A. Alexa. Lazos de odio

XXII & XXIII

Anya jugueteó con su celular, como hacía cada noche desde hacía días. Las ganas de escribirle a Max eran inmensas, pero algo siempre la detenía. Su estadía en la capital se había alargado a una semana y media, y contando. Y ella quería saber por qué, pero eso implicaría escribirle y volvía al problema de antes.

Fueron suficientes dos días para que se diera cuenta de que su vida ya nunca sería la misma sin él por ahí. Ella, que soportó años sin contacto humano, ahora no podía pasar un día sin la presencia de un solo hombre. Fue al darse cuenta de eso que decidió dejare llevar por esos sentimientos.

No podía hablar de amor, no aún. Con Roberto el sentimiento llegó tan de repente, tomándola desprevenida, bajando todas sus barreras. Ahora todo estaba diferente, simplemente porque ella se sentía diferente.

No era una niña despreocupada que podía dejarse llevar por las sensaciones, era una mujer con mucho equipaje a su espalda. Y a pesar de eso, quería seguir.

Así que, no, no amaba a Max, pero sí que podía estar un poquito enamorada de él. O muy.

El timbre la sobresaltó, su vieja amiga la paranoia haciéndose presente. Ignoró el impulso de llamar a Carlos, porque seguramente estaba él al otro lado de la puerta. O Lía.

O…

- ¿Max? – parpadeó sorprendida, mientras él la abrazaba. – No… no te esperaba.

Él hizo una mueca al separarse y ella se dio cuenta de la estupidez que había dicho. Claro que no lo esperaba si no habían hablado en tanto tiempo.

- Acabo de llegar. – le dijo, aun en la puerta. Ella se movió un poco, haciéndole pasar. – Necesitaba verte. – confesó y Anya sintió su corazón bailar.

Este se calmó al darse cuenta de que él no se veía bien. Parecía demarcado.

- ¿Estás bien? – negó con la cabeza.

- No quiero hablar de eso, por favor. – pidió. - ¿Estás ocupada?

- Estaba por irme a dormir, pero no pasa nada. Siéntate. ¿Quieres algo de tomar? – él negó, dejándose caer en el sofá. - ¿Comer? Dijiste que recién llegaste.

- ¿Puedes sentarte aquí conmigo?

No esperó que se lo preguntara dos veces. Se sentó a su lado, después se animó a pasar un brazo sobre su abdomen, abrazándolo torpemente.

- Las cosas no salieron precisamente como las planeaba. – dijo a cabo de unos minutos, sorprendiéndola. – Todo tomó un giro inesperado y no sé… tomé una decisión y ahora no estoy seguro si hice bien.

Ella se quedó en silencio, no estaba muy segura de que decirle.

- Te lo voy a contar todo, solamente, no hoy. Hoy solo quiero abrazarte.

Apretó un poco más su agarre, dejándola casi recostada sobre él.

- ¿Qué hiciste tú estos días? – preguntó, deseando evadirse un poco, pero también muriéndose de ganas de saber dónde estaban parados ellos dos.

- No mucho. Lía lleva un poco ausente estos días, si puedes imaginarte a Lía ausente. Casi no habla y está sumida en su mundo. Así que su locura no me tocó. Y Carlos… está siendo Carlos.

Empezó a hablarle del trabajo, estupideces sin importancia en realidad. Pronto se encontró con la cabeza apoyada en su regazo, mientras él le acariciaba el pelo. Poco a poco empezaba a verse como su Max, por lo que siguió divagando, tratando de hacerlo reír.

- ¿Y…? ¿Sobre nosotros? – preguntó al final y ella casi rio al entender que en realidad se refería a eso cuando hizo la pregunta la primera vez.

- Eso no me tomó tanto tiempo. – confesó, estirando la mano para acariciarle la mejilla. – Hay… algunas cosas que quiero contarte, para que entiendas lo que pasó esa noche… - explicó. – Pero, sé que no es el momento para eso. – alegó, recordando su estado al llegar. – Solo quiero decirte que quiero esto tanto como tú. Y estoy preparada para dejar todo a un lado, por nosotros.

Max se inclinó un poco, dejando un suave beso sobre sus labios. Un nudo se aflojó en su vientre, hasta ese momento no supo cuanto lo asustaba realmente su respuesta.

Anya se incorporó para seguir con el beso. Con cada caricia estaba más y más segura de su decisión. Ella se merecía un poco de felicidad, pensar en sí misma por una vez.

Cuando la temperatura en la cabaña subió y las cosas se pusieron un poco, muy calientes, fue él quien se alejó.

- Supongo que me lo merezco. – dijo, mientras se arreglaba la camisa del pijama. Sonrió al verlo tan espantado con el comentario.

- Esta noche no. – dijo, tratando de regular su respiración. Ella entendió a la perfección sus palabras escuetas. Lo que lo entristecía seguía ahí, no había lidiado con ello. Estaba de acuerdo, se merecían mucho más que ser el consuelo el uno para el otro. – Creo que mejor me voy.

Lo detuvo.

- ¿Quieres quedarte? Solo… podemos dormir, juntos. No quiero estar sola esta noche.

Él asintió, abrazándola.




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