A. Alexa. Lazos de odio

XXI

Volver a la ciudad le resulto más difícil de lo que había pensado.

Se levantó de la cama, irritado. Había decidido quedarse en casa de sus padres, casi no los veía últimamente y su madre había insistido. Claro que eso solo le servía a la mujer para que intentara convencerlo de volver con Adelaide y dejar el asunto del divorcio atrás, alegando que “era lo mejor por su nieta”. Max amaba a su madre, pero esa declaración era tan falsa como todo el amor que Adelaide sentía por él.

La triste verdad era que su madre se había sentido muy a gusto con ser la suegra de una heredera rica, que tenía una empresa en su nombre y aparecía cada día en los periódicos por sus “hazañas”. Si no fuera por el apoyo de su padre y su hermana, además de Carolina, se volvería loco.

Salió a la terraza, pero eso no hizo mucho para mejorar su humor. Antes de venir ahí no se había dado cuenta de lo mucho que se acostumbró al pueblo, a la vida tranquila de ahí, donde si abría una ventana por la noche se dormiría con los rumores del bosque, de la naturaleza.

Observó el celular, pero este seguía en silencio. No había sabido nada de Anya desde la mañana anterior, cuando le avisó que llegó bien y ella le respondió que estaba camino a su trabajo. Luego se vio inmerso en mil pendientes, no tuvo tiempo ni para escribir un mensaje. Al parecer, ella tampoco.

- ¿No puedes dormir? – la voz de Tamara fue suave, su hermana era una experta en moderar su comportamiento acorde a las necesidades de los demás. Un momento podía ser un huracán, el otro una mariposa elegante y ligera.

- ¿Y tú? - ella hizo una mueca porque le respondió con otra pregunta, pero no dijo nada.

- Estoy preocupada por ti. – confesó y Max alargó el brazo para abrazarla. Agradeció a Dios tenerla a su lado, siempre apoyándolo.

- Todo va a estar bien. Adelaide quiere algo de mí y está dispuesta a negociar.

- No puedo creer que estemos hablando sobre Naya como si fuera un negocio. – respondió, con rabia. – Ella sabía que esperar cuando te introdujo a su vida, cuando te confió el papel de su padre. Si fueras tú él que quiere desatenderse de la niña todos estarían juzgándote. Pero ella está en todo su derecho para hacerlo, nadie dice nada.

Max solamente suspiró. Tamara tenía razón, pero ella no conocía a Adelaide tan bien como él. Para ella Naya siempre fue una moneda de cambio, así lo conquistó y así pretendía obligarlo a quedarse. Ahora, cuando al parecer se dio cuenta de que eso era imposible, le sacaría el mayor jugo posible a la situación.

- Voy a arreglarlo, Tam. No permitiré que me aleje de mi hija.

- Solo, no permitas que mama entre en tu cabeza. Ella solo…

Sí, todos estaban conscientes de las faltas de su madre.

- Solo quiero lo mejor para Naya. Y aunque muchos no lo entiendan, esto es lo mejor para ella.

Porque ellos no estaban ahí las noches que vasos volaban sobre sus cabezas solamente porque ella tuvo un mal día en el trabajo. Ellos no estuvieron cuando encontró a Naya en el armario, rogándole que dejasen de pelear porque tenía miedo. Por más doloroso que fuera, que él estuviese en esa casa había llevado a Naya a una existencia dolorosa. Ahora, la niña pasaba la mayor parte del tiempo con su nana, que la adoraba y con Carolina. Cuando él no estaba cerca para que Adelaide lo manipulara con ella, Naya era feliz.

- Me voy a dormir. Mañana quiero ir contigo a la audiencia, ¿eso está bien?

Max asintió, tener a una cara amigable significaría mucho.

🎀🎀🎀

Una ola de decepción lo asaltó al ver que ella seguía sin escribirle. Por un momento se sintió como un adolescente, obstinado en no ser el primero en mandar un mensaje, pero… Le había dicho que usara ese tiempo para pensar, para decidir qué era lo que sentía y como quería proseguir. No le molestaría, aunque se muriera de ganas de hablar con ella. Dejaría que Anya tomara el primer paso, que cerrara esa brecha que los separaba.

Adelaide ya había llegado cuando entró con Tamara. Estaba sentada cual reina en su trono, mirándolo cínicamente. ¿Cómo había terminado casado con ella?  Era una pregunta que lo atormentaba diariamente.

Se sentó tras saludar a todos los presentes, preparándose para una pesadilla.

- ¿Qué decidiste sobre lo que te dije, querido? – preguntó su todavía esposa con voz suave, una provocación escondida en sus palabras. Decidió ignorarla, dejaría que todo lo manejaran sus abogados.

- Vamos a necesitar que nos hagan una propuesta oficial, señora. Solamente después podremos evaluar si aceptamos o no. – las palabras de Ángela, su abogada principal, eran suaves, pero firmes. Ella tenía apenas un par de años más que él, pero era la mejor abogada que pudo encontrar.

- Pensé que estabas ansioso para terminar con esto, Max. Decías qué harías lo que fuera para tener esas visitas con la niña.

- Como he dicho, cuando tengamos una propuesta formal, hablamos. – zanjo Ángela, sin permitirle responder. Enzarzarse en una discusión con Adelaide ahí era lo peor que podía hacer.




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