La mansión quedaba a solo unos metros de donde la había dejado Martín, entró por una entrada lateral, ignoró las miradas confusas de los guardias que estaba ahí apostados y recorrió la distancia hacia la puerta principal.
El espejo en el vestíbulo llamó su atención y se acercó a él para observar mejor su aspecto. Su pómulo estaba hinchado y estaba empezando a tomar una tonalidad morada, su labio estaba partido en una esquina – aunque ni siquiera le había dolido. Varias gotas de sangre adornaban su vestido blanco e hizo una mueca ante el desastre. Amaba ese vestido y le supo mal haber tenido que sacrificarlo.
Un gritó proveniente del salón hizo que dejara de lado su inspección y caminó hacia allí. La escena que se encontró la desconcertó por un instante.
Alina estaba sentada en un sillón y miraba con una mezcla de sorpresa y temor al hombre delante de ella. Viktor, a su vez, clavaba su mirada en la menor, con manos apretadas en puños. Temblaba de pies a cabeza, tanto que hasta Milena sintió un poco de temor.
— ¿Qué pasa? — graznó y se sintió súbitamente mortificada por cómo le había salido la voz.
Los dos protagonistas del momento tenso seguían con las miradas puestas en el otro, ignorándola por completo.
Ella dio un paso en su dirección, quedando como el tercer ángulo de un triángulo torcido.
— ¿Viktor? ¿Alina? — inquirió y solo entonces el hermano de Novak se dignó a mirarla.
— ¿Quién es? — preguntó, es más, exigió.
Alina rodó los ojos, gesto que no pasó desapercibido a ninguno, pero no hizo ningún comentario.
— Mi hermana. — explicó, aunque las palabras le supieron extrañas. Viktor ignoró su respuesta, volvió a mirar a la joven y negó con la cabeza.
— No la quiero aquí. — aclaró, dando media vuelta y yendo hacia la cocina.
Lo irreal de la situación le impedía a Milena hilar los hechos, solo acertó a musitar un:
— Está bien.
— ¿Me vas a echar porque a él se le dio la gana? — explotó Alina, levantándose bruscamente del sofá, alternando la mirada entre Milena y Viktor.
Su voz hizo que el chico se detuviera para fulminarla con la mirada, más no dijo nada. Solo se encargó de permanecer ahí, con un brillo extraño en los ojos, un brillo que a Milena le era desconocido.
Saliendo de su estupor, se aclaró la garganta, reclamando la atención de ambos.
— Vamos a tranquilizarnos, ¿entendido? — su voz salió firme y se sintió satisfecha al recuperar el temple. — ¿Qué pasó? — volvió a preguntar.
Viktor hizo ademán de abrir la boca, pero se arrepintió y se apoyó de la pared, aún con los brazos cruzados, aun viéndolas con desafío.
— No lo sé. — respondió finalmente Alina, si a eso se le podía llamar respuesta. — Estaba aquí tranquila y él apareció como un... un...
— ¿Un qué? — ladró Viktor, haciendo que Alina se encogiera en su lugar.
Milena volvió a mirar de uno a otro, se sentía como en un partido de ping-pong y lo más curioso es que no sabía quién estaba ganando.
De por sí, que Viktor se metiera en una pelea como esa con alguien, la llenaba de sorpresa.
— Un... — Alina pareció muy concentrada buscando la palabra adecuada — energúmeno. — dijo finalmente, con una sonrisa satisfecha formándose en sus labios.
— No la quiero aquí. — repitió, hablándole a Milena esta vez.
— ¿Por qué? — indagó Alina, dando un paso hacia él.
Si no fuera por la pared que estaba detrás, le pareció que Viktor habría retrocedido aún más.
— Porque no. Y es mi casa.
— Es la casa de mi hermana. — terció Alina, cruzándose de brazos.
— Es la casa de mi hermano. — dijo él, descruzando los suyos.
Milena río.
— Cuando terminen con su estupidez infantil, avísenme para que arreglemos lo que sea que es esto. — sentenció, dando media vuelta y saliendo de ahí.
Nunca lo diría, pero ese par de necios le había arreglado el día.
🥀🥀🥀
En la tarde, recibió una llamada de Logan. Estaba en la piscina, con los pies metidos en el agua caliente y el resto del cuerpo expuesto al sol. Eran apenas los primeros días de verano en Cetiñe, pero ese año había empezado fuerte.
Secó una mano para poder responder, pero no hizo ademán de levantarse.
— Dime. — pidió, sin siquiera saludar.
Su humor había decaído conforme pasaba el día y lo peor era que ni siquiera podría decir por qué. No había sucedido nada en particular, pero una inquietud se había apoderado de su cuerpo y jugaba con su mente.
— Hola, ¿qué tal, querida Milena? ¿Cómo dices que estás? Yo también estoy bien, gracias por preguntar. — ironizó su amigo y ella solo rodó los ojos, aunque no pudiera verla.