A. Alexa. Milena (#1 Cuentas pendientes)

10

El día del debate se estaba acercando y con ello su tiempo se consumía entre maquinaciones, la ayuda que brindaba en el campamento y su vida social que, debía admitir, estaba demasiado ajetreada.

Sofía se había trasladado a su consultorio en la ciudad y ya tenía a su primer cliente. No quería decirle su identidad, aunque a Milena tampoco le importaba. Mientras no sea nadie que podría serle de utilidad en sus planes, le valía lo que sucedía en la vida de Sofía.

En ese preciso momento estaba sentada delante de ella, midiéndose con la mirada.

— ¿Te parezco una mala persona porque no quiero tener hijos? — preguntó finalmente, después de que el silencio se volviera demasiado aplastante.

— No estoy aquí para juzgarte, Milena, te lo he dicho cientos de veces.

— Pero quieres hacerlo.

— Que no comparta tus pensamientos no quiere decir que te juzgo. ¿Te puedo preguntar el porqué de esa decisión?

Milena sopesó la respuesta, pero llegó a la conclusión de que cualquier cosa que dijera no sería al cien por ciento verdad.

— Ramiro quería un heredero para que lo sustituyera en el trono. — dijo finalmente.

— ¿Querías truncarle esos planes? Porque me suena como un acto deliberado para cambiar toda una tradición.

Aunque no le gustaba ella como persona, sí que sabía tocar las teclas justas para destapar las verdades ocultas.

— No. Ahora que lo dices, desde este punto de vista, ¿por qué no? Sería una manera perfecta para vengarme del hijo de puta ese. Pero, en ese momento, era solo... una última rebelión, una última decisión. Era algo mío, algo en lo que él dependía de mí.

— Pudo tener un hijo con otra mujer. – Sofía ofreció esa posibilidad, pero Milena la descartó con un movimiento de la mano.

— Sería un escándalo y Ramiro odia los escándalos. Si no me hubiera escapado habría encontrado la manera de obligarme, lo sé.

— ¿Y ahora? Puedes tener un hijo con Novak.

— No tendría nada que ofrecerle. Antes al menos podría haberle dado todo mi amor y mi sacrificio. Ahora no queda nada. Sería incapaz de amarlo.

— Eso no puedes saberlo. Además, amas a Viktor.

— Eso es diferente. Viktor es... esa noche nos conectó para siempre, no es amor, es algo más fuerte.

— Milena, ese sentimiento por Viktor, esa dependencia...

La calló con un ademán.

— No es dependencia. No sé lo que es, pero no es eso. Es algo bonito, lo único bonito que me queda.

— Eso es dependencia, precisamente.

Milena se levantó bruscamente, insatisfecha con la sesión. Las veces anteriores había logrado alcanzar una cierta paz después de sus conversaciones, pero en esa ocasión era todo lo contrario.

— A veces no sé porque me molestó en perder el tiempo con esto. — espetó, dispuesta a irse y no volver nunca más.

— Por Novak. Porque sabes que para él es importante. — rebatió Sofía, haciendo que su mano se paralizara a un centímetro del picaporte. — Eso es otra forma de amar.

— Vete al demonio. — siseó entre dientes. Fue a decir algo más, pero se arrepintió en el último momento y salió sin pronunciar palabra.

El consultorio de Sofía estaba en el extremo sur  de la planta baja del centro comercial, así que salió por la salida de emergencias. Dmitri la esperaba ahí porque no quería que nadie la viera saliendo de ese lugar, al menos no aún. Sofía necesitaba clientes y ella era como un repelente.

Tocó la ventanilla y le hizo una seña a Dmitri para que la bajara.

— Ve a tomarte un café, o algo. Necesito el coche. — él iba a protestar, pero se calló a tiempo. Con un suspiró resignado se apeó del coche y le dejo el asiento libre. — Te mandaré un mensaje cuando este por regresar.

Sin esperar su respuesta salió del pequeño callejón y se incorporó al tráfico de la ciudad. Bajó la ventanilla, subió la radio y se dedicó a disfrutar la brisa el resto del camino.

Apenas al llegar a su destino, recordó que no tenía como saber si Martín estaba en su casa o si había hecho ese viaje en vano.

Tocó la puerta con indecisión, suspiró de alivio cuando él la abrió vistiendo apenas un pantalón holgado.

— No sabía que te iba el exhibicionismo. — bromeó, dejando la mirada vagar por su torso desnudo, sus dedos empezaban a cosquillear, anhelando el toque.

— Pensé que te había pasado algo. O, Dios no lo quiera, que te aburriste de mí. — dio un paso hacia ella invadiendo su espacio por completo. Ella hizo lo mismo, así que los separaban solo unos pocos centímetros.

— Te dije que no estaría en la ciudad. — le recordó, aunque no se sentía cómoda dándole explicaciones.

— Lo sé. Era una broma. No es como que tuviéramos que vernos cada día.




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