenos. Y ahí lo vi por primera vez. Hasta ese momento no creí en flechazos, pero no encuentro otra forma de describir lo que me pasó esa noche. Y luego, era como si estuviera en cada lugar que yo iba.

- Algunos dirían que te perseguía. – algunos, incluida ella misma. Hubo una vez que lo enfrentó, armando un escándalo de proporciones épicas. Todavía podía sentir la vergüenza cuando se enteró de que estaba en el entrenamiento para la fuerza policial y que estaba en una rotación de seguridad en el campus.

Lía casi se atragantó con el vino.

- Me pidió que saliéramos como forma de resarcirme por los problemas causados. Y creó que desde ese momento no nos separamos. Éramos dos jóvenes sin muchas preocupaciones, a los que le gustaba vivir la vida a pleno.

Se perdió de nuevo en sus recuerdos. Habían vivido su relación a todo pulmón, como si no hubiera un mañana, como si la vida no importaba si estaban juntos.

- Me pidió que nos casáramos dos años más tarde, en el mismo bar, con la misma banda tocando. Y después vino el silencio. No mencionaba el matrimonio, si no fuera porque había videos de esa noche, llegaría a pensar que me lo imaginé todo.

- ¿Se arrepintió?

- ¡No! Estaba organizando la boda él mismo. El mismo lugar, todo. Era muy importante para nuestra historia. Literalmente, lo único que tuve que hacer era aparecer ese día. – y firmar el documento, el mismo que significó la sentencia de muerte de Roberto y su desgracia personal.

Lía soltó un suspiro, se le notaba muy ilusionada con la historia.

Cuando lo veía desde el lugar donde se encontraba ahora, a Anya también le parecería algo de lo que se leía en libros románticos. Pero cada momento de su historia fue real, su amor tan palpable. Por eso mismo, porque había vivido con él todas estas cosas, estaba segura de que estancarse en esos recuerdos y llorarlo por el resto de su vida nunca podría ser correcto.

- Es una historia muy linda. – tradujo los pensamientos en palabras. Después se quedó callada y Anya casi pudo sentir su lucha interna, esa pregunta rondando su mente, pero insegura si debía preguntar. Se preguntó si estaba lista para responderle.

El sonido de su celular las interrumpió y frunció el ceño al ver que era un número desconocido. Luego recordó que Lía tuvo la brillante idea de añadir su contacto a la tarjeta de presentación de la tienda y se relajó.

- ¿Hola? – contestó, pero al otro lado había solamente silencio. Luego de lo que le pareció una eternidad, pero fueron solo unos segundos, un sollozo. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

- Mi niña… - la voz era débil, ahogada por el llanto. Ella misma casi soltó una lágrima.

Le hizo una seña a Lía y entró a la cabaña.

- Tía. – la mujer volvió a sollozar y así pasó unos minutos. Anya esperó pacientemente que la mujer se tranquilizara, le debía eso.

- No puedo creer que vuelvo a escuchar tu voz. – dijo finalmente, Anya tragó un nudo. – Andrés me lo dijo todo, pero tenía que asegurarme por mi misma, escucharte.

No era una buena idea de que la llamara, pero no pudo reclamárselo, no al saber que lo hizo por amor.

- ¿Cómo estás, mi niña?

- Estoy bien. Recuperándome. – sabía que Andrés le dijo todo, en todos sus años de matrimonio nunca le había ocultado nada a su esposa, su amor una muestra definitiva de la fuerza de ese sentimiento. – Poco a poco estoy volviendo a ser yo.

Aunque era una imprudencia, se quedó más de media hora hablándole, tratando de no decir nombres o direcciones, nunca se podía ser demasiado cuidadoso. Carolina la escuchó con atención, interrumpiéndola a veces para hacer alguna pregunta. Se sintió como antes, cuando llegaba de una salida y corría a sus brazos para contarle todo.

- Tía, ¿Cómo está ella? – preguntó después, todos sus relatos una forma de encontrar fuerzas de formular esa pregunta.

Carolina no le hizo preguntas, no eran necesarias. Ambas sabían a quién se refería.

- Ella está bien. Está segura. – le aseguró, imaginando los miedos de su sobrina. – Es muy querida, Anya. – vaciló por un instante, Anya pudo percibirlo. – Tiene a un padre que la adora.

Las palabras le cayeron como una patada, pensando en su hija llamando papa a otro hombre que no fuera Roberto. Pero si su tía le decía que ese hombre amaba a su pequeña, ella ahogaría ese sentimiento. Ella haría lo que fuera por su pequeña, ya una vez había fallado en protegerla, esta vez haría todo bien.

- ¿El tío te contó lo que necesitamos que hagas? – preguntó y si Carolina se fijó en el cambio del tema brusco, no lo mencionó.

- Sí. Ustedes preparen todo, yo haré mi parte.

Terminaron poco después, conscientes de que se habían pasado. Era un riesgo más grande, pero esa llamada hizo desaparecer una pequeña parte de su malestar, así que aceptaría las consecuencias. Volvió a donde Lía, que al parecer se había terminado la botella de vino que había sacado y ahora se balanceaba en la hamaca, con la mirada perdida.




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