A. Alexa. Lazos de odio

XXXIV & XXXV

El evento terminó a las dos de madrugada y Anya se sorprendió cuando Max la invitó a su casa, diciéndole que sus padres decidieron irse esa misma noche, mientras Tamara se quedaría en el pueblo con Fernando. Ahí entendió que la tensión que percibió entre esos dos durante el día y la noche no era odio, sino todo lo contrario.

- Se gustan, pero no quieren aceptarlo. Llevan en ese tira y afloja desde adolescentes. – le explicó Max al verla confundida

 Esa noche, al llegar al apartamento, se entregó a él por completo, por primera vez sin dudas, segura de que podrían disfrutar de esa felicidad para siempre. Se quedó dormida sobre su pecho, envuelta en una burbuja de felicidad.

Esa burbuja explotó la mañana siguiente.

Como de costumbre, él se había levantado antes que ella, pero esa mañana no percibió el olor del desayuno. Lo encontró sentado en el sofá, con la mirada perdida en algún punto de la pared.

- ¿Pasó algo? – preguntó, mientras el miedo trepaba por sus venas.

Él deslizó un periódico por la mesa, sin pronunciar palabra. Sin mirarla.

Anya sintió que su corazón se caía a sus pies. Debió saber que la noticia se haría conocida de inmediato. Fue una ilusa al pensar que podría contarle, finalmente, toda la historia ese día, sincerarse con él por completo. Ahora él conocía una versión seguramente modificada de los periódicos y creía cualquier cosa sobre ella. En la portada estaba una foto de ella y Adelaide, cuando eran más jóvenes, con un encabezado hecho para llamar la atención:

La guerra silenciosa de las hermanas Montgomery: asesinatos, robos y secuestros dentro de la familia más poderosa de la región

­- Quería contarte todo hoy. No quería que te enteraras así.

- ¿De qué parte no querías que me enterara, precisamente? - preguntó con voz fría, haciéndola estremecer.

- De todo. Quería ser yo la que te contara todo, no un periódico de quinta que quien sabe que escribió. – tiró el papel al suelo, sentándose a su lado. – Ya sabias parte de la historia, Max. Tal vez no te di detalles, o nombres, pero sabías lo que me hicieron.

» Nuestro padre era un ser perverso cuya última satisfacción fue poner esa estúpida cláusula de que su heredera iba a ser la primera en darle un nieto. Lástima por el viejo que no especificó que debía ser varón, así que al nacer mi hija ella se convirtió en la heredera. Y Adelaide no pudo soportarlo. Ella siempre fue la interesada en la empresa, todos pensamos que se la dejaría a ella. Y yo me preparé para trabajar ahí, apoyarla, estar a su lado. Las rencillas empezaron mucho antes, cuando yo empecé a salir con Roberto. Cuando me quedé embarazada y nos casamos, ella pensó que lo había hecho a propósito, para quedarme con todo. Te juró que no fue así. Me enamoré y las cosas simplemente sucedieron. Roberto y yo queríamos recorrer el mundo con nuestra niña, por eso hice un documento cediéndole la herencia a mi hermana. Solo que ella no esperó a verlo, porque actuó antes.

Se detuvo para tomar aire, Max seguía en la misma posición, pero pudo darse cuenta de que la estaba escuchando.

» Me tuvo encerrada en una casa por los siete meses de mi embarazo. El plan era tomar al bebe y encerrarme en alguna parte, solo que Roberto lo truncó todo al encontrarme. Fue ahí cuando lo mató y yo me di cuenta de que no quedaba nada de la hermana que yo conocía, ella era ese monstruo que tenía al frente. Y de repente, tuvo que acelerarlo todo. Me sacó al bebe de las entrañas a la fuerza, dejándome en ese hospital para morir. Sigo sin saber por qué me salvaron, porque no me dejaron desangrarme. Esa es la historia, Max. No sé lo que dice ahí, ni me importa. Esta es mi verdad.

- ¿Y dónde entró yo? - la miró por un segundo, para después volver a su posición. La confundió la pregunta, especialmente el rencor que percibió en su tono.

- Tú entraste por tu propio pie, tomándome por sorpresa. Yo lo único que quería era recuperar a mi hija y vengar la muerte de Roberto. O hacerle justicia, mejor dicho. Conocerte no entraba en mis planes, pero no me arrepiento de nada. Porque todo lo que tenía planeado no implicaba esto que siento contigo, vivir de verdad. Era solamente existir.

- No me refiero a eso. – espetó.

- ¿A qué, entonces? Porque no te entiendo.- se levantó, frustrada. - Tú sabías que había pasado por un infierno, tú me dijiste que esperarías hasta que estuviera preparada, yo no te lo pedí, tú lo dijiste. – alzó la voz y dio un respingo cuando él también se levantó, una expresión de enojo que nunca antes le había visto.

- Pero no me esperaba esto. En todas mis imaginaciones, nunca esperé esto.

- ¿A qué te refieres?

La miró detenidamente, estudiándola. Ella le aguantó la mirada, aunque sentía que iba a desfallecer en cualquier momento.

- Estoy tratando de decidir si eres tan buena fingiendo o realmente no tienes idea de nada, Anya. – suspiró, sentándose de nuevo, apoyando la cabeza en el respaldo.

- Supongo que es la segunda, porque no estoy fingiendo nada.

- ¿Me estás diciendo que no sabías que Adelaide se casó?




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