A. Alexa. Lazos de odio

XXIV & XXV

- Eso fue incómodo. – murmuró Max cuando salieron de la cabaña de Carlos, todavía sin saber que pasó de repente para que todos estuvieran tan tensos.

- No puedo creer que no sabía su nombre. – Anya seguía enojada cuando entró en el coche, aunque tampoco sabía mucho más que Max. – Roberto nunca habría hecho algo así. – espetó, indignada.

- ¿Quién es Roberto?

- Su hermano.

Max se detuvo en el semáforo, y se giró para verla con el ceño fruncido.

- ¿Qué? – preguntó, aun sin darse cuenta de su desliz. - ¿Por qué me miras así? No me digas que te estás poniendo de su parte, porque…

Él negó con la cabeza.

- No. Solo me pareció raro como te referiste a su hermano.

- ¿Por?

- ¿No es hermano de los dos?

Anya abrió los ojos, cayendo en cuenta de sus palabras. Genial, estaba hablándole a Max de Roberto, y todavía se permitió cometer un error así de grave. Él continuó manejando, ajeno a sus pensamientos.

Anya siguió en silencio cuando bajaron para pedir su almuerzo y permaneció así hasta que llegaron al apartamento de Max.

Habían pasado dos días desde que él volvió y no se separaron en ningún momento, yendo por todas partes juntos. Precisamente por eso, porque Max le contó una parte de lo que lo traía tan mal cuando regresó, fueron a casa de Carlos esa mañana. Porque Max necesitaba a un experto en finanzas y Carlos lo era.

- Oye, ¿sigues enojada por lo que pasó?- la preguntó después de que comieran, al ver que ella aún estaba ausente. – Mira, sé que parece mal, pero no sabemos toda la historia. No puedes enojarte con tu hermano solamente por lo que parece ser…

- No es mi hermano. – lo interrumpió y Max quedó en silencio por unos momentos, para después reír.

- Anya, cariño, no es para tanto. Si yo renegara de mi hermana cada vez que hiciera algo que no me gusta… - ella se levantó, dejándolo con la palabra en la boca. Caminó hasta la sala y se quedó viendo por la ventana. Max se dio cuenta de que era algo que hacía a menudo - perderse en las vistas.

- No es mi hermano. – repitió, seria. Max se acercó para abrazarla, pero se detuvo al ver que ella se encogía.

- No entiendo. – aceptó, después de darle mil vueltas a sus palabras y quedarse en blanco. Si ella no se lo explicaba pronto, se volvería loco de tanto pensar.

- No hay mucho que entender, Max. Carlos y yo no somos hermanos. Simplemente dijimos eso al llegar porque eso facilitaría las cosas.

Se atrevió a tomarle la mano, algo que ella aceptó gustosa. Tiró un poco de él para que se sentaran en el piso, después lo soltó, volviendo a perderse en sus pensamientos.

- Es parte de la historia que no te conté. No es bonita y no me siento capaz de hablarte de todo, pero… Tampoco quiero mentirte más.

Él permaneció en silencio. No podía decirle que lo que sea que estuviera por contarle no haría que las cosas entre ellos cambiaran. Unos días antes tal vez, pero después de enterarse de que Naya no era hija de Adelaide y que su mujer lo mantuvo en secreto por tanto tiempo, no se atrevía a ser tan optimista.

- Yo… estuve casada. Y Carlos es el hermano de Roberto, mi esposo.

Una emoción desagradable lo asaltó, pero se arregló para que no se le notara.

- Él murió y yo pasé por una época muy dura después de eso. – presintió que había más en esa historia, pero no hizo ninguna pregunta. No quería presionarla, tampoco se sentía capaz de escuchar todos los detalles en ese momento. Se sintió mal al escuchar que el hombre estaba muerto, pero eso no hizo que sus celos desaparecieran. Era un sentimiento primitivo, incontrolable. Sabía que Anya tuvo una vida antes de él, pero darle nombre al hombre que ella amó en algún momento, le producía todo tipo de sentimientos.

- No tenemos que hablar de eso si te hace mal. – le dijo al ver que soltaba una lágrima, pero ella negó con la cabeza y se movió un poco para poder apoyarse en su pecho.

- Carlos estuvo ahí cuando salí del abismo. Estuvo viviendo aquí por un tiempo y pensó que me ayudaría a recuperarme. Por eso dijimos que somos hermanos, para que nadie sospechara.

Max la abrazó, sin poder resistirse. Se daba cuenta de que aún había lagunas en ese cuento, pero al menos era un principio.

- Yo también estuve casado. – se encontró diciendo, sin poder soportar la mentira que lo estaba ahogando.

- Parece que ambos tenemos un pasado que no nos gusta. – le respondió ella con una risa llorosa, al escuchar la aflicción en su voz.

- No, Anya. – negó. – Yo… estuve casado hasta hace una semana.

Ella salió disparada como una bala de sus brazos, dejándolo con la sensación del vacío.

- ¿Puedes repetir lo que acabas de decirme?




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