Bornea estaba a solo una hora de viaje de Cetiñe, pero el cambio climático fue notorio. La ciudad estaba sobre las orillas del mar, así que disfrutaba de un clima más templado y agradable.
Milena se detuvo a lado de una farola rota, disfrutando de la oscuridad. Vestía de negro de pies a cabeza, fundiéndose con el alrededor.
El reloj en su muñeca marcaba las 2246, debía esperar solo catorce minutos más y se estaba impacientando. Hasta ese momento todo parecía tranquilo, tanto que ella caminaría hacia el lugar de encuentro de inmediato, pero eso significaría romper el protocolo y aguantar las recriminaciones de Nikita. Contrario a la opinión popular, ella no le temía, pero tampoco deseaba perder el tiempo escuchando uno de sus sermones.
A las 2258 escuchó un suave pitido en su oído y se apresuró a quitarse el auricular, lo lanzó al suelo y lo pisó con la bota.
En los dos minutos restantes caminó hacia el banco n.6, agarró la bolsa marrón que habían dejado para ella y prosiguió su camino sin mirar atrás.
Al pasar por el banco n.3 y vio que el cebo seguía ahí, sonrió. Sus comunicaciones seguían estando seguras, pero en el mundo en el que se movían, cada precaución era poca.
Salió del parque, buscó su coche y tiró la bolsa en el puesto de conductor. En ese momento escuchó un celular sonar en la guantera del auto y sonrió al ver que había hecho buen tiempo.
"Bar "Las Margaritas". I."
Configuró la dirección en su GPS y se puso en marcha, con el corazón latiéndole deprisa. Era la emoción de lo que estaba por venir.
A una calle del bar arrancó el GPS, lo tiró por la ventana y disfrutó al ver como un auto le pasaba por encima sin siquiera notarlo.
Entró al bar aún con la bolsa en sus manos y caminó directa a los baño. Cambiarse de ropa en ese lugar maloliente era la peor parte del plan, pero no era su elección.
En la bolsa encontró un vestido azul, unos zapatos negros con tacones y una chaqueta a juego. Se vistió a toda prisa, se puso los guantes negros que le habían parecido demasiado exagerados y se sorprendió al ver que encajaban perfectamente con su atuendo. Además, servirían su propósito.
Metió su ropa de calle en la bolsa y se acercó a la ventana para tirarla al contenedor que estaba justo debajo. En apenas veinte minutos pasarían los camiones de basura, llevándosela lejos.
Después se recostó en la pared con una mueca, mientras ojeaba los papeles que le había dejado Nikita. Su mirada se oscureció conforme leía el informe, cada nueva palabra aumentaba sus ganas de salir y terminar con aquello. Al terminar de leer quemó los papeles, metió el encendedor en su bolsillo y se dispuso a salir del baño.
Apenas puso un pie en el bar, divisó a Irina. Ella iba ataviada con un vestido rojo, ceñido a su cuerpo y su pelo rubio resaltaba entre la multitud. Se detuvo en una mesa vacía desde donde podía observarla sin problemas.
Ella estaba charlando con un tipo; este se tambaleaba un poco, era evidente que ya estaba medio borracho. De vez en cuando se inclinaba en dirección a Irina, tratando de besarla o tocarla, pero ella siempre se movía a tiempo y con una delicadeza innata, haciendo casi imperceptible el rechazo.
Después de lo que le parecieron horas, pero no pudieron ser más de veinte minutos, vio que estaban por retirarse. Irina se carcajeaba por algo y Milena se preocupó por si alguien la escuchaba, pero la música del bar era demasiado alta y todos estaban inmersos en sus propios mundos. Permaneció ahí unos minutos más, dándole tiempo a Irina de entrar con el tipo al auto, después los siguió.
A esas horas de la noche seguir a alguien era a la vez simple y complicado. Simple porque había poco tráfico y no corría el riesgo de perder a su presa; complicado por esa misma razón. Solo tenía que confiar en que Irina mantendría al tipo distraído lo suficiente para que no notara el coche que lo seguía.
Aparcó unas casas antes de la del objetivo. Los vio bajar, riendo por algo, él tenía un brazo sobre la cintura de Irina y se acercaba de vez en cuando para besarle el cuello. Cuando desaparecieron por la puerta de entrada, Milena salió de su coche y caminó detrás de ellos.
Para cuando llegó a la puerta, las risas habían cesado y el silencio reinaba entre las paredes de la casa lúgubre. De alguna manera, la estructura era un reflejo de su dueño.
— ¿Qué demonios haces, perra? — el grito del tipo rompió la tranquilidad de la noche y Milena siguió su voz hasta encontrarse con una escena de lo más divertida. Al menos para ella.
Irina estaba sentada en un sillón con las piernas cruzadas y mirándose las uñas con desinterés. El objetivo estaba atado en el sofá, mirándola con una mezcla de furia y confusión. Había esperado una noche de placer retorcido y había obtenido lo retorcido, sin el placer.
— Es una alegría volver a verte. — le murmuró la mujer que seguía en su postura desinteresada, pero Milena sabía que no se perdía detalle de lo que ocurría en esa habitación. — Nikita pensó que disfrutarías este.
Milena asintió. Nikita era un perturbado, definitivamente. Podía haber matado al tipo de cien maneras diferentes, sin tanto secretismo e idas y venidas, pero él prefería crear un ambiente distinto para cada misión.